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UN BOTELLÓN BARATITORichi se juntaba con una gente muy rara. Vale que eso de “raro” es muy relativo, que nosotros mismos no éramos un ejemplo de “normalidad”, pero creedme: algunos de los amigos y conocidos de Richi eran dignos de salir en Callejeros. Con el que más se juntaba últimamente era con los hermanos Pizarro, un par de mellizos algo salidos de tono, de estética chunga-punk, que trapicheaban con chocolate del que se fuma a la salida del colegio. Chema, el más bajito de los dos, era más o menos normal. Podías hablar con él, te gastaba bromas y se las dejaba gastar, te contaba algunas de sus bravuconadas sexuales (que por lo que supe después, parece que no eran tan fantásticas como yo pensaba…) y, al menos a mí, siempre me ofrecía tabaco (como no fumo y el lo sabía, puede ser que fuera puro gesto). Seba, el más grandote, sí que era definitivamente un tipo raro. No sólo había llevado aquella estética cutre hasta límites insospechados (para la época y para el lugar donde vivíamos, que no olvidemos que Cádiz no dejaba de ser una pequeña ciudad al fin de Europa), hasta tal punto que llevaba como pendientes un imperdible en cada oreja, el pelo teñido de verde (o de rojo, o de azul, o de lo que tocara aquella semana… a veces de un color indistinguible y asqueroso, amalgama de muchos tintes) y camisetas blancas de mangas recortadas, que el propio Richi le pintaba con emblemas, eslóganes o caricaturas de los grupos de música que les gustaban.
Un fin de semana Chema y Seba decidieron venirse con nosotros a tomar algo. El problema es que no teníamos mucho dinero, por lo que no pudimos comprar más que un litro de cerveza para seis o siete personas que éramos. Vamos, que aquello no nos iba a dar ni color en las mejillas. Seba nos pidió que esperásemos unos minutos, y salió disparado hacia su casa. “Esto lo soluciono yo en un momento”, dijo con tono misterioso. “Este se va a traer el whisky bueno de nuestro padre” suponía Chema, “o lo mismo coge dinero y nos llega para más cervezas.” Nosotros encantados, claro, a beber de gañote, y a lo mejor incluso whisky del bueno. Pasados unos quince minutos, Seba reapareció, ocultando algo en los pliegos de la chaqueta. ¿Whisky? ¿Birra? No, un bote de alcohol de ese que tu abuela y la mía usaban para desinfectar las heridas y para teñirse los bigotes. “Esto con birra está buenísimo” dijo mientras empezaba a echar un poco en la litrona que bebíamos. Y puede que estuviese buenísimo, la verdad, pero tenías que sacrificar las papilas gustativas, porque sólo el olor ya te hacía lagrimar. Ni decir tiene que eso no lo bebía nadie, ni siquiera el hermano de Seba. Hasta que Richi agarró la botella y le dio un pedazo de trago. Luego Seba hizo lo propio. Chema, supongo que por compromiso familiar, dio también otro trago. Las malas caras que pusieron habrían dado para hacer un programa de humor en cualquier cadena televisiva. Pero ni por esas pararon, ni cortos ni perezosos, volvieron a saciar el gañate bebiendo aquella atrocidad. Una vez acabada la botella, Richi comenzó a sentirse mal (algo bastante lógico, por otra parte), y antes de que pudiese ponerse en pie, ya estaba vomitando como un descosido. Sólo verlo, Chema echó también la pota. Kike, que siempre fue muy sensible para estas cosas, o tal vez muy solidario, también se puso a vomitar, aunque no había probado el nefasto cocktail.
Al día siguiente, todos bromeamos sobre lo ocurrido. Richi siempre quería hacerse el fuerte y el duro, y aunque generalmente le salía bien, aquella noche le había salido el tiro por la culata. No obstante, nuestro amigo no podía dejar que su honor quedase marchito, sí que ni corto ni perezoso afirmó que: “A ver, no nos engañemos… ¡yo vomité porque la cena la había comido muy rápido y me sentó mal!” Todos asentimos, por supuesto, tampoco era plan de herirle el ego. 2008-05-03 00:26 | 2 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/57153
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