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EL PROFESOR DE FILOSOFÍADurante mis años de colegio corría por las aulas el malicioso rumor de que los estudiantes de Filosofía estaban como una auténtica cabra. Como prueba de ellos se señalaba a los profesores de Filosofía que teníamos, todos ellos bastante tocados de la cabeza, si bien algunos eran locos simpáticos y otros maniáticos insufribles. El más curioso de todos aquellos profesores era don Miguel Borrasco, un hombre menudo y de bigotes blancos, que se fumaba los Ducados como quien come pipas, siempre vestido con su bata blanca de profesor que tanto nos llamaba la atención. Al entrar en clase siempre nos llamaba la atención el fuerte olor a colonia que desprendía, sobre todo cuando te hablaba; solo con el tiempo nos dimos cuenta de la sutil diferencia entre el olor de la colonia y el de la ginebra. El primer día que nos dio clases entró con aire alegre, sonriente, y a todos nos pareció muy simpático, con cierto aire a sabio despistado. Nos habló de la Filosofía en general, de lo importante que era, de lo que nos permitía comprender, de los grandes temas y los grandes pensadores que habían planteado cosas que hoy aún nos preocupan miles de años antes de nuestro nacimiento. Yo estaba extasiado, pues odiaba las clases en las que se nos pedía que aprendiésemos fórmulas y las reprodujésemos sin necesidad de comprenderlas (cosa que por desgracia sucedía incluso en Inglés). La primera desilusión llegó al segundo día de clase, cuando don Miguel sacó un Ducados y se puso a fumar con la excusa de que las ventanas estaban abiertas, y mientras le daba ansiosas caladas iba leyendo en voz alta y monótona unos apuntes amarillentos que eran los que realmente daban las clases. Alguien bromeó en una ocasión diciendo que, cuando se jubilase, el colegio se iba a ahorrar el sueldo de un profesor y simplemente iban a poner a un alumno a leer aquellos apuntes en voz alta. La segunda desilusión llegó unas semanas después, cuando hicimos nuestro primer examen. Uno esperaría que en una asignatura como Filosofía, en la que el razonamiento y el pensamiento tienen tanta importancia, el profesor diese cierta importancia a la habilidad de los alumnos para reflexionar y explicar las cosas con sus propias palabras (algo que sucedía en Historia y Literatura, por ejemplo). ¡Cuál no fue mi sorpresa al descubrir que si te comías una palabras de los apuntes te bajaba la nota! Y comerse una palabra quiere decir emplear sinónimos, por ejemplo, en una ocasión una frase decía “el ser humano percibe y comprende el mundo a través de sus sentidos”, y yo puse “percibe y entiende el mundo”. Oh, mala suerte, -0,25 puntos a la nota por haber variado levemente el significado. Al final me di cuenta de que aquello era una pérdida de tiempo y fui dejando los exámenes en blanco. En septiembre nos corrigió otro profesor de Filosofía, supongo que uno muy malo, porque no sabía la diferencia entre comprender y entender, así que acabó aprobándome. Curiosamente, cuando acabé el colegio, don Miguel me dijo al verme por los pasillos: “Lamento que usted no haya sido capaz de ver la belleza de la Filosofía.” Me quedé con ganas de bajarle medio punto por decir “ver” y no “percibir”.
2012-06-18 08:07 | 7 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/71981
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