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POKER Y GAFASCuando teníamos quince años, por algún extraño azar, en nuestro grupo se puso de moda llevar gafas de sol y jugar al poker. Creo que en ambos casos la culpa fue del Cubano: por un lado, puesto que tenía los ojos muy sensible, la madre le compró unas gafas de sol chulísimas; por otra parte, nos invitó a ver una película donde se jugaba al poker (no recuerdo cuál, ni siquiera de qué iba, pero las partidas eran representadas de una manera increíble, con una tensión que uno pensaría imposible) y, ante nuestra buena reacción, se ofreció a enseñarnos. Fue por esa misma época cuando Alberto (más conocido como Albertonto en nuestro círculo) comenzó a salir con Macu, la ex del Cubano. Albertonto era un tipo alto, siempre bien peinado y vistiendo a la moda sin perder el corte clásico, posiblemente tenía sueños de ser un gran ejecutivo, aunque de momento se conformaba con ser un guaperas y estar forrado (bueno, al menos el padre lo estaba). Debo reconocer que no era mal tipo, y con el tiempo llegamos a ser buenos amigos, pero a mi grupo le cabreaba mucho ese aire de sobrado que tenía, esa condescendencia cuando te explicaba las cosas, como si él lo hiciera todo bien y los demás aún no hubiésemos aprendido a atarnos solos los zapatos (lo cual, en el caso de Kike era cierto, aunque eso es una historia para otro día). Por supuesto, Albertonto también se compró unas gafas de sol, las más caras de la tienda sin lugar a dudas, y como era de esperar nos explicó con pelos y señales lo buen jugador que era a cualquier juego, pero al poker más que a ninguno. Nosotros jugábamos por diversión, sin dinero, usando para apostar unas fichas que habíamos comprado en un “Todo a 100”. Todos empezábamos con el mismo número de fichas, y según íbamos ganando o perdiendo nos arriesgábamos o no; era divertido, era una forma de pasar el rato con los amigos y, sobre todo, era barato. Pero Robertonto quería jugar con dinero, y eso nos cabreó aún más: cuando el dinero está de por medio, las cosas dejan de ser divertidas (sobre todo si se era tan miserablemente pobre como yo, que además de tener una paga ínfima se me iba en cómics). El Cubano y Kike, no obstante, aceptaron el reto y quedaron para jugar. La partida fue impresionante: al principio se apostaba poco dinero (monedas de cinco duros, lo que hoy serían quince céntimos), pero poco a poco el ambiente se fue caldeando y las apuestas no dejaban de subir. Albertonto comenzó ganando, pero al poco la suerte (o lo que él pensaba que era la suerte) le abandonó, favoreciendo unas veces a Kike y otras al Cubano, de tal modo que si mi engreído amigo tenía muy buenas cartas, los otros dos parecían adivinarlo al momento y se retiraban, mientras que si iba de farol le cogían al momento. “Se te ve en la cara”, decía el Cubano cada poco rato, y Albertonto se cabreaba e intentaba poner una expresión seria e inamovible, pero qué va, a la siguiente jugada ocurría lo mismo y el Cubano repetía aquel “Se te ve en la cara”. Al final, Albertonto perdió una cantidad curiosa de dinero (unas mil pesetas, seis míseros euros, pero en aquella época y con aquella edad eso era un buen pico) y se retiró, más herido en su amor propio que en su cartera. Nunca se dio cuenta de que había estado jugando con las gafas de sol puestas, ni pareció darle importancia al hecho de que sus gafas fuesen de espejo. 2011-01-31 11:53 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/68834
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