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AMOR EN TIEMPOS DIFÍCILES (EN LA ADOLESCENCIA, VAMOS)El Amor, claro, querrán ustedes que les hable del Amor. Y es natural, a fin de cuentas ya ha llegado la primavera, los corazones y la sangre se alteran, las parejitas pasean en lugar de estudiar (¡así va la educación!), y las que quedan para estudiar acaban metiendo mano a la materia sin abrir los libros. Por desgracia, o tal vez por suerte, a los 15 años nadie de mi pandilla tenía muy claro qué era eso del amor. Todo el mundo había tenido novia (bueno, todos menos yo), pero ninguno había estado enamorado, lo que se dice enamorado. Alvarito había estado salido, El Cubano encaprichado, Richi levemente interesado… pero nada comparable a lo que veíamos en las películas de Hollywood, ni comparación con aquellas pasiones tan tremendas que se desplegaban en la pantalla. Puede que la culpa fuese nuestra, claro, pues nos habíamos fijado en el cine como si lo que pasaba en la pantalla fuera verdad, como si de un documental de naturaleza se tratara. Creíamos, y algunos aún lo seguirán creyendo, que un día entrabas por la puerta, te cruzabas con una chica, la reconocías como Ella, y a partir de ese momento el destino os obligaba a acabar juntos. Sabíamos que el amor sólo triunfaba si eras puro, y nosotros éramos purísimos de corazón (pajilla arriba, pajilla abajo), por lo que aquella niña tan guapa o aquella muchachita tan interesante acabarían abandonando al cachas motero de su novio (en el mejor de los casos… en el peor era tuno) y se quedaría contigo y con tu bicicleta. Nos aterraban las niñas que iban de rollo. El historiador que soy me dice que aquello era un miedo a la mujer libre, que podía disfrutar contigo (y tú con ella) para luego darte de lado, en lugar de convertirse en una suerte de Yocasta. El adolescente que era entonces me decía que aquello era falserío, que no podía gustarte un chico sólo una o dos noches, que lo natural era salir juntos, compartir aficiones, conocerse… porque claro, era el destino el que te unía, y el destino no podía equivocarse [el sector católico que lee el blog, que sé que lo hay, puede sustituir Destino por Dios]. Enamorar a una chica requería dos cosas: constancia y fidelidad. Si estabas continuamente detrás de una chica, ella comprendería que tu amor era sincero y no un encaprichamiento, se sentiría segura y acudiría a ti. La fidelidad era muy importante, pues por alguna razón creíamos que si una chica te veía siempre solo, en vez de pensar que eras un bicho raro que no se relacionaba con mujeres, entendería que estabas guardando tu castidad para ella. El sexo… bueno, el sexo era una cosa a largo plazo, tal vez para practicar después de tener uno o dos hijos, ustedes ya me entienden. Uno amaba sin deseo sexual, o mejor dicho, a pesar del deseo sexual. En Sensación de Vivir Donna nos había enseñado que esperar varios años a hacer el amor era una cosa estupenda y maravillosa, y nosotros nos lo creíamos porque, ya les digo, la televisión era modelo de vida, era la verdad aunque lo que mostrara no fuese verdadero. Menos mal que no existía Sexo en Nueva York, o habríamos pasado la adolescencia aterrorizados por el gatillazo. ¿Qué les puedo decir del Amor? Pues que era una pamplina tal y como lo concebíamos, que nos creíamos a pies juntillas lo que otra gente (famosos, conocidos, actores porno…) nos decían, y así nos iban las cosas. Y también que era bonito, que nos hacía creer en los happy ends, que nos hacía sentir puros y nobles en lugar de lo que éramos, inocentes y hormonalmente disparatados. Supongo que era algo contradictorio, pero nadie dijo que no pudiera serlo. 2008-05-27 00:12 | 9 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/57633
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