Gades Noctem

Inicio > Historias > HACER EL ANTOÑITO

HACER EL ANTOÑITO

A principios del año 2000, nuestro amigo Antoñito logró seducir (o más probablemente engañar con trucos mesméricos) a una chica que, para que engañarles, ni chica ni limoná. Que sí, que era mona, pero también un poquito sosa y más seria que el sargento de una película americana, por lo que lo comido por lo servido. No obstante, la muchacha tuvo un mérito que pocas mujeres han tenido: aguantó a Antoñito durante cerca de cuatro meses. Es decir, aguantó sus borracheras cada vez que se deprimía (y para Antoñito, que yo me acabase un videojuego antes que él ya era causa de depresión), soportó sus suspensos (aquel febrero hizo nuevamente pleno) y sus excusas de que los profesores lo odiaban, cosa que dudo, puesto que al no pasarse por clase ni siquiera lo conocían. Y aguantó las interminables charlas de Antoñito sobre cómics, rol y videojuegos, lo cual demuestra mucha entereza mental o un nivel de sordera grande.

Pero todo lo que empieza acaba, y la muchacha quería irse aquel verano a Escocia a trabajar. Viendo el panorama, prefirió guardarse las espaldas, lo dejó con nuestro amigo, le dijo aquello de “fue bonito mientras duró” y tuvo incluso la decencia de llevarlo a casa tras la borrachera que Antoñito se pilló (también se deprimía cuando le dejaban).

Pasaron un par de meses, y según se iba acercando agosto, Antoñito se dio cuenta que aquella había sido la mujer de su vida. Muy comprensible por otra parte: era la que más pamplinas y borracheras le había soportado. Su cerebro comenzó a maquinar un plan perfecto para reconquistarla, plan por otro lado un poco complicado, porque la muchacha estaba en Escocia.

¿Pero quién dijo que Antoñito no tenía imaginación? Buscó un curso de idiomas en Escocia, convenció al padre de que necesitaba perfeccionar su inglés, y allá que se fue dispuesto a reconquistar a la que era, según palabras suyas, “mi dama”.

Pasó un mes, llegó septiembre con su frío, su playa desierta y sus bares a medio llenar. Nuestro amigo volvió más delgado, con el pelo hecho una maraña y una barba de 30 días.

“Fui a buscarla al hotel donde trabajaba, le dije lo que sentía y...”, momento de silencio y de expectación. “¡Se casa!”

Gritos de alegría y de emoción. ¡Antoñito se nos casa!

“Enhorabuena, pichita, ¡eres el primero que se nos casa!”, le gritábamos mientras le dábamos abrazos.

“No, no... que se casa ella... con el encargado del hotel... que fui a buscarla y me dijo que se casaba.”

Un tenso silencio nos agarró. Nadie sabía qué decir. Tuve que ser yo el que acabara preguntando: “¿Pero no has hecho nada más?”

“Hombre, pues claro, he visto la peli de los X-Men.”

“¿En 30 días no has hecho otra cosa que ver una vez la peli de los X-Men?”

“¡Que no, hombre! Una vez no, la he visto lo menos cinco veces... ¡cómo mola magneto!”

Y así acabó la aventura escocesa de Antoñito. Una década después, cada vez que alguien hace una capullada muy gorda que le sale totalmente mal aún decimos: “Ese hizo el Antoñito”.

2010-09-27 11:47 | 4 Comentarios