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PREGUNTAS Y RESPUESTAS 8: Y LLEGÓ EL EXAMEN“¡Guardad todo lo que no sea el boli!” Eran las 10:30. “¡Sólo puede escribirse con tinta azul o negra!” Acabábamos de volver del recreo. “¡Tenéis 45 minutos!” Raúl Solano repartía calmadamente los exámenes. “Cuando dé una palmada, quién no suelte el bolígrafo estará suspenso.” El examen acababa de comenzar.
Ni el Solano ni la mayoría de la clase sabía la que habíamos liado para conseguir las preguntas del examen. En el transcurso de nuestra aventura habíamos conseguido de todo: Richi hacer el ridículo, Weber una novia, yo comprender que estudiar era la forma más relajada y sencilla de aprobar… vamos, que no habíamos conseguido el examen, que íbamos a suspender, pero nos quedaba el estúpido consuelo de que ahora éramos personas distintas, que la experiencia nos había hecho crecer y bla bla bla. ¡Gilipolleces! Al final íbamos a suspender y en nuestras casas, por más que les dijésemos que habíamos crecido como individuos, nos iban a dar una somanta de palos. Por fortuna, el examen era tipo test y siempre te quedaba el consuelo de poder hacer una quiniela, es decir, rellenar las casillas acorde a tu intuición. Lo único que me jodía era saber que, a mi derecha, Nacho Cortázar y algún otro estudiante aventajado tenía escrito con lápiz sobre el pupitre las respuestas. Sí, podía haberles delatado, pero les habría bastado pasar el dedo para borrar las pruebas. Además, eran alumnos de sobresaliente… ¿quién iba a desconfiar de ellos?
Terminó el examen y el Solano le pidió a Weber, como de costumbre, que le ayudase a cargar los exámenes a la sala de profesores. ¡Qué fácil resultaba ahora entrar en aquel lugar! Sin tener que inundar los retretes, sin necesidad de robar llaves ni fingir peleas. Weber se resignó y se acercó al armario de Solano, dispuesto a depositar su trágico suspenso en aquel espacio inexpugnable. “No, déjalos sobre la mesa” le comentó Solano. Weber obedeció un poco confuso: Siempre le pedía que dejase los exámenes en el armario. “Por cierto, Weber… ¿tú no sabrás algo de cerraduras?” Mi amigo se puso blanco sólo de pensar que, encima de no haber podido hacer el examen, le habían pillado. ¡Pero eso era imposible! Me podrían haber cogido a mí, a Richi, a Augusto o al Cubano, pero él no se había ni tan siquiera pasado por la sala de profesores. Se calmó como pudo y respondió lo más tranquilo posible: “Errr… no, que va, yo sólo sé de ordenadores…” “Vaya faena” le comentó el profesor, “porque no sé que diablos le pasa a la cerradura, pero está como atorada.” Sí, es lo que suele pasar cuando le meten una llave de resina defectuosa, la fuerzan y luego, por si fuese poco, meten una navajita para sacar la llave. “Entonces… ¿cómo hemos hecho los exámenes?” preguntó esperanzado Weber. “Ya ves, he tenido que inventarme uno deprisa y corriendo en el ordenador.”
Habíamos suspendido. Pero no nos importaba. No porque ahora tuviésemos una nueva anécdota que contar, no porque fuésemos más ricos en experiencias. No nos importaba porque las respuestas que tenían aquellos malditos empollones no se ajustaban a las preguntas del examen. Habíamos suspendido… ellos también. 2008-06-25 10:18 | 14 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/58189
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