CASTIGADOS
Los sábados solíamos ir a Cádiz a mirar cómics, libros y películas. Los primeros solíamos comprarlos, los segundos sacarlos de la biblioteca y las terceras alquilarlas. Aunque Richi recibía una paga mucho mejor que la mía, él bebía más que yo, y además fumaba, por lo que a la hora de la verdad éramos igualmente pobres.
Aquel sábado sacamos de la biblioteca los que fueron, casualidades de la vida, los mejores libros de la adolescencia tanto para Richi como para mí. Él cogió Los escarabajos vuelan al atardecer y yo Brumas de octubre, de María Gripe y Lola González respectivamente.
Comenzamos a ojearlos en el autobús, y cuando llegamos a nuestra parada no podíamos dejar de leer. La historia de Richi tenía todos los elementos que le gustaban: un misterio, un fantasma y el antiguo Egipto. El mío era una historia corriente de adolescentes corrientes que, años después, yo mismo usaría para este Gades Noctem… y es que somos lo que leemos.
La cosa es que al llegar a mi casa me encerré cual preso en mi cuarto, y no pude parar de leer. Tras la comida, pausa obligada, seguí desmenuzando cada capítulo. Algunas veces no podía continuar, sino que volvía hacia atrás y leía un párrafo o un capítulo que me había gustado especialmente.
Y entonces llegó la hora de salir, y mis amigos me llamaron por teléfono, en particular el Cubano. Y aunque tenía ganas de ver a mis amigos de carne y hueso, el Quijote que llevo dentro me hacía preferir continuar con los amigos de papel y tinta que sostenía en mis manos. Pero yo tenía 16 años recién cumplidos, y habría sido una locura decir a mis compañeros que no iba a irme con ellos por quedarme leyendo. Vamos, se habrían pensado que les estaba mintiendo, que tenía otro plan y no lo quería confesar.
“¿Te recogemos, Jose?” me dijo la voz al otro lado del teléfono.
“No puedo…” dije precipitadamente, intentando encontrar una excusa.
“¿Cómo no vas a poder?” sospechaban algo.
“Es que… ¡me han castigado!” atiné a decir finalmente. “Me han castigado y no me dejan salir. Y mira que tengo unas ganas locas… pero no puedo.”
“Vaya, estáis hechos unos golfos” comentó el Cubano.
“¿Estamos?”
“¿No lo sabes? ¡A Richi también le han castigado!”
“Vaya… es normal… como estudiamos tan poco…”
Coló. Y mientras nuestros amigos fumaban y bebían, miraban a chicas que nunca nos harían caso y arreglaban el mundo, Richi y yo leíamos confortablemente, cada uno en su casa.
2008-09-01 00:08 | 7 Comentarios
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Comentarios
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Oye, José, yo estoy en algún personaje o mis recuerdos han sido como lágrimas en la lluvia...sob...? |
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Tú aún no has llegado: apareces en 3º de BUP. Sí, ya sé que nos conocemos de antes, pero es que se hace muy difícil manejar tantos personajes a la vez... |
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No lo diré muy alto por si alguno de mis amigos se mete por aquí (que me consta que sí) pero alguna vez he hecho eso. Además a mí me gusta leer muuuy despacio, así que cuando llego al final de un libro es como un momento especial, entre el libro y yo. Y cortar esa relación tan bonita en ese momento es una descortesía, cuanto menos =P |
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Totalmente de acuerdo, Kitty. Las cincuenta últimas páginas de "La Leyenda del Navegante" tardé en leerlas tanto tiempo como el resto del libro (que no es pequeño). Acabar un libro es una sensación agridulce, pues la historia culmina y, por otro lado, nos tenemos que despedir de los personajes.
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Bueeno, pero hombre, esas partidas de rol en la calle y en azoteas son impagables, hombre. Creo que hemos tenido mas relación antes de tercero. Pero tu mismo, al fin y al cabo, es tu crónica...:) |
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Es que esas historias son para un futuro spin-off :) |
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