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AQUEL VERANO... ALVARITO

Sólo hay una cosa más ridícula que suspender Música, y es suspender Música por segundo año consecutivo. Y no me refiero a la asignatura que se da hoy día, donde se estudian los genios de la música clásica, los tipos de instrumentos, etc. En absoluto, lo único que había que hacer con el Vampi, el anciano y pálido profesor de la asignatura, era tocarle la flauta (la musical, ojo). Daba igual que la tocaras bien o mal, simplemente tenías que tocarla y no hacer ruido en clase.

Tal vez el problema de Alvarito, que tenía el dudoso honor de ser la única persona de su curso que había repetido por culpa de Música, era un nefasto gusto musical; no porque le gustase el heavy o el trash metal, entiéndanme, sino porque lo mismo escuchaba a Iron Maiden que a las Spice Girls.

El padre del muchacho tuvo una idea estupenda: para que apreciase la música, le llevaría cada viernes a un concierto. Era una forma cara de hacerle aprobar, pero en aquella casa sabían que gastar dinero en los hijos no era más que una inversión.

Como el padre no quería decirle a qué concierto iban, hizo sus propias indagaciones. Había varios grupos de rock que tocaban aquella semana, uno heavy y bastantes de pop. Por teléfono, me contaba la suerte que tenía de tener unos padres comprensivos, y me daba envidia hablándome de aquellos conciertos estupendos que se iba a pegar cada fin de semana. A mí, sinceramente, me daba un poco igual: no me gustaba demasiado la música, posiblemente porque no había escuchado a ningún grupo que me entusiasmara (¿alguien recuerda cuando había que comprar un disco para escuchar más de dos canciones del mismo artista?).

Y así llegó el gran día, y el padre de Alvarito se montó con él en el autobús público rumbo al casco antiguo. “Vale, en el casco antiguo tocan dos grupos de rock y uno de pop, habría preferido el heavy, pero total, otra vez será…” pensaba mi amigo, aunque el camino que tomaban le parecía cada vez más raro, “¿Papá, seguro que el concierto es por aquí?” Pero el padre se limitaba a afirmar convencidísimo.

Alvarito casi murió al descubrir que había llegado al Gran Teatro Falla. Y es que en aquellos años a dicho teatro, salvo excepciones contadísimas, sólo acudían orquestas de música clásica.

“¿Música de esa antigua?”

“Sí, hijo, música de esa. ¿Ves por qué te he traído? No sabes apreciarla, y eso que es preciosa.”

“Bueno… ¡mientras no vengamos siempre!”

“Pues te he comprado un abono para el resto del verano.”

La historia tiene final feliz. A la segunda semana de ir, Alvarito fingió estar tan emocionado que el padre dejó de escoltarle (ni decir tiene que al padre le gustaba igual de poco la música clásica, y no se iba a tragar un concierto pudiendo esperar en el bar de enfrente). En cuanto se aseguró que sus padres no le acompañaban, me regaló el abono.

“¡Pero si no me gusta la música!”

“¿Tú no te quejas que no tienes nada que hacer?”

“Eso sí.”

“Pues nada, puedes ir cuando quieras, viernes o sábado. Y si te aburres, pues se las regalas a tus abuelos.”

Pero oigan, no me aburrí en absoluto. Aquel verano conocí a Verdi, Vivaldi, Patchbel, Mozart, Beethoven y Tchaikovsky, entre otros. Sobra decir que me encantó.

2008-07-26 10:58 | 3 Comentarios