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MENTIRAS Y ALIENÍGENASUna niña monísima la tal Patricia. Y simpática, y nada creída, y buena estudiante y mejor compañera. Vamos, que era normal que Augusto se enamorase perdidamente de ella. Y encima, puesto que mi amigo Augusto nunca se enteraba de nada en clase (por aquello de ser repetidor reincidente), a la tutora se le ocurrió la genial idea de sentarle junto a ella, una alumna modelo a todas luces, para que estuviese más atento… ¡y vaya si lo estaba! ¡Atento a cada gesto, a cada palabra y a cada sonrisa de Patricia! Y oigan, cierto es que Augusto era más enamoradizo que un guapo de culebrón, pero a su nueva musa había que reconocerle un sinfín de virtudes. Una de ellas, la más peculiar a mi parecer, era la habilidad de ver un dibujo y, estudiando sus trazos y formas, saber al momento cosas sobre su autor. Así, contemplando un simple monigote, la chica descubría tus aficiones, vicios y secretos varios. Obviamente, a los chicos de la clase este talento les daba pánico (¡una chica conociendo sus intimidades!), por lo que todos se manifestaban contrarios a las artes pictóricas. Augusto, siempre adalid de las damas, instó a todo el grupo a que dibujásemos para ella y nos sometiésemos a su escrutinio: él quedaría estupendamente, y nosotros no teníamos nada que perder, pues no nos conocía de nada. Como una de mis grandes aficiones es dibujar, aunque reconozco que lo hacía fatal (y ahora aun peor), acepté mostrar algunos dibujos. Total, ¡a mis 16 años yo no tenía secretos especialmente sórdidos! Un día, durante el recreo, quedamos con Patricia y le enseñé varios bocetos. Por aquel entonces me había dado por dibujar orcos, así que le mostré algunas muestras en el cuaderno de matemáticas (dibujar era el único uso que le daba a dicho cuaderno). Ella los contempló asombrada, como si hubiese descubierto algo nuevo y nunca antes estudiado, y rápidamente afirmó: “Jose, tú eres un chico muy sensible para las artes…” cosa que yo interpreté como un piropo hacia mis dibujos, por lo que automáticamente la consideré una chica estupenda. “Y además tienes la mente muy abierta… en estos dibujos noto, por ejemplo, que estás firmemente convencido de que existe vida en otros planetas.” ¡Tócate los egss! La técnica de la chavala dejaba muuucho que desear: veía algo que le parecía un alienígena, así que en consecuencia el dibujante creía en los alienígenas. Y mira, si hubiese creído en los alienígenas habría tenido un pase y todo, porque habría acertado, pero el problema es que a mí la ufología y todas esas cosas me producen risa. Así que dije muy seguro: “Tienes muchísima razón… ¡eres buenísima!” Ey, no me miren así… ¿qué otra cosa podía hacer? Augusto estaba loquito por ella, no iba a decirle en su cara que había metido la pata, ¿no? Ella estaba feliz, Augusto estaba feliz y yo mantenía mis escasos y sosos secretos a buen recaudo.
Ya les dije que Patricia era muy simpática, así que desde aquel día nos saludábamos todas las mañanas cuando nos cruzábamos camino de nuestras respectivas aulas. Tras una semana de aquella rutina, un buen día me preguntó por Expediente X. “¿Qué te parece la reaparición de la hermana de Mulder?” Yo me quedé un poco sorprendido, porque a mi Expediente X me parecía un culebrón infumable, sólo que lleno de marcianos. “Pues la verdad es que no veo la serie…” “¡¿Pero cómo es eso?! ¡Si a ti te encantan los alienígenas!” ¡Mierda! Mi catequista siempre nos advertía que una mentira, por pequeña que sea, desencadena una serie de malentendidos que acaban requiriendo de otra mentira mayor. Así que me dispuse a decir la mentira mayor: “Mi padre ve el fútbol a esa hora.” “¿Pero echan fútbol a esa hora?” “Ehh, no no, pero él lo graba… en el vídeo, claro… y luego lo ve… ¡mi padre es así!” Joder, mi catequista era un tipo inteligente (supongo que por eso era tuno), porque en menos de un minuto el número de mentiras había crecido enormemente. Afortunadamente, su padre debía de ser raro (¿qué padre no lo es para un adolescente?), así que Patricia aceptó aquella explicación.
¿Recuerdan que les dije que Patricia, además de simpática, era muy buena compañera? Pues a la semana siguiente vino a buscarme al aula durante un cambio de clase. “Tengo una sorpresa.” Y pensé lo que todo buen amigo pensaría, claro, que estaba saliendo con Augusto. Pero que va, la sorpresa era una cinta de video VHS. “¿Y esto?” “¡Te he grabado Expediente X!” “Oh, no tenías que haberte molestado…” “Que va, no es molestia. Es que en mi clase nadie lo ve, y nunca puedo comentar los episodios. Pero bueno, como a ti estas cosas te encantan, pues eso…” Y a partir de aquella semana tuve que tragarme Expediente X, y encima comentar la dichosa serie. ¡Si es que mi catequista era un sabio! No obstante, esta historia tiene un lado positivo: conocí a la primera mujer friki, aunque claro, en aquella época no se llamaban así. 2009-03-02 13:02 | 6 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/62143
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