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GADDAFI EN SU CONTEXTO En primer lugar, hemos de encuadrar el país, Libia, una región de la que apenas sabemos nada aunque sus costas están bañadas por el Mediterráneo, es decir, que está a dos pasos. Como la mayoría de los países de África, exceptuando Liberia, Libia fue una colonia europea, si bien un poco tardía. De 1911 a 1943 su destino estuvo ligado a Italia, y entre esa fecha y 1951 a británicos y franceses, que acabaron aceptando la independencia del país pocos años después de acabada la segunda guerra mundial. El país se estableció como una monarquía constitucional, algo bastante común en el mundo árabe posterior a la guerra mundial, si bien en esta ocasión el monarca, Idris, tenía razones de peso para ser considerado gobernante: había nacido en el seno de una familia real, había defendido su país contra el expansionismo italiano con la diplomacia primero y mediante las armas después, y además apoyaba los intereses británicos en la región. De hecho, el apoyo de Idris a Reino Unido tras la intervención militar en el Canal de Suez en 1956 no le ganó demasiados amigos ni en el mundo árabe ni dentro de su propio país, aunque la economía del país prosperaría gracias a la presencia estadounidense y al petróleo, descubierto este último en 1959. La fecha clave para entender la Libia actual es 1969. Idris, en aquel entonces un hombre de ochenta años (moriría a los noventa y cuatro), no tenía ningún heredero directo había comenzado a tener problemas de salud. La riqueza Libia no había favorecido a todos por igual, y lo que antaño era un país empobrecido ahora presentaba varios niveles de riqueza que provocaban ciertas fricciones y rencores, agravados por el apoyo del monarca a los Estados Unidos y Reino Unido en lugar de a los hermanos árabes (no olvidemos que nos encontramos en uno de los momentos álgidos del panarabismo). Aprovechando una visita del monarca a Turquía, un grupo de jóvenes militares, encabezado por el joven capitán Gaddafi, de veintisiete años, logró atraer con su discurso panarabista a suficientes fuerzas militares como para poner fin a la monarquía de forma no cruenta e instituir la República Árabe de Libia. Su marcado mensaje antiimperialista, que acusaba principalmente a los Estados Unidos, pronto le ganó cierta popularidad, a lo que se sumó su ayuda a cualquier grupo terrorista que compartiese sus puntos de vista. Y es que hemos de entender que Gaddafi gobernaba en aquel momento una Libia que se enmarcaba dentro de un mundo bipolar, en el que se enfrentaban EE UU y la URSS no sólo con sus sistemas económicos, sino también con una ideología cuasimesiánica. Libia eligió el camino de lo que se llamó el socialismo islámico (que se explica más detalladamente en su obra, el libro verde), a saber, una especie de estado de bienestar que prescindía del aparato de la democracia burguesa, principalmente partidos políticos y elecciones parlamentarias libres. Por muy desagradable que eso pueda parecernos, no podemos olvidar que Gaddafi hizo un reparto más equitativo de la riqueza de su país o, al menos, ayudó a limar las diferencias sociales. De hecho, para 1977 Gaddafi procuró crear un sistema de comunas y consejos locales que permitieran ejercer una democracia directa, a la cabeza de la cual estaba el consejo revolucionario que él mismo dirigía. Todos estos cambios comenzaron a disminuir su velocidad, cuando no se detuvieron bruscamente, en 1979, cuando su proyecto de democracia directa fue abandonado. Posiblemente parte del problema fueran las críticas recibidas por parte de los disidentes, a los que se le dio auténtica caza y captura (en ocasiones a puro tiro) apenas un año después. Fue justamente en esta época cuando Gaddafi comenzó a apoyar a muchos grupos disidentes dentro de África, algunos tan dispares entre sí y con la propia ideología del dirigente libio que la opinión internacional no era capaz de figurarse cuál era el plan de Gaddafi, si acaso tenía alguno. Si a eso sumamos la ruptura de relaciones entre Libia y Reino Unido (es posible que la embajada de Libia en suelo británico fuese la culpable de la muerte de una joven agente de policía) en 1984 y el bombardeo al que Reagan sometió al país en 1986, nos encontramos una situación internacional tremendamente tensa y compleja. Sin embargo, la imagen de Gaddafi comenzó a cambiar lentamente. Su condena a Al-Qaeda tras los atentados del 11-S hicieron que la imagen de Libia mejorase en occidente, a lo que siguió en 2003 el reconocimiento de que su país tenía un programa de armas de destrucción masiva e invitaba a los inspectores internacionales a ver cómo lo desmantelaba. Los intentos de Gaddafi por mejorar sus relaciones con occidente, algo imprescindible si tenemos en cuenta que la Guerra Fría había concluido en 1991 y era obvio quién no la había perdido, tuvieron su recompensa en años siguientes, con un reconocimiento cada vez mayor a su régimen, lo que conllevó (¡toma libertad de) prensa!) que los medios de comunicación diesen una imagen más amable del dirigente libio, posiblemente exótica y curiosa, pero inofensiva y divertida a fin de cuentas. Sin embargo, Libia tenía un problema mucho mayor que sus relaciones internacionales: sus relaciones internas. Gaddafi había transformado un régimen que se pretendía igualitario y democrático en una dictadura unipersonal, y aunque la economía no es el problema principal del país, si hay unas expectativas de nivel de vida y participación que no se han cumplido entre los más jóvenes. lo que llevó a un intento de asesinato por parte de una facción del ejército en 1993, y a unas protestas sangrientas populares en 1996. La represión no acabó con la disidencia, simplemente la enterró muy hondo, aunque eso no evitó que creciera con los años. Y ahora, tras lo ocurrido en Túnez y Egipto, la oposición se ha sentido estimulada por el ejemplo y ha buscado repetir la jugada, si bien el resultado ha sido, hasta el momento, bien distinto. El coronel Gaddafi tiene a su favor un ejército que, a pesar del abandono de un par de pilotos y el rumor de varios soldados que no quisieron disparar a los manifestantes, sus oficiales han cerrado filas alrededor del mandatario, lo que se ve perfectamente en la masacre de civiles. Sin embargo, no podemos olvidar que en el caso de que las tropas se subleven en masa la situación puede ser muy distinta (los casos de la Francia de 1989 y la Rusia de 1917 son buenos ejemplos de ello), y el hecho de que diversos políticos estén abandonando al dictador (aunque muchos posiblemente lo hagan más por miedo a lo que les puede pasar si caen junto al dictador) nos muestra que el ejemplo de Túnez y Egipto es tenido muy en cuenta. Y aunque es imposible predecir lo que ocurrirá, parece que algo se agita en la otra orilla del Mediterráneo, y está engendrando una inmensa ola que no podrá ser ignorada. 2011-02-22 23:52 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/69034
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