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EVOLUCIÓNADVERTENCIA: Este texto contiene spoilers sobre el origen del ser humano. Si usted cree que la creación del mundo y el origen del ser humano se explica fielmente en algún texto religioso con más de un millar de años de antigüedad que contiene verdades infalibles y atemporales inspiradas directamente por una deidad, por favor, no siga leyendo o se va a llevar un disgusto. Ah, y de paso, dele mis saludos al Ratoncito Pérez y a los Reyes Magos.
Bueno, presumo que todos los que estáis leyendo estas líneas creéis en el método científico y estáis de acuerdo en que el ser humano es fruto de un largo proceso de evolución que tomó más de 60.000.000 de años desde la aparición de los primeros primates a la del hombre moderno, que va desde especímenes como Belén Esteban a Albert Einstein. Y la mayoría de vosotros sabéis que esa idea de la evolución es una teoría que planteó Charles Darwin en sus libros El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871). Lo que mucha gente no sabe es que la idea de la evolución no es tan nueva como podría pensarse, y que de hecho tiene más de 2.000 años de antigüedad.
Los fósiles, que como bien sabéis han estado ahí desde mucho antes de que algunos primates comenzasen a caminar erguidos, y bastaba que una persona observadora se parase a estudiarlos para plantearse que aquellos restos contaban una historia. Eso justamente es lo que le pasó al presocrático Anaximandro de Mileto, que en el siglo VI antes de nuestra era ya especuló con el origen marino de la vida y con la transformación del ser humano hasta llegar a su estado actual. En otras partes del mundo, otros filósofos también consideraron que los seres vivos no tenían porqué haber sido siempre iguales, como el taoísta Chuang Tzu en el siglo IV antes de nuestra era. Sin embargo, en Occidente, las obras de Platón y la de Aristóteles se impusieron, en parte gracias a la influencia que iban a tener en el pensamiento cristiano. Ciertamente, el esencialismo de Platón iba a ser fácil de adaptar al cristianismo, y la idea de Aristóteles de que la vida tenía un fin concreto y no se había originado por azar también casaba estupendamente con el cristianismo. No obstante, ni Platón ni Aristóteles tenían en mente una divinidad concreta, lo que nuevamente jugó a favor del cristianismo. No obstante sería injusto acusar de fanatismo a todos los pensadores cristianos. Agustín de Hippona, sin ir más lejos, aconsejaba ya en el siglo IV de nuestra era que el Génesis no debía de ser interpretado de forma literal, y que algunas nuevas formas de vida podían haber aparecido y otras se podrían haber transformado con el paso del tiempo después de que la divinidad cristiana creara el mundo. No obstante, estas ideas quedaron aparcadas hasta prácticamente el siglo XVIII. Estas ideas sobre la evolución terminaron por perecer en la Europa Cristiana a comienzos del medievo, pero curiosamente pervivieron en el mundo islámico, el biólogo y filósofo árabe al-Jahiz explicaba ya en el siglo IX lo que vendría a ser la selección natural, mientras que en el siglo XIV nos encontramos la afirmación de Ibn Khaldun de que los seres humanos procedemos del “mundo de los monos”, desde el que nos hemos desarrollado hasta convertirnos en lo que somos. En Europa, a pesar de que muchos textos griegos se recuperaron gracias al contacto con el mundo islámico a partir del siglo XI, la idea de la evolución no cuajó al ser contraria a la idea de que un dios había creado el mundo y a todos los seres vivos y les había dado un orden concreto, con el ser humano a la cabeza de aquella jerarquía. Los intentos de Tomás de Aquino en el siglo XIII de conciliar la idea de un dios creador del mundo y una naturaleza autónoma que puede transformarse con el paso del tiempo no terminaron de convencer a las autoridades eclesiásticas. En general, todas las ideas que chocasen con la interpretación literal de los textos religiosos era condenada, como le ocurrió a Isaac La Peyrere, que publicó un libro hablando de piedras talladas por seres humanos anteriores a Adán, lo que conllevó la quema pública de la obra en 1655. Sería ya en el siglo XVIII donde la proliferación del método científico, los avances en geología y paleontología, además de la pérdida de influencia del clero más reaccionario entre la comunidad científica permitió que aparecieran las primeras teorías evolutivas, que los descubrimientos de Mendel pudiesen ser dados a conocer y, finalmente, que Darwin bebiese de todas aquellas fuentes y creara una teoría basada en un método sólido y demostrable, que era justamente lo que no tenían sus predecesores anteriores al siglo XVIII. Como dijo Pablo Neruda: “La luz vino a pesar de los puñales.”
2011-12-13 09:16 | 14 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/70916
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