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EL PADRINO 5

Nuestro amigo Juanjo era el rey del porno. No es que fuera director, ni mucho menos actor, simplemente tenía a su disposición toneladas de pornografía, desde revistas y cómics a cintas de VHS, tanto de dibujos japoneses como de personas reales.

Aunque aquella colección era por puro placer personal que decía él, onanístico que diría yo, Juanjo sabía sacarle partido. En el colegio empleaba los baños de la tercera planta, esos a los que los profesores nunca iban porque había que subir escaleras, como mercadillo, cambiando apuntes, trabajos e incluso plantillas de exámenes por películas. Parece mentira que antes de Internet uno no tuviese a su disposición toneladas de pornografía.

El principal problema de nuestro amigo era el tamaño de su casa. A diferencia de Joaquín o de Richi, que tenían bastante espacio para guardar cuanto quisieran, la casa de Juanjo era minúscula, por lo que todos los armarios y rincones eran compartidos por sus padres y sus dos hermanas pequeñas. Cierto es que las revistas porno se escondían con bastante facilidad, la mayoría de ellas entre los apuntes de clase; sin embargo, las películas había que tenerlas identificadas y catalogadas, pues eran cerca de un centenar.

Ya imaginarán ustedes que en casa de mi amigo, como en la de todo hijo de vecino, los padres habrían sospechado si hubiesen visto una pila de películas tituladas “En boca cerrada no entran moscas, pero entran pollas como roscas”, “Se fue en busca de trabajo y le comieron lo de abajo” o la siempre recordada “Si yo no soy Curro Jiménez, ¿qué hago con este trabuco?”. Solución: les ponía nombres de películas de verdad, aprovechando que los padres no tenían interés alguno por el cine. Así, en la estantería de mi amigo se encontraban “Sentido y sensibilidad”, “Blade Runner”, “Drácula” y otros muchos títulos que iba poniendo al azar, y que luego apuntaba en una libretita de ortografía, poniendo al lado el título original. Como Juanjo tampoco era muy cinéfilo, pronto se le acabaron los títulos, y en lugar de inventárselos decidió que segundas partes, e incluso terceras y cuartas, sí que eran buenas. Así, su filmoteca era la única que contenía “Blade Runner 2”, “Indiana Jones 4” (¡hablamos de 1996!) e incluso “Star Wars, Episodios 7 al 12”.

El problema es que Maru, su hermana mediana, en lugar de sacarse un novio futbolista o tuno, se sacó una pandilla de cinéfilos, y todos los fines de semana quedaban en casa de alguien para tragarse una película, unas pizzas y varios litros de coca-cola. Un fin de semana que Juanjo no estaba (creo que andábamos en el campo de alguien, de cumpleaños) dio la casualidad que el grupo de amigos quedó en casa de mi amigo, y obviamente quedaron muy sorprendidos al ver la ingente cantidad de películas que tenía. Aquellos pobres chicos y chicas, la mayoría de 14 años, no podían creer la suerte que habían tenido al descubrir joyas como “El Padrino 5”. Imaginarían que eran ediciones piratas, posiblemente con doblajes latinos, pero eso no les importó. No tengo ni idea de cual película metieron en el reproductor, pero desde luego lo que vieron les impactó mucho más de lo que esperaban.

No sé a qué acuerdo llegarían Juanjo y su hermana, pero a partir de aquel día ya nunca volvimos a disponer del salón de aquella casa para jugar al rol, a diferencia de Maru, que lo tuvo siempre a su disposición.

2009-09-08 11:03 | 3 Comentarios