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PRIMEROS ESCRITOSA los 14 años yo no sabía nada de mujeres, me ponía nervioso en su presencia y creía que nunca tendría una novia. “Nunca” puede parecer una exageración, pero no, realmente pensaba que ninguna mujer se interesaría jamás por mí. Tenía amigos que bailaban bien, otros que tenían mucha labia e incluso alguno que ya despuntaba como guaperas de playa... ¿qué sabía hacer yo? Nada de utilidad, nada impresionante. Una vez vi una película en la que un chico que dibujaba conquistaba a su compañera de clase haciéndole un retrato, pero a mí ni siquiera me quedaba esa opción, porque mi habilidad con el lápiz era bastante escasa. Muchas veces quería explicarle a la gente cómo me sentía, pero era incapaz de encontrar las palabras. O tal vez sí las encontraba, pero me daba vergüenza expresarlas en voz alta. Entonces me refugiaba en la lectura, sobre todo en libros de ciencia ficción y fantasía con héroes que sí sabían expresarse y enfrentar el mundo armados con su espada o su rayo láser. Solía esconder mis libros en el interior de una carpeta, y si mi madre o mi padre entraban en mi cuarto, pensaban que estaba buscando apuntes de clase y no me echaban la bronca por perder el tiempo con aquellas lecturas. En ocasiones me sentaba a las cuatro de la tarde y no me levantaba hasta las nueve de la noche, absorto como estaba en aquellos mundos extraños y aquellos héroes que me parecían fantásticos, no por sus poderes o habilidad con las armas, ni siquiera porque viajasen a otros planetas, simplemente porque siempre lograban seducir a la princesa de turno. En ocasiones leer tampoco ayudaba. Entonces cogía un bolígrafo, un folio, y empezaba a escribir. No lo hacía con intención de contar nada, simplemente de soltar lo que llevaba dentro. No había un inicio ni un nudo, simplemente ideas sueltas que iban saliendo de mi interior, y que al ir poniendo por escrito dejaban de presionarme el pecho. En ocasiones no podía ni siquiera leer lo que estaba escribiendo porque se me llenaba el rostro de lágrimas, no porque dijese algo muy profundo ni importante, simplemente porque sentía un alivio enorme, como si al escribir todo aquello el mundo cobrase algo más de sentido. Poco a poco fui aprendiendo a elegir las palabras, a darle forma a las frases y a no repetir continuamente la misma idea. No es que escribiese bien, pero al menos lo hacía con algo de coherencia. Intenté crear mis propias historias de fantasía, aunque no tenía la paciencia para lograrlo, así que me limitaba a escribir dos o tres párrafos introductorios, a abocetar un argumento que con suerte acabaría convirtiendo en una partida de rol, incluso a crear personajes para incluir en relatos que sabía que nunca iba a escribir. Mi obsesión era crear un personaje femenino que me gustase, no como las niñas de la clase, que sólo se fijaban en los malotes o en los chicos de cursos mayores, tampoco como las damiselas en apuros de las novelas que leía. Al principio me esforzaba mucho en describir su belleza, pero poco a poco dejé de prestar atención a su figura y empecé a describir su forma de ser. En una ocasión escribí un fragmento de relato. El héroe, un tipo delgado y conocedor de secretos arcanos, iba a sacrificar su vida para detener a las legiones malvadas que se acercaban a la última ciudad que quedaba en pie. La princesa del reino tenía que demostrarle su amor y darle su apoyo, pero yo no era capaz de encontrar una manera interesante de transmitirlo. Al principio pensé que le daría un beso, pero imaginé que si estás a punto de sacrificarte, un beso tampoco sirve de mucho. Luego imaginé que se acostaban juntos, pero me sonrojaba la idea de escribir una escena de sexo, y tampoco tenía muy claro que anunciar tu muerte provoque deseos sexuales en tu amante (aunque mi amigo Salvatierra tiene una anécdota al respecto). Finalmente pensé en cómo me gustaría que una chica expresara lo que siente por mí, y escribí algo así como que ella le abrazaba y no decía ninguna palabra, simplemente se miraban en silencio y se lo decían todo sin palabras. Una semana después se lo di a leer a Joaquín, que me dijo: “¡No sé ni cómo es, pero quiero casarme con ella!” Un día poco después, al volver al aula después de una clase de Inglés (nos separaban en dos grupos), descubrí que una compañera de clase estaba hurgando entre los papeles de mi pupitre. En las manos tenía un fragmento de papel donde yo había escrito una idea para una historia de hombres serpiente, y temía que empezase a llamar a todo el mundo para reírse de lo que había escrito. Sin embargo, al acercarme me miró sorprendida, y me preguntó quién había escrito aquello. Muerto de vergüenza le dije que lo había escrito yo, o más posiblemente tartamudease: “Y... y... yo.” Ella me lo devolvió, como quien devuelve un objeto valioso, y me dijo: “Me ha gustado mucho.” En poco tiempo, dos personas había disfrutado con algo que yo había escrito. Me pareció extraño y sentí cierto vértigo. Por primera vez super que era capaz de hacer algo que no todo el mundo podía, y ni siquiera me había dado cuenta. Algunos bailaban, otros hablaban con labia, había quien despuntaba como guaperas... y yo escribía. 2012-05-01 11:57 | 6 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/71739
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