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EL POSTUEl Postu era todo lo que yo no era, todo lo que un adolescente quería ser en la adolescencia: respetado, popular y con padres adinerados. El respeto no sólo se lo daba el estar cachas y medir cerca de un metro noventa, sino el hecho de tener tres años más que nosotros, una banda de secuaces y un cinturón negro segundo Dan de vaya usted a saber qué. Su popularidad no era una cuestión sólo física (aunque había niñas que iba a los partidos de fútbol sólo para verle sudar), sino también de carisma con los compañeros, atractivo con las compañeras y colegueo con los profesores (llevaba tanto tiempo repitiendo, que prácticamente ya era uno más del claustro). El dinero familiar no sé de dónde venía, creo que de un padre médico y de una madre arquitecta, y se notaba en los veraneos que se pegaba, en las fiestas que daba en su chalet de Roche (a las que obviamente nunca fui invitado) y en la pedazo de moto que tenía; podría haber tenido un cochazo de haberse sacado el carné de conducir, pero era un tipo coherente consigo mismo, y si no estudiaba en clase, no era plan de estudiar fuera de ella. Uno de aquellos esbirros, no recuerdo el nombre (tal vez porque nunca me interesó saberlo), se fijó un día en un tebeo que yo llevaba encima. Creo que era un número de Spider-Man de esos gordos, con formato libro, que recopilaban las cuatro series mensuales del héroe (el peor dinero gastado en mi vida, menuda mierda de cómics eran). A aquel sucedáneo de chivato nazi le faltó tiempo para correr a ver al Postu, gritando “¡Ahí hay uno que lee tebeos, ahí hay uno que lee tebeos!” Parte de la clase se me quedó mirando, con cara de funeral los pocos, con la expectación de los asistentes a un circo romano la mayoría. “Ufff, yo soy tú y tiraba el tebeo por la ventana” me dijo Joaquín, que por alguna razón siempre sabía todo lo que pasaba en el colegio, aunque pasaba más tiempo en la biblioteca expulsado que en la clase. “Ni de coña, me ha costado 600 pesetas, lo que algún día serán 4 € cuando el mercado común europeo adopte una moneda” le respondí. “¿De qué coño hablas, Jose?” “Estoy haciendo un inserto para los lectores que no sepan cuanto son 600 pesetas” le respondí. “¿Y para qué?” “Jose, que pareces tonto. Suma dos y dos: es un matón, tiene 18 años y a las niñas se les cae todo con él. ¿Qué crees que va a querer? ¡Tú eres su némesis: canijo, con gafas, juegas al rol y lees tebeos!” Sí, ciertamente parecía lógico tirar el tebeo por ahí… pero 600 pesetas eran una pasta en aquella época y, además, aún no me había terminado el tebeo.
“Repeto quiere verte” me dijo. Repeto era el Postu, claro, pero a nadie se le ocurriría llamarle así a la cara. “¿Para qué?” “Ah, eso lo hablas tú con él. Te espera en el baño de la tercera planta.” Nada más entrar en ellos, el Postu cerró la puerta y me miró con suspicacia. “No… bueno, sí… pero poco… vamos, que por colección… no te creas…” joder, sí que intimidaba el tío. “¿Qué te gusta?” continuó su interrogatorio. “No, a mí nada… si ya te digo que es por colección… un poco de manga… el Dragon Ball ese… y superhéroes… pero poco vamos… prácticamente nada… vamos, si casi no tienen superpoderes…” El Postu se quedó mirándome. ¿Iba a darme un puñetazo por ser rarito?, ¿se cachondearía de mí por leer tebeos?, ¿me quitaría los tebeos a partir de ahora? Tras un buen rato, acabó haciéndome una pregunta que lo cambió todo: “¿Tú sabes si Lobezno ha recuperado las garras de adamántium?” joder, aquella pregunta era un poco friki viniendo de un matón. “Sí” asentí totalmente convencido “la verdad es que los tebeos antiguos eran mejores.” No es que de ahí naciese una bonita amistad ni nada por el estilo, pero empezamos a cambiarnos tebeos y libros a partir de entonces y hasta que acabamos el colegio. Eso sí, quedó bien claro que si alguna vez le decía a alguien que le gustaba leer tebeos, me iba a dar tortas hasta en el carné de identidad.
2008-05-24 00:20 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/57581
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