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LA SEMANA MÁS LARGA 7: EL MARTES DE LOS LABIOS PARTIDOSChica bronca me echó Richi aquel martes a primera hora: “¿Cómo se te ocurre echarle la bronca a Alvarito? Sus padres quieren llevarle a un internado… ¡y tú por poco les das la razón!” “Pero el plan de Alvarito es estúpido” contesté. “Planea pasárselo muy bien ahora, y luego pasarlas canutas todo un año en un internado en la quinta puñeta.” “Pues claro que es un plan estúpido. ¡Alvarito no es un genio que digamos! Pero es su plan, su única forma de enfrentarse a sus padres, y deberíamos de apoyarle, no decirle qué debe hacer.” Sonó la sirena y el profesor entró, aún dormido. Me quedé pensando en lo que Richi me había dicho. ¿La amistad consistía en dar buenos consejos o apoyo leal? Desde luego, era maravilloso que te dieran la razón cada vez que contabas las crueldades que tus padres cometían contigo (no dejarme ir a un concierto en la otra punta de España, no dejarme salir hasta las 7 de la mañana, y cosas por el estilo). Pero por otro lado, tampoco quería vivir en un mundo irreal, engañado por el fuel apoyo de mis amigos.
Mis cavilaciones tocaron a su fin cuando, aprovechando que el profesor escribía una fórmula incomprensible en la pizarra, que él mismo se paraba a mirar con inseguridad cada pocos segundos, Joaquín - mi compañero de pupitre - me comentó: “Supongo que estarás pensando en el lío de los cuernos, ¿no?” Me quedé de piedra. Joaquín era un tipo listo, solía enterarse de muchas cosas antes que los demás… ¿pero cómo podía saber que el padre del Cubano tenía una aventura? “¿Cómo te has enterado...? ¡Se supone que nadie lo sabía!” algunas cabezas se giraron, supongo que por la vehemencia con la que pregunté. El profesor, mientras tanto, revisaba aquella interminable fórmula que no terminaba de salirle. “Lo sabe todo el mundo.” Me quedé helado. “¿Cómo se enteraron?” “Bueno, ya se rumoreaba”, comentó Joaquín, como quitándole importancia al hecho. “Nunca lo habría imaginado. ¿El Cubano lo sabe?” “Claro que sí.” Una sensación de tranquilidad me invadió. El Cubano lo sabía. Había quedado liberado de darle aquella noticia, ni sería culpable por fingir que no sabía nada. “¿Y cómo se lo ha tomado?” pregunté, preocupado por mi amigo. “Ah, pues como todo el mundo. Dijo que se veía venir.” Joder, vaya madurez la de mi amigo. Yo lo habría pasado mucho peor si hubiese descubierto que mi padre tenía una aventura extramatrimonial. “El Cubano es muy maduro, ¿no crees? Yo en su lugar estaría hecho polvo.” Joaquín me miró con esa cara que aún pone cuando digo alguna incoherencia etílica. “Joselito, pisha, ¿tú y yo estamos hablando de lo mismo? Porque dime tú en qué le va a afectar al Cubano que la Sandra Mora le haya puesto los cuernos a Teodoro.”
Sandra Mora era el mito erótico del colegio, la chica fácil con la que podías hacer cualquier cosa. Una mala compañía que todos querían frecuentar. Teodoro era el novio de aquel mes, un chulo de playa al que la chica había ignorado durante los dos últimos meses. En la ecuación entraba otro chico, un año mayor que nosotros, de otro instituto, con quien Sandra había engañado supuestamente a su novio. No sabría decir cómo fue, pero como si de dos galanes dieciochescos se trataran, habían quedado en la plaza de toros (es decir, en el parque que habían construido cuando derribaron la plaza de toros) junto al colegio, para partirse la cara no sé muy bien porqué, si para defender su honor, si para lidiar por la chica, o simplemente por darnos a todos un espectáculo. Al parecer, desde el lunes se venía cotilleando que iban a zurrarse de lo lindo, y los cuernos habían sido la comidilla de todo el colegio. Pero yo, siempre despistado, ensimismado con los problemas de Alvarito y el Cubano, ni me había enterado.
Reconozco que tenía ganas de desconectar, así que al salir del colegio seguí a Joaquín y al centenar largo de alumnos que quería contemplar la contienda en la plazoleta. Las peleas de adolescentes al salir de clase tenían, en aquel entonces, algo de noble y heroico. Eran una burrada, qué duda cabe, pero los dos contendientes no disponían de amigos ni profesores en los que escudarse. En cierto modo, aquello era un duelo, con cientos de testigos dispuestos a hacer de padrinos. No recuerdo mucho de la pelea. Llegué algo tarde, y tuve que ponerme de puntillas para ver algo. A Teodoro le partieron el labio de un puñetazo, y él le hizo una brecha a su contrincante al darle una patada con aquellas botas de puntera metálica. No ganó nadie, claro está, simplemente se zurraron de lo lindo hasta que los amigos se metieron en medio, susurraron un: “Le has destrozao, tío” a cada uno, y pararon la pelea.
Fue divertido. Suena mal decirlo, pero nos lo pasamos estupendamente. Así debían sentirse los romanos al contemplar una lucha de gladiadores, no cabía la menor duda. Esa excitación al ver la sangre, ese apostar inconscientemente por este púgil o por el otro. Había algo de animal en todo aquello.
Cuando todo hubo acabado, me dispuse a irme con la marea humana que se había concentrado. Sin embargo, me encontré con Alvarito delante de mí, serio, muy serio. Sólo dijo: “Se está rifando una paliza… y tienes que ayudarme a darla.” 2008-03-11 07:27 | 6 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/56184
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