Inicio > Historias > LA SEMANA MÁS LARGA 6: NINGÚN LUNES PUEDE SER BUENO | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
LA SEMANA MÁS LARGA 6: NINGÚN LUNES PUEDE SER BUENOUna de mis canciones preferidas de The Cure se llama “Friday I’m in Love”. En ella, el grupo describe los lunes como días tristes y deprimentes, y advierte que en ellos “puedes desmoronarte... puedes perder la cabeza.” A mis 15 años yo no sabía de la existencia de este conjunto, pero de haberlos conocido, de haber oído esa canción, no habría podido estar más de acuerdo con aquellas palabras. Fue un lunes, triste y deprimente como cualquier otro, cuando toda mi pandilla dejó de hablarme.
El problema del Cubano parecía menos grave, menos inmediato, ante la terrible noticia que Alvarito me había dado el día anterior: sus padres iban a meterlo en un internado. Había tenido una pelea terrible con ellos, y aunque no podía contar demasiado por teléfono, había prometido explicárnoslo todo en el colegio. A diferencia de nosotros, que estudiábamos con mayor o menor fortuna 2º de BUP, lo que hoy día es 4º de ESO, Alvarito repetía con pésimos resultados 1º de BUP. En parte podía entender las malas notas de nuestro amigo: aunque estábamos en clases diferentes, toda la pandilla se encontraba en el mismo pasillo, íbamos juntos a las excursiones del colegio, e incluso coincidíamos en algunas optativas. Pero Alvarito estaba solo, en otra planta del inmenso edificio que era el colegio, rodeado de pipiolos de 14 años. Sí, sé que sólo era un año de diferencia, pero a aquella edad, en aquellos momentos, un año era muchísimo.
No fue hasta el recreo que pudimos ver a nuestro compañero. Tenía mala cara, no sólo de sueño, sino de auténtico mosqueo. Nunca antes había visto a Alvarito, con su cara de niño y su sonrisa eterna, estar preocupado por nada. Sin embargo, en aquel instante, parecía que sobre su cabeza pendiese una espada de Damocles. “¿Tenéis ya una idea de lo que pasa?” preguntó. Todos asentimos. Entre la noche anterior y el primer cambio de clase había informado a todo el mundo de lo que se nos venía encima. Todos habíamos concluido que perder a Alvarito sería como perder una parte de nosotros mismos. No podíamos imaginarnos las noches sin oírle pontificar sobre los partidos del Cádiz, sin el olor de sus cigarrillos baratos, sin sus chistes tontos irrumpiendo las partidas de rol. “¿Por qué te van a mandar a un internado?” preguntó el Cubano, que era con diferencia el que más tiempo pasaba con Alvarito, su mejor amigo. “Mis padres dicen que no hago nada… y bueno, en parte tienen razón. Me escaqueo de las clases particulares, y algunas veces del colegio, pero es que me aburro.” todos asentimos, obviamente: ¿a alguien le pueden divertir las clases a esa edad? “La verdad es que yo estudio poco, pero aunque me pusiera no serviría de nada. Algunas veces repito hasta cien veces un párrafo, y aun así soy incapaz de memorizarlo. Me puedo pasar una hora mirando una ecuación, y es como si estuviera en chino. Así que mi padre se ha empeñado en que soy un vago, que no me esfuerzo lo bastante. Yo le he dicho que no, que simplemente no valgo para estudiar, y se ha enfadado muchísimo.” El padre de Alvarito era interventor en un banco, y lo que suele llamarse un hombre hecho a sí mismo. Había empezado desde abajo, pasándolas canutas como botones, luego como plumilla, estudiando en los ratos libres, ascendiendo a base de dedicar horas y más horas. Para él, quien quería podía. Tal vez tuviera razón, pero era obvio que su hijo no quería. “¿Y es seguro que te mandan a un internado?” preguntó Augusto, que por aquello de ser el más mayor, siempre era el que se tomaba las cosas con más calma, como si todo lo que ocurría ya lo hubiera vivido. “Segurísimo… bueno, no… sí pero no…” le miramos confundidos. Comenzó a explicarnos: “Mi padre dice que, en caso de que me queden más de dos asignaturas, me mandará al internado en verano. Y si repitiera, o incluso si no pasara limpio, me quedaría en el internado.” “Entonces hay una posibilidad” exclamó Augusto. “No, no hay ninguna, porque me he decidido a no hacer ni el huevo. Esta es mi vida, y no voy a dejar que mi padre haga con ella lo que quiera. Yo no soy mi padre, y no voy a triunfar en las mismas cosas que él. Y como no tengo otra forma de resistirme, y como lo más probable de todas formas es que no pasara limpio, me lo voy a pasar tan de puta madre como pueda lo que queda de curso. Luego, no sé, imagino que el internado será caro y no me dejará allí más de un año.” Todos guardamos silencio unos segundos, mascando la información. Todos comenzaron a darle ánimos en cuanto comprendieron la situación. Aquella era una lucha similar a la de David contra Goliat, una lucha por la independencia y la libertad. Alvarito era un héroe adolescente que se enfrentaba desarmado al mundo adulto. Todos apoyaron aquella decisión. Todos, salvo una voz, que exclamó: “¡Eso es una gilipollez, y tú lo sabes!” Atónitos, todas las cabezas se giraron hacia el origen de dicha voz, hacia mí. Las miradas reprobatorias de todos mis compañeros se cernían sobre mí. Sí, afirmé una vez más, aquello era una tontería. Alvarito no era tonto. Tal vez su padre exageraba, tal vez fuera un poco cruel mandarle al internado… ¡pero la solución no era perder un año de su vida sin hacer nada! La solución no era enfrentarse a su padre, sino a su flojera, a su pereza. No era a su padre a quién debía demostrarle nada, sino a sí mismo. Debía demostrarse que era capaz de estudiar, de aprobar.
Un largo silencio se interpuso entre mis amigos y yo. Cuando se dijo la primera palabra, fue poco menos que para llamarme traidor. “Los amigos no estamos para dar lecciones morales, estamos para apoyarnos” dijo el Cubano. Aunque todos me tacharon de mal compañero, de pésimo amigo, el Cubano se sintió más ofendido, posiblemente por estar más unido a Alvarito. Todos esperaban que pidiera perdón, o al menos que me retractar. No lo hice. ¿Por qué me empeñaba en decir la verdad, o al menos la verdad que yo pensaba? Creo que era porque, en el fondo, quería ser igual de sincero y decirle al Cubano que su padre engañaba a su madre, que lo habíamos visto con otra mujer. Pero ahora, ante el silencio hostil que nos separaba, se me hacía imposible confesarle dicha verdad.
Sonó la sirena. Cada cual se marchó a su clase. Nadie me dirigió la palabra a lo largo del día. Había dejado en la estacada a un amigo cuando más me necesitaba. 2008-03-10 01:38 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/56154
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