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FABRICANDO UN DON JUAN 3: DEL GUIÓN AL LÁPIZ

Soy bastante maniático para escribir. Da igual que sea un artículo, un relato o cualquier otra cosa: si voy a invertir mi tiempo en un texto, quiero que quede lo mejor posible. Es por eso que, a la hora de escribir artículos al alimón, tiendo a ser bastante tirano. Bien lo sabe la pobre Pilar Wagner, a la que torturé todo un verano con lecturas y relecturas, redacción y reescritura, de nuestro artículo “El futuro que imaginaron”. También Santón sufrió una tarde interminable en su casa, corrigiendo por enésima vez el capítulo “Bromas, Burlas e Independencia”.

Por lo tanto, a la hora de escribir un guión de cómic me di cuenta de que tenía el mismo deseo de controlar el producto, y que el Método Marvel que yo siempre había defendido (a saber, el guionista escribe un bosquejo de la historieta, el ilustrador la dibuja y el guionista coloca entonces los textos) me pareció poco práctico, demasiado caótico. Yo sabía la historieta que quería contar, y ciertamente la visión que tuviera un dibujante que aún no conocía (y del cual sólo me dijeron que nunca antes había hecho cómics) me parecía irrelevante.

Además, mi editora me comentó que se sentiría mucho más tranquila si los guiones incluían la estructura de la página (tantas viñetas, así repartidas, de tal y cual tamaño), lo que me obligó en ciertas ocasiones a dibujar las viñetas yo mismo, escanearlas y mandarlas.

Una de las primeras páginas, aún a medio terminar.

Debo avisar, no obstante, que todo esto ocurrió antes de que yo hablase ni tan siquiera una vez con el dibujante. De hecho, cuando vi las primeras páginas dibujadas seguía sin tener contacto con el hombre que las estaba ilustrando, cosa que me molestó un poco.

Al final la editorial consintió en ponernos en contacto, ¡no saben lo que hicieron! Jesús Méndez puede que no poseyera experiencia como dibujante de cómics, pero resultó ser un gran aficionado del Flash Gordon de Raymond y del Príncipe Valiente de Foster, por lo que rápidamente emergió el fan en nosotros, y nos pusimos a hablar de los momentos mágicos de aquellos cómics primero, y de otras obras tales como Blueberry después.

Desde el momento en que entramos en contacto, hubo una relación y una retroalimentación que yo creo que ayudó mucho al cómic. Así, mis concisas descripciones de ángulos, viñetas, planos y escenas empezaron a ser poco a poco ignorados. Pero no por ego o por rebeldía, sino porque a Méndez se le ocurría una forma mejor de plasmar la idea, o veía tal o cual recurso más impresionante. Lo importante es que hablábamos de cada página, él me decía lo que quería cambiar, yo lo que debía permanecer, y así poco a poco la historieta dejó de pertenecerme sólo a mí, y se convirtió en algo de ambos.

Últimas páginas del cómic, con un estilo mucho más recargado y sólido

Méndez tuvo que dibujar y entintar en un solo año (sin poder dedicarse plenamente, claro, porque esto no daba de comer) unas 100 páginas, un trabajo monumental (un álbum francés tiene unas 40, y rara vez salen más de dos álbumes en un año, sin contar que sus dibujantes son profesionales que viven de ello). Eso hizo que su dibujo rápidamente evolucionara, y que a mitad del cómic mejorase a ojos vista, hasta llegar a un preciosismo que creo que se plasma en toda su gloria en los últimos capítulos, donde los dibujos tienen un realismo y una profundidad extremas.

Recuerdo que le regañé en más de una ocasión: “Jesús, que entre la primera página y la última hay una diferencia tremenda, ¡¡eso no puede ser!!” Y el pobre se quejaba al teléfono: “¡Pero qué quieres que le haga! ¡La historieta me lo está pidiendo! ¡Yo ya no sé dibujar de otra manera!”.

Mel bromeaba sobre ello al ver los bocetos que le enseñaba: “Usualmente la primera página es la mejor, y a partir de ahí el dibujante se va cansando y va aligerando... ¡él lo hace al revés! ¡Cuanto más se acercan las fechas de entrega más detallado es el dibujo!”. Y creo que eso es lo importante: aunque el dibujo cambia, no es que vaya perdiendo fuerza, todo lo contrario, es que el dibujante cada vez lo hace mejor.

Cuando todo estuvo escrito, me di cuenta de que muchas cosas que había escrito sobraban. Algunas miradas ahorraban diálogos, algunas escenas merecían ser mudas, porque todo estaba dicho. El trabajo del guionista no es contar con palabras una historia, es ayudar a contarla. Lo que ya está dicho, es ridículo repertirlo.

Si hubiesen colocado los bocadillos tal y como los escribí, creo que también se habría notado una evolución enorme entre el primer y el último capítulo. Sin embargo, tuve la suerte de que me dejaran una semana para revisar todo el texto, y eso me ayudó a limar cosas y a hacer la historieta más homogénea, a hacer más compatible texto e imagen.

¿Es más difícil el trabajo del guionista o del dibujante? Yo sinceramente creo que, en este caso, están a la par. Yo he hecho mucho más que poner voz a los personajes, pero Méndez también ha hecho muchísimo más que colocar las figuras donde yo le decía. Sus riquísimas escenas colectivas son un ejemplo de su habilidad, y el montaje de algunas de sus viñetas son simplemente para quitarse el sombrero.

Lo más importante, creo, es dejarse de egos. No hay una forma correcta de hacer el cómic, muy al contrario, hay muchas. Lo importante es saber qué se quiere contar, y a partir de ahí aceptar la visión de otras personas, dejarles ser parte de la historia que se está contando.

¿Volvería a trabajar con Méndez? ¡Diablos, claro que sí! Incluso echo de menos aquellas interminables mañanas al teléfono, discutiendo sobre la caracterización de tal o cual personaje, mientras la gente de mi oficina me miraba con cara de susto. Es parte de la magia de hacer un tebeo.

2008-12-04 09:16 | 9 Comentarios