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LAS ESPOSAS DEL CUBANOEl Cubano era un gran aficionado al cine de acción y solía tragarse toda película estadounidense que presentase a un héroe duro y solitario. Supongo que un poco en la línea de Don Quijote, nuestro amigo comenzó a mezclar realidad y ficción, viéndose a sí mismo como uno de esos héroes, y adoptando en consecuencia todos sus tics. A nosotros toda aquella fantasía nos parecía normal. A fin de cuentas, la mayoría de los compañeros de clase estaban fascinados con sus héroes del deporte, la música o por personajes históricos como el Ché y, manda huevos, alguno incluso por José Antonio… ¿qué tenía de malo que el Cubano se sintiese reflejado en una película en lugar de en una canción o un partido? Desgraciadamente la fantasía del Cubano seguía en aumento, y empezó a comprarse todo tipo de complementos: el mechero Zippo, puritos en lugar de cigarrillos, unos guantes que parecían de allanador de casas y que no soltaba ni en verano, la pistola de aire e incluso unas esposas de verdad. Incluso se compró el sombrero, como los de las películas de detectives, pero después del cachondeo que le montamos nunca volvió a ponérselo (excepción de los Carnavales, claro). Poco a poco empezamos a tomarnos a broma las manías de nuestro amigo, y nos limitábamos a sonreírnos si, por ejemplo, nos echaba una mirada de tipo duro cuando le poníamos la mano en el hombro y decía: “Alégrame el día, chaval.” Una vez, en el cine, cuando la taquillera le preguntó si llevaba carnet joven, nuestro amigo la señaló con el dedo y le dijo: “¿Me estás mirando a mí? ¡Porque yo aquí no veo a nadie más!”, mientras que nosotros, a su espalda, hacíamos gestos con las manos indicándole a la muchacha que no se preocupara, que se le iba la pinza.
Al final, incluso le sacamos una utilidad a aquella pose peliculera. Y es que había un chaval bastante pesado que siempre andaba metiendo cizaña, el Gordo, que nos caí tremendamente mal (¡sobre todo a mí, pues en tiempos se había inventado que yo vendía grifa en los baños!) y estaba pidiendo a gritos una broma pesada. “Cubano, ¿tú eres gay?” le preguntamos un día, en el recreo, a nuestro amigo. Como respuesta enarcó una ceja, se encendió uno de sus puritos con un rápido movimiento del Zippo, y se limitó a contestar: “No sé cómo será en tu tierra, nene, pero aquí esa pregunta puede costarte una boca nueva.” “No, si yo en eso no me meto, pero es que el Gordo lo va soltando por ahí. Y dice que tiene unas fotos y todo…” La historia era bastante creíble, la verdad, porque el Gordo siempre decía tener fotos de todo, daba igual lo absurda que fuese su historia. Desde OVNIs hasta fotos de chicas desnudas de la clase, cualquier cosa que su imaginación contemplase se volvía una fotografía. Así que el Cubano se fue hacia él, y medio a rastras lo metió en los retretes del patio, que nadie solía usar porque la mitad no funcionaban y la otra mitad apestaban. “Me han dicho que vas diciendo cosas de mí”, dijo el Cubano mientras se colocaba entre él y la puerta. Y como el Gordo decía cosas de todo el mundo, hizo lo que mejor sabía, excusarse: “Es un malentendido, no es lo que piensas.” El Cubano se acercó a él, mientras todos nosotros mirábamos desde afuera de los baños, y le empezó a empujar hacia el fondo de los retretes: “¿Entonces hago oídos sordos a todo lo que me digan, chaval?” El Gordo, cuya cobardía sólo era superada por sus bulos, empezó a agitar la cabeza: “Sí, claro, eso eso.” Con un gesto rápido, el Cubano le cogió la muñeca y se la esposó. A continuación unió la esposa a una de las tuberías del retrete, le dio una palmadita amistosa al Gordo y le dijo: “Ya estamos en paz.” “Eh, tío, suéltame, suéltame…” Pero el Cubano, sin ni siquiera volverse, dijo: “Lo siento chaval, pero sigo tu consejo y hago oídos sordos.”
En clase, cuando la Pitufa de Literatura preguntó por el Gordo, yo dije que se había marchado al médico y que volvería luego. Dos horas después, al segundo recreo, el Cubano se acercó a los baños y le soltó las esposas. No sé si el Gordo luego contaría la historia por ahí (un poco vergonzosa, por cierto, eso de que te esposen a un retrete) pero de hacerlo nadie le tuvo que creer, porque ningún profesor le dijo nada al Cubano. No fue la última vez que gastamos esa broma.
2009-07-22 12:06 | 2 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/63863
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