LLAMARADA
Para un padre o una madre, debe de ser difícil lidiar con el hecho de que su hijito o su hijita no es el querubín que ellos soñaban, sino un pequeño individuo de carne y hueso capaz de hacer trastadas. Algunos progenitores reconocen que sus hijos no son perfectos, y no por eso los quieren menos, antes al contrario; pero otros se niegan a aceptar que sus angelitos sean capaces de hacer cualquier fechoría, por nimia que sea, y siempre encuentran una excusa para la conducta del pequeño, cuando no un cabeza de turco al que echar las culpas. Nuestro compañero Mario no era un angelito ni un querubín, sino un chavalote de 15 años, que ya se afeitaba y todo. Sus padres encontraban malas influencias para su pequeño en todas partes: el día que lo llevé medio a rastras a su casa a causa de una tremenda borrachera, el padre me culpó de ser una mala influencia, aunque yo ni fumaba ni bebía; cuando le partió la nariz a un compañero de la academia de inglés, la culpa fue por supuesto del otro, que se cagó en sus muertos (si bien lo hizo tras recibir el segundo puñetazo por parte de nuestro compañero); lo de no aprobar era culpa de todos, en parte nuestra, que éramos una pésima influencia, y en parte de los profesores, que se empeñaban en preguntar lo que el bueno de Mario no se había mirado (es decir, que preguntaban cosas del libro de texto y no del Marca). Un día, Mario compró un cómic de Batman en el que un delincuente acercaba un mechero a un aerosol y fabricaba un lanzallamas casero. Fascinado por la idea, Mario la llevó a la práctica con gran éxito en un parque público, para deleite de todos nosotros. Tan buena idea le pareció el lanzallamas, que siguió usándolo en su casa, cuando no estaban sus padres, usualmente para cazar moscas, arañas y mosquitos, esta vez para horror nuestro, que temíamos morir incinerados. Finalmente ocurrió lo que tenía que pasar, y las cortinas del salón se convirtieron en una bola de fuego que, por fortuna, no crearon mayores daños que una vergonzosa visita de los bomberos y una capa de pintura sobre la pared y el techo. ¿La culpa de todo? Del librero de la tienda de cómics, que le había vendido al niño un cómic donde se usaba aquella mortal herramienta. Claro, angelito, ¡con 15 añitos nada más cómo iba a saber la criaturita que en casa no hay que lanzar chorros de llamas! La madre incluso intentó denunciar al librero, cuya respuesta fue, de manera resumida: “si su hijo es mongolo, no le deje leer obras de ficción”. A favor del librero hay que decir que en nuestro grupo, de al menos diez lectores de cómics, ninguno prendimos fuego a las cortinas de nuestra casa.
2011-05-16 08:46 | 3 Comentarios
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Comentarios
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pudo haber sido un desastre mucho mayor, y si los chicos crecen y toman sus propios caminos a pesar de que intentemos de evitarlo así será.
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De: Jose Joaquín |
Fecha: 2011-05-16 18:30 |
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El problema es que los padres los defiendan a capa y espada. Obviamente, un adolescente no es un ejemplo de madurez absoluta (tampoco un adulto), pero hay que reconocer su parte de culpa. Si no enseñamos que algo ha sido un error, es mucho más complicado que aprende de él.
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