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LUCKE Y EL SECRETO DE CORTADURAFue en Semana Santa cuando conocí a Manolo Sierra, más conocido por su nick de Internet: Lucke. Ya en aquellos años era un tipo bajo y robusto, de espalda ancha, con el cuello en vías de extinción. Su piel blanca, casi enfermiza, contrastaba con las ropas negras que llevaba lo mismo en verano que en invierno, adelantándose a la moda gótica. Durante muchos años, Manolo, Lucke, había sido un estudiante modélico, había conseguido notas excelentes que le auguraban un futuro prometedor, pero en el proceso había perdido todo contacto con el mundo real, convirtiéndose en un Don Quijote moderno, adicto a los cómics, a los videojuegos, a las novelas de fantasía y a cualquier otra diversión que estimulara su imaginación y que pudiera practicarse en solitario. Un poco preocupados por la nula vida social de su hijo, sus padres tiraron de agenda, y contactaron a todos sus amigos que tuvieran hijos estudiando secundaria, con la esperanza de buscarle amistades reales al niño. Después de muchas llamadas, acabaron contactando con los padres de Joaquín.
Joaquín y Lucke eran la noche y el día. El uno golferas, mal estudiante y ligoncete; el otro inocente, empollón y tímido. Sin embargo, ambos sentían una pasión irrefrenable por Tolkien y la saga de la Dragonlance, por lo que hicieron buenas migas. Lucke casi enloqueció de alegría al descubrir que existía una cosa llamada rol, en la que podía juntarse con compañeros de afición y vivir en primera persona aventuras de tinte épico y fantástico. Y a nosotros nos vino estupendamente la incorporación, porque entre que el Cubano estaba bastante apagado por los problemas que tenía en casa, y que Alvarito estaba tomándose muy en serio lo de no repetir por segunda vez, nuestro grupo de jugadores había mermado drásticamente.
Joaquín y yo supusimos que era cierto, por ser Cortadura un lugar alejado y poco iluminado, donde sin duda podía conseguirse sobrada intimidad. Richi pensaba que aquello era un bulo, y que a Lucke le habían tomado el pelo. Como no lográbamos decidir si aquello era cierto o no, y puesto que en Semana Santa no se podía circular tranquilamente por el casco antiguo de la ciudad, decidimos ir aquella misma noche a Cortadura a comprobar la historia.
Hoy día, la salida de Cádiz está bastante adecentada, tiene algunas instalaciones playeras y un pequeño paseo bastante acogedor. En aquel entonces, el lugar era poco menos que un descampado de cemento a medio sepultar por la arena de la playa, aparcamiento espontáneo de aquellos que residían en los últimos bloques de la ciudad, alumbrado míseramente por una farola que parecía ir consumiéndose a cada minuto que pasaba. Ocultos entre los coches, en cuclillas para no asustar a ninguna posible pareja, oteamos el terreno en busca de movimiento. Y vaya, Lucke tenía razón, había un coche que se movía rítmicamente a pesar de estar parado, con la música muy alta para camuflar otros ruidos. Richi se mostró un poco dolido al descubrir que no lo sabía todo sobre la ciudad, ¡él que se consideraba un tipo de la calle que estaba al tanto de todo! No obstante, el dolor se le pasó enseguida cuando una idea surcó su cabeza: “No os mováis, ahora vuelvo.” Despacio, casi a cuatro patas, nuestro amigo avanzo hacia el coche, levantó la cabeza muy despacito, confiando en la oscuridad de fuera y en el furor de dentro para no ser visto, y se puso a contemplar el interior del coche. Tras un minuto, volvió a nuestro lado tremendamente perturbado: “Un pivón… en el interior… se la está tirando el novio… que buena que está…” Rápidamente, Joaquín, Lucke y yo nos lanzamos hacia el coche como lobos en celo, o mejor dicho, como adolescentes en celo. Pero Richi se nos puso delante, y nos convenció de ir de uno en uno, o corríamos el riesgo de ser vistos. Al pobre Lucke se le encendieron los ojos y empezó a exclamar en tono bajo: “Yo os he traído, así que me toca ir a mí.” Nos pareció justo, así que aguardamos nuestro turno. Igual que una serpiente, nuestro nuevo amigo se acercó al coche con el vientre pegado al suelo. Con mucho cuidado, levantó su cabeza para mirar el interior. Su cara mostró una sonrisa de victoria y complacencia por unos segundos, pero inmediatamente el gesto le cambió en una mueca de enojo. No habían pasado ni tres segundos cuando estaba golpeando los cristales del coche, a la par que gritaba: “¡¡Hijo de puta, hijo de puta!!” Imagino que los ocupantes del coche tuvieron que cagarse por la pata abajo. En mitad de la noche, pillados en pleno polvo, Lucke no debió parecerles un adolescente gritón, sino un gigantesco y demencial asaltante. Rápidamente agarramos al descontrolado Lucke, y medio a la fuerza salimos disparados hacia la playa, mientras el pobre conductor lograba encender las luces y arrancar su vehículo.
Ya más serenos, sentados frente al mar, Joaquín echó una bronca monumental a Lucke. “Tío, la broma de asustarles hay que dejarla para el final. Nosotros también teníamos derecho a ver a la chavala que se estaban tirando.” Lucke levantó la cabeza y, mirándonos con los ojos enjugados en lágrimas, nos dijo: “¡Es que a la que se estaban tirando era mi hermana!” Un incómodo silencio se levantó entre los cuatro. Nadie sabía que decir. Afortunadamente, Richi supo romper el hielo: “¡Qué dos tetazas!” Y con tres risas y un llanto desesperado, concluyó la primera salida nocturna de Manolo Sierra, alias Lucke. 2008-03-19 07:22 | 11 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/56349
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