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EL FANTASMA DE LA MEDIA NOCHE
La casa de Fabio, con su refrigerador cargado de Coca-Colas y cervezas, su enorme mesa donde jugar al rol y su gigantesco televisor con vocación de modesto cine, se me antojaba el paraíso terrenal. Y lo mejor es que era un paraíso sin guardianes, pues los padres y la hermana pequeña de mi amigo emigraban todos los fines de semana a un campito que tenían en plena sierra. En invierno, cuando otra gente se congelaba tomando whisky con hielo en algunaza plazoleta, nosotros nos encerrábamos calentitos. Lo hacíamos a media noche, cuando los vecinos cotillas ya se habían desentendido del mundo exterior (¡no era plan que se chivasen al padre de Fabio!), y entrábamos en total silencio, como si fuéramos ladrones. Pero una vez dentro, con la luz tenue, varios boles llenos de porquerías para picar y la suficiente bebida como para mantener fresco el gaznate toda la noche, escudados tras unos cuantos folios, armados con tres o cuatro dados y algún que otro lápiz, pasábamos la velada con el simple disfrute de algún juego de rol. La más de las veces El Señor de los Anillos, pues aquellas navidades habíamos visto la película de Bakshi y, a pesar de todas las limitaciones que se le pudieran atribuir, habíamos tocado el cielo; en otras ocasiones jugábamos a Fanhunter, cuyo humor absurdo (hoy diríamos friki) nunca nos terminó de convencer; y cuando yo me sentía de humor dirigía La Llamada de Cthulhu, con siniestras aventuras basadas en las ficciones de H.P. Lovecraft y su círculo. Aquella noche dirigía yo la partida. Un chupito antes de empezar me había inspirado, y la música de Entrevista con el vampiro reforzaba la atmósfera oscura que se había creado a los pocos minutos de comenzar. “Cuando entráis en la vieja mansión colonial, el suelo cruje de puro viejo, y sentís un fuerte olor a decadencia” describía yo, lleno de entusiasmo, al ver que mis amigos se habían metido tanto en la historia como para empezar a inquietarse de verdad, “y un ruido, como un quejido que atraviesa las paredes del tiempo, os hiela la sangre.” La cara de Richi se puso, de repente, totalmente pálida. “Joder, por un momento me ha parecido oír un quejido de verdad” nos confesó. Todos lo miramos divertidos, pues sabíamos que la imaginación de nuestro compañero solía dispararse. Supusimos habría sido un ruido de la calle, y seguimos jugando. Sin embargo, apenas sí habían pasado diez minutos, estando totalmente inmersos en la historia, el Cubano levantó la manó y pidió silencio. “Creo que he escuchado algo, como un quejido” pero salvo Richi, nadie le hizo caso. La mente suele jugar malas pasadas cuando uno juega una partida, igual que cuando te enganchas con un libro o una película. “Prosigamos” dije, realmente alagado de que la historia estuviese dándoles tanto miedo como para imaginar tales cosas. Pero justo cuando iba a seguir hablando, pude escuchar un ruido que sólo podía haber sido hecho por una garganta humana. Y sin embargo, en aquella casa no había nadie más. Todos nos miramos, esperando escuchar un segundo quejido. No se produjo. “¿Lo habéis… oído?” preguntó el Cubano. “Habrá sido el vecino de arriba” comentó Kike. “Imposible” nos explicó el Cubano “el ruido venía de la puerta del salón, estoy seguro.” “No, no, debió venir del piso de arriba” comentó serenamente el Sangre, el único que no había pensado aún que allí pudiese haber un fantasma. La cara de Fabio era como una máscara inexpresiva. Parecía estar pensando en todas las posibilidades. ¿Un fantasma? ¿Un ladrón? ¿Los vecinos haciendo ruido? ¿El ordenador que había quedado encendido? Tras unos minutos de discusión, justo cuando empezábamos a caldearnos, tal vez para evitar pensar que los ruidos seguían sin ser explicados, Fabio habló: “Temo que sé lo que ha pasado.” Todos lo miramos en silencio. Era el dueño de la casa, por lo que tendría una explicación racional. “Pero creo que no va a ser nada agradable de comprobar…” Richi se levantó de inmediato, como un héroe dispuesto a la batalla: “Deja que te ayude a comprobarlo.” “No, Richi… esto debo hacerlo yo solo. Es un tema familiar.” ¿Un tema familiar? ¿Qué secreto ocultaba la familia? ¿Qué podía hacer aquellos ruidos apagados en un piso que debía de estar vacío? Todos miramos a Fabio desaparecer por la puerta del salón. Oímos sus pasos alejándose por el pasillo. Kike tenía los puños muy apretados, como si esperase que en cualquier momento pasase lo peor. Yo me reproché no llevar encima un crucifijo. Los pasos de Fabio, a mitad del pasillo, se pararon. Se abrió una puerta, apenas un ruidito, y los pasos se reanudaron: no había nada en aquella habitación. El proceso se repitió otras dos veces, cada vez más lejanos los sonidos. Al final, Fabio debió de llegar al dormitorio de sus padres, al final del pasillo, y no llegamos a oír el abrirse de la puerta. Lo que sí oímos fue un grito masculino, ¿Fabio? Todos nos íbamos a levantar cuando un segundo grito, esta vez de mujer, se unió al primero. La puerta se cerró con un golpe seco, y los pasos de Fabio nos llegaron, atropelladamente, con cada vez más claridad. Trotaba más que andaba. Llegó con la cara totalmente pálida, como el héroe de novela de terror cuyos ojos vislumbran más de lo que la mente humana está preparada para aceptar. “¿¡Qué era!? ¿¡Qué era!?” preguntábamos todos. Kike se estaba poniendo la chaqueta, como si de repente fuese consciente por primera vez de lo que ocurría. “Era lo que temía…” “¿Un fantasma?” saltó Richi, que desde aquel verano estaba convencidísimo de que los fantasmas llenaban todas las casas de Cádiz. “No, peor, mucho peor… mi hermana… con el novio…”
Fue cuestión de tiempo que Fabio aceptara que su hermana, aunque tenía dos años menos que nosotros, se había echado un novio mayor y con coche. No pudieron resistirse a la tentación de una casa vacía, y mientras lo padres de Fabio creían que su pequeña pasaba las noches en el campo de una amiga, ella y el novio se tragaban dos horas de coche sólo para disfrutar de las comodidades de un piso que, incautos ellos, suponían vacío. Puesto que ellos no querían para nada el salón, y a nosotros no nos interesaban las camas, enseguida llegamos a un acuerdo sobre el reparto del piso, e incluso hubo una vez que jugaron una partida con nosotros. Tras aquello, nadie reconoció haberse asustado. La anécdota se contó como algo divertido, y por supuesto nadie mencionaba que hubiese pensado en fantasmas, aunque durante unos minutos creímos en ellos ciegamente.
2009-02-03 11:46 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/61772
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