Inicio > Historias > LA SEMANA MÁS LARGA 8: LA PERSECUCIÓN DEL MIÉRCOLES | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
LA SEMANA MÁS LARGA 8: LA PERSECUCIÓN DEL MIÉRCOLESMientras corríamos como locos persiguiendo a aquel pobre chaval, pensé que si lo cogíamos realmente le íbamos a dar una soberana paliza. La idea me aterrorizó, aunque la sensación de la caza y la superioridad numérica, me daban (nos daban a todos los que participábamos en aquella cacería humana) una embriaguez de poder que, afortunadamente, no he vuelto a experimentar nunca más.
¿Cómo había comenzado todo aquello? ¿En qué momento nos habíamos convertido en cazadores, en vigilantes urbanos dispuestos a cobrarnos venganza? Todo había comenzado el día anterior, cuando Alvarito se me había acercado para decirme crípticamente: “Se está rifando una paliza… y tienes que ayudarme a darla.” La rifa la había ganado el Pecas, aquel macarra adolescente que, junto a una novia y dos amigos, habían saltado a la fama a base de intimidar y robar a otros adolescentes. Como en aquel entonces, salvo odiosas excepciones, los adolescentes no manejábamos el dineral que parecen mover los niños de hoy, y como el Pecas no se conformaba con esnifar pegamento, sino que tenía un exquisito gusto por la marihuana, a la banda no le quedaba más remedio que pasarse todas las tardes amedrentando al personal. La mala suerte, o tal vez la pura estadística, hicieron que Blanca se topara con ellos un par de días antes. Y ya se imaginan ustedes: unos venga a pedir el dinero, la otra venga a decir que no, y así un rato hasta que la novia del Pecas se hartó y propinó tal guantazo a la pobre Blanca que, además de dejarse atracar, poco más y les deja propina. Blanca, avergonzada de lo ocurrido - a todos nos avergüenza no controlar todo lo que nos pasa, más a aquella edad - decidió no contar nada a sus padres. Aún así, llamó a su exnovio Alvarito y le relató lo ocurrido. Yo no sé si fue porque aún sentía algo por ella, o porque tenía ganas de descargarse con alguien después del cabreo monumental que se cogió cuando sus padres le dijeron que, si no aprobaba, le mandarían a un internado. El hecho es que Alvarito se había decidido a buscar al Pecas y darle una soberana paliza. Cuando me contó su plan, reconozco que me sorprendió bastante. No por la idea, que era tan impulsiva y poco acertada como todas las que tenía, sino por el hecho de que contara conmigo. “¿No estás enfadado conmigo? ¿No te mosquea que no apoyara tu decisión de enfrentarte a tus padres?” “Mira, Jose, estoy enfadado, no lo niego. Pero ante todo somos amigos. Y eso es lo que importa.” Tal vez así contado, ya pasado el tiempo, pueda sonar un poco tonto. Pero en aquel momento, las palabras de Alvarito me sonaron igual que debieron de sonar las del Rey Arturo al reclutar a sus caballeros. Aquello no era un favor ni una carga, era un deber. Acepté.
Se preguntarán mis lectores cómo acabamos persiguiendo a un pobre chaval por en medio de la calle, apenas pasado el medio día, sin que en nuestro colegio se diesen cuenta de que faltábamos. Bueno, no lo vayan contando por ahí, pero es que había un truco para escaparse de nuestro colegio. Ante todo, uno tenía que ir a clase a primera y segunda hora. Esas son las horas en las que los profesores controlan más las ausencias; luego, en lugar de contar a sus alumnos (y en aquel entonces contarnos era una locura, pues casa clase sumaba lo menos tres docenas de alumnos, si no más), se limitaban a copiar el parte de faltas que el profesor anterior había dejado. Aunque el profesor de turno no descubriera nuestra ausencia, aún estaba el problema de las puertas cerradas. Salir del colegio era difícil, no porque la dirección se preocupase de nuestra seguridad, sino por el monopolio que tenía la cafetería con los desayunos. Aquellos bocadillos de finas (finísimas) lonchas de tortilla rancia y fría, con su jamón barato a precio de caviar y su único camarero hacían de aquel un negocio redondo. Las rutas de escape eran tres. La primera tenía que ver con el servicio de cafetería, pues cada mañana llegaba un camión con provisiones, y entre que cargaba y descargaba, las puertas quedaban abiertas y sin vigilancia; así es como lograron salir Richi y Augusto. La segunda dependía meno de los horarios de entregas: consistía en entrar en el polideportivo, atravesar sus laberínticas dependencias sin ser descubierto, y alcanzar la calle por la salida de emergencia; así salieron Kike y Alvarito. La última vía de escape era un poco irreverente, pero bastante cómoda: entrabas en la Iglesia del colegio en el recreo, y hacía como que rezaba, camuflado entre beatas y capillitas desocupados, y a la primera de cambio tomabas la puerta que daba a la calle; así es como salí yo. Sólo faltaba el Cubano, que aquel día no vino a clase, no sabíamos si por miedo a meterse en problemas o por haber caído víctima de la gripe.
Nuestra mañana pasará a los manuales de caza como un ejemplo de lo que no hay que hacer para atrapar a una presa. Primero, teníamos el problema de que no teníamos ni idea de cómo era el Pecas. Vale, tenía pecas, una novia y dos matones, pero era de suponer que no iría a todas horas con ellos. Como el periódico nunca mostraba fotografías del chico, digo yo que por aquello de ser menor, decidimos vagabundear por las zonas en las que actuaba. Por allí pasamos todos juntos, en manada, lo único que evitó que un policía nos parase y nos preguntara que hacíamos en los peores barrios de la ciudad era que, bendita diferencia de clases, los barrios pobres apenas eran patrullados por aquellos años, salvo que se hiciese una redada o se acercaran las elecciones. Pasamos la mañana dando vueltas, sin hablar demasiado, eligiendo casi al azar las zonas por las que podría estar ese tal Pecas al que, ¡sorpresa!, no encontrábamos por ninguna parte. Solo después del medio día vimos a un chaval, más o menos de nuestra edad, sentada en un destartalado parque de cemento fumando un porro. Y tenía pecas. Y Alvarito se lanzó como loco hacia el chaval, y Richi ni se lo pensó, y Kike, Augusto y yo nos miramos y nos lanzamos tras nuestros compañeros, qué remedio nos quedaba, sin saber muy bien cómo iba a acabar todo aquello. El pobre chaval, que posiblemente no fueras el Pecas original, tan solo un chico que se había escaqueado de clases, salió corriendo nada más ver la estampida que se le aproximaba.
Así llegamos al principio de nuestro relato, es decir, nosotros persiguiendo a aquel pobre desgraciado cuyo único pecado había sido tener un rostro pecoso. Temeroso de lo que pudiera pasar, acabé ralentizando mi carrera, y muy pronto Kike y Augusto (ambos asmáticos) no tuvieron más remedio que imitarme. No sé si Alvarito se paró por no seguir solo, o tal vez por haber quemado todas las energías, todo el odio que llevaba acumulado en los últimos días. Richi siguió corriendo un poco más, pero finalmente también paró. Aquel pobre desgraciado desapareció de nuestra vista. Creo que nunca más lo he vuelto a ver. Al vernos agotados, al darnos cuenta de la arbitrariedad que acabábamos de cometer, hicimos lo único que podíamos: nos reímos como locos de nuestra impetuosidad, es decir, de nuestra estupidez.
Cuando ya nos íbamos para casa, acompañados por el miedo de que algún profesor hubiese descubierto nuestra ausencia y hubiera llamado a casa, Alvarito se me acercó y me ofreció la mano. “Gracias.” Se la estreché con sincero afecto: “Hemos corrido todos.” “No. Gracias por llevarme la contraria el otro día. Tenías razón… más o menos. Me jode que tengas razón… pero o me pongo las pilas, o las voy a pasar putas en un internado. Algunas veces hay que oír la verdad, aunque te fastidie.” Volvimos a darnos un apretón y nos marchamos, cada uno por nuestro lado. Richi me acompañaba, todo se había arreglado aunque nada se había solucionado. Las palabras de Alvarito aún sonaban en mi cabeza. De repente, todo estuvo claro en mi cabeza. “Richi” dije con un tono casual, absolutamente convencido de lo que debía hacer, “voy a decirle al Cubano la verdad sobre su padre. Tiene que saber que su padre engaña a su madre, aunque le joda.” 2008-03-12 00:19 | 12 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/56203
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