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NO LES GUSTA LEER... ¿PERO QUÉ LEEN?A mi alumna Nazaret no le gusta leer. Eso no es del todo cierto, claro, porque se pirra por una revista del corazón y por un manga cuyo nombre desconozco, y desde luego se pasa las noches leyendo lo que sus amigos le cuentan por chat. Pero leer, lo que se dice leer un libro, es una práctica que Nazaret ciertamente detesta. ¿Leen en casa de Nazaret? En absoluto: el padre tiene una jornada laboral de esas que suenan a país tercermundista en vías de explotación, y la madre tiene que bregar no sólo con otro trabajo, sino también con un niño pequeño y las tareas de la casa. Una de las escasas posibilidades de que Nazaret descubra el placer de leer un libro (y luego otro, y otro más) la tiene en el instituto. Sin embargo, al preguntarle cuáles han sido sus lecturas en los últimos cursos, el panorama es desolador: A los 14 años leyeron fragmentos de Don Quijote, y fragmentos del Poema del Mío Cid a los 15, vamos, más que suficiente para que un adolescente decida que ha tenido suficientes tropezones con las letras. La cosa mejoró un poco cuando leyeron algunas Rimas de Bécquer y un par de Leyendas, nuevamente a los 15, pero empeoró ostensiblemente cuando tuvieron que leerse el Episodio Nacional La Cortes de Carlos IV (¡mira que no habrá episodios divertidos y llevaderos, y se tienen que leer ese!), a Rubén Darío y, para poner la guinda en la tarta, algunos poemas de la última etapa de Juan Ramón Jiménez. Esperen, ¿qué oigo por ahí? ¿me dicen que todas esas lecturas son estupendas? Pues tienen razón, los textos que han leído son grandes clásicos de la literatura, obras maestras del lenguaje en algunos casos, expresiones del sentir de su época en otros… pero pésimas lecturas iniciáticas. Ustedes imaginen que me dicen que tienen algo de afición por la historia (ven el Canal Historia, leen La Aventura de la Historia, se han agenciado algún cuadernillo de Historia 16…) y me piden que les recomiende algo. Yo, con toda mi ilusión les recomiendo un texto interesantísimo sobre el debate historiográfico en el que la escuela marxista y positivista son criticadas por la segunda corriente de Annales. Ea, ahí te quedas, cagao de miedo. ¿No sería mejor que te dejase un libro ameno, aunque no fuese una obra maestra de la Historia, y así poco a poco construir una base sólida que, en última instancia, te lleve a leer y comprender el libro de debate historiográfico? Desde hace unos cuarenta años se pone más hincapié que nunca en una escuela participativa, donde el alumno sea parte activa del proceso educativo, no un mero receptor. Y sin embargo, a la hora de aficionarles a la lectura (a la cultura), ni se busca su opinión, ni se muestra interés por sus preferencias. Sí, tal vez sus preferencias nos lleven a libros un poco tontos, pero seamos sinceros, no creo que echen más para atrás que dos páginas del Mío Cid. Una de las grandes excusas para no hacer eso es la calidad literaria y lingüística de las obras que se estudian en la secundaria. ¿Cómo vamos a comparar El Hobbit o Crepúsculo con la perfección mecánica de Juan Ramón Jiménez o con la prosa naturalista de Clarín? Es cierto que no pueden compararse, pero es que a dicha calidad literaria los profesores no suelen sacarle jugo. De Juan Ramón Jiménez se ve su métrica, se estudia el significado, se disecciona el poema como si fuera una rana de laboratorio, pero no se hace especial hincapié en la construcción y elección del lenguaje. Lo mismo ocurriría con Clarín, o con quien sea, pues leer la obra parece ser sinónimo de entender perfectamente el uso del lenguaje, la elección de los tiempos verbales, de los actores de la trama, de todo en definitiva. Algunos profesores se escudan en una explicación previa de tres minutos que dieron sobre tal o cual movimiento literario, otros simplemente mandan el libro porque es lo que siempre se ha mandado. Visto el “exhaustivo” análisis del lenguaje que se hace, casi que da lo mismo darles otro libro. Una crítica típica a esta pretensión, la de ofrecer libros que gusten a los alumnos, es que no a todos los alumnos les gusta lo mismo. Muy bien, pues que se ofrezca una lista variada de libros, y que el profesor descubra (y estamos hablando de algo que de momento es utópico, sólo posible en grupos más reducidos) los gustos de su alumnado. ¿Acaso es una locura? ¿No pueden los alumnos escribir trabajos diferentes? ¿No es más fácil todavía que lean cosas diferentes? Sí, claro, se lees estas obritas entretenidas y amenas, Eragón, o la última de Izaguirre, o las leyendas artúricas… ¿pero cómo se van a enterar de los que es el romanticismo, el realismo, la Edad de Plata de nuestra literatura? Pues de la misma forma que siempre, estudiándolo en clase. Una cosa es lo que se estudie (con lecturas de fragmentos seleccionados en el aula) y otra muy distinta las lecturas obligatorias. Porque vamos, no seamos fantásticos, en nuestro tiempo nadie se leyó una novela romántica, una realista, una naturalista, un poemario del 98, una novela anticlerical y otro poemario del 15 en un solo curso (y si lo hizo, fue por gusto). Pero la crítica más clara y absoluta que se puede hacer a esto es: Da igual, a los niños no les va a importar un comino. A ver, obviamente no todos los chavales iban a salir comentando las diferencias entre la prosa de Steinbweck y Hemingway, pero es que ese tampoco es el objetivo. De lo que aquí hablamos es de ofrecerles una literatura más acorde a sus gustos y a sus intereses, que unas veces funcionará y otras no, que unas veces les convencerá de que leer es una afición como el cine o los videojuegos, y otras veces les dejará frío. El problema es que actualmente, dándoles a leer sólo grandes piezas de la literatura universal (piezas mal seleccionadas, encima, porque hay cosas muy amenas), ya les estamos dejando totalmente fríos. 2008-10-17 08:14 | 10 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/60037
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