PAJAS
“¿Tú te haces pajas?”, me preguntó Jorge el Cabeza nada más verme llegar. Por aquel entonces yo debía de tener unos diez años, y lo cierto es que aún no tenía el menor interés por el sexo, así que respondí con total sinceridad: “No, yo no...” “¡Eres un crío!”, me dijo Nacho, el pedante de la clase, que tenía que saber más que nadie de todo o habría reventado. “¿Un crío?”, me habían tocado el amor propio. “¿Cómo que un crío?” Alguien, no sabría decir quién, respondió inmediatamente: “Los hombres se hacen... nos hacemos... pajas.” Debo decirles que yo conocía la teoría... más o menos. En una película había visto que si las mujeres te tocaban por ahí abajo te daba mucho “gustirrinín”. La palabra no era mía, sino del padre Domeq, que nos hablaba de sexualidad de vez en cuando y nos decía que en teoría había que llegar vírgenes al matrimonio, pero que hacerse pajas era normal y que incluso podíamos acostarnos con nuestras novias siempre y cuando estuviéramos enamorados, fuésemos mayores y usásemos preservativos; hablaba por experiencia propia. La cosa es que yo sabía que si te tocaban ahí abajo te gustaba, ahora bien, ni idea de cómo había que tocar. Por suerte, mis compañeros de clase lo sabían todo y estaban dispuestos a darme una lección magistral. “Hay que tocarse en la ducha,” decía Nacho. “En la ducha es lo mejor, porque nadie te molesta.” “O en la cama,” afirmaba el Cabeza. “Si tienes un cuarto para ti solo, nadie sospechará.” “Y tienes que tener un pañuelo para limpiarte,” dijo el otro compañero, aquel al que no logro recordar. A mí lo del pañuelo me pareció muy raro. ¿Para qué quería yo un pañuelo? ¿Tanto se sudaba? Con lo canijo que estaba, lo mismo al final me quedaba aún más delgado por culpa de tocarme... ¡ay, la leche, que al final iba a ser verdad lo que decía el director de que quienes se tocaban se quedaban canijos y no creían! “El pañuelo es por si te corres,” dijo mi compañero. “Ahora bien, no te corres casi nunca.” “No, yo casi no me corro,” confirmó Nacho. “Ah, pues yo me corro mucho,” dijo el Cabeza. “Vamos, yo me toco un poco y ya me estoy corriendo. Mi madre tiene que sospechar algo, porque gasto muchos pañuelos de papel.” A mí lo de correrse me sonaba un poco raro, la verdad. En películas había visto que a la gente se le ponía carita de tonto cuando tenía a la chica encima, pero seguía sin entender qué necesidad había de un pañuelo de papel. “Es que echas un líquido cuando te corres,” me instruyó el Cabeza. “Un líquido verdoso.” “Verde azulado en verdad,” apuntilló Nacho. “El mio es casi negro,” dijo aquel compañero hoy olvidado. “Es que eso depende de la persona, es como el pelo, que según la persona varía,” me explicó nuevamente el Cabeza. Y esa fue mi primera lección de sexualidad impartida por mis semejantes. Tan inútil como la que nos dieron los profesores en el colegio, pero sin duda mucho más imaginativa.
2011-10-26 00:49 | 6 Comentarios
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Comentarios
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De: Carlos Porras |
Fecha: 2011-10-26 09:30 |
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Uhm... me voy a dar una duchita placentera ipsofacto...
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2
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De: Santón |
Fecha: 2011-10-26 10:53 |
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Si, si, yo me voy a mi cuarto, ya te digo hasta que salga negro!!!
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3
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De: Alejandra |
Fecha: 2011-10-27 15:04 |
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Lo de que te salga negro es preocupante...
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4
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De: Benito |
Fecha: 2011-10-27 15:57 |
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Y verde azulado tampoco es muy normal :(
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5
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De: Jose Joaquín |
Fecha: 2011-10-27 23:32 |
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Podría ser peor... podría haberles salido perlado o con trocitos de fruta.
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