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LAS MURALLAS DE SAN CARLOS
Estábamos todos sentados, al resguardo de las gruesas murallas, poco habladores por culpa del frío. A cuatro o cinco metros de nosotros, un grupo de chavales de nuestra edad, a lo sumo un año mayores, bebían whisky con hielo. El tajazo que llevaban, ya te puedes imaginar, era del quince. Sin embargo, uno de ellos estaba más patoso de lo normal, y no paraba de hacer el tonto y hacer bromas sin gracia a la gente que pasaba. Una chica, imagina que la novia, aunque lo mismo era una amiga o una hermana, no paraba de decirle que dejara de beber. Tú ya entiendes que eso era imposible para un chaval de 15 años: había gastado la mitad de su paga en aquel bebercio con hielo, y dejar un solo culito sería tirar el dinero invertido.
Avanzada la noche, acabado nuestro tinto y su whisky, el patoso se subió, ¡imagínate!, a lo alto de la muralla. Bien sabes que al otro lado de la muralla, a unos diez o quince metros de caída libre, están las rocas en las que rompen las olas de la bahía. Todos nos quedamos congelados viendo como, entre risas y gritos ininteligibles, imitaba torpemente los gestos de un equilibrista. Los amigos le miraban igual que nosotros, atónitos, demasiado bebidos para asustarse. La novia o la hermana, lo que fuese, no paraba de gritarle que se bajara. Ya imaginas que, en condiciones normales, jugar a la cuerda floja en una muralla es cosa arriesgada. De noche, con un tajazo de campeonato y soplando un viento de morirse, aquello era menos que suicidarse. No sé si el chaval lo comprendió, o si se asustó al ver el pánico en los ojos de la chica, o si simplemente le dio un bajón, pero súbitamente hizo el ademán de bajar, sólo que con tan mala suerte que perdió el equilibrio, fruto de una racha de viento, y empezó a caer hacia atrás, hacia el vacío, hacia las olas que se lo tragarían. Todos nos quedamos aterrados, congelados… no era para menos. La chica intentó avanzar, Richi también, y creo que un par de amigos del muchacho hicieron lo propio; sin embargo, todo parecía ocurrir a cámara lenta, te lo juro, como si estuviese escrito que el chico tenía que morir y nadie pudiera evitarlo. Sólo en el último segundo, cuando sabíamos que no tenía salvación, logró echar todo su peso hacia delante y caer a nuestro lado, en suelo firme. No creas que fue cosa agradable, calló de boca, pegándose un trastazo contra aquel duro suelo de losa que, por un momento, pensamos que se había matado igualmente. No le había dado tiempo a poner las manos para protegerse la cara, y un gemido lastimero, acompañado de un manchurrote de sangre, nos indicó que el pobre muchacho se había tenido que dejar media boca en el suelo. Al menos, quien no se consuela es porque no quiere, estaba vivo. Los amigos se acercaron a agarrarlo, nosotros simplemente queríamos ver si sangraba mucho, la muchachita se abalanzó sobre él. Pero, en lugar de agarrarle y auparle, para nuestra sorpresa, la chica se puso a darle patadas allí mismo en el suelo, mientras no dejaba de repetirle una y otra vez que era un gilipollas. Los amigos debían pensar algo parecido, porque no la pararon hasta bien pasado un rato. Luego le levantaron y se lo llevaron, no sé si a su casa o al hospital. Desde luego, necesitaba un dentista urgentemente. Posiblemente también una novia o una hermana nuevas. 2008-04-26 18:25 | 2 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/57030
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