LA SEMANA MÁS LARGA 1: ÚLTIMA CLASE DEL VIERNES
Los viernes eran días felices. El mundo, nuestro mundo de aulas, horarios y apuntes parecía al borde de la extinción según el reloj avanzaba hacia las dos de la tarde. Sólo unos minutos más y seríamos libres; libres para olvidar las aulas, para relegar los horarios al fondo de la maleta, para no volver a mirar los apuntes hasta el lunes siguiente. ¿Qué extraño embrujo tenían los viernes? Uno podía cerrar los ojos y hacer cientos, miles de planes: salir con los amigos, ver una película, leer tebeos, jugar al rol, alquilar un videojuego, conocer a una chica especial, despertarse tarde… Los fines de semana se nos antojaban eternos, minutos antes de las dos de la tarde. El lunes se nos antojaba lejano y remoto, el fin de semana iba a durar siempre. Mi compañero de pupitre, Quino, me mostró con aire de júbilo su reloj: diez minutos nos separaban de la libertad. Diez minutos y contando. En cada mesa, poco a poco, los murmullos iban creciendo, compartiendo planes y tejiendo esperanzas. Si te concentrabas durante unos segundos, un tumulto de voces y sueños te embargaban: “Me voy a ir a Roche…” “¿Hoy estrenaban…” “…le voy a pedir esta noche.” “Mis padres se van a…” “¡Silencio! ¡La clase aún no ha terminado!” Aquella voz ya gastada pero aún poderosa no era nuestra, sino la de la Pitu, la profesora de Lengua y Literatura. Ella tenía tantas ganas como nosotros de huir de aquellas aulas, de dejar atrás aquellos muros, pero era demasiado profesional para dejárnoslo ver. Aunque fuera a desgana, la clase debía continuar funcionando hasta que el timbre sonase. “¡Silencio bellacos!” El silencio se fue haciendo poco a poco. La Pitu nos observaba serena, profesional, tranquila. ¿Cómo podía fingir que no le importaba la llegada del fin de semana? ¿Cómo no podía sonreír ante el hecho de perdernos de vista durante dos días? “Quiero mandaros un trabajo para el viernes que viene…” ruido, protestas, un abucheo espontáneo. “Quiero que me hagáis una redacción. Quiero que me escribáis entre 2 y 3 carillas contándome quienes sois.” “¿Pero a estas alturas todavía no sabe quienes somos?” respondió Richi, molesto con la idea de tener que usar un bolígrafo para algo que no fuese dibujar. “Sé quienes sois. Lo que yo quiero saber es quienes pensáis vosotros que sois.” De repente, el ensordecedor ruido de la sirena recorrió los pasillos. Un millar de alumnos gritaron de alegría, el ruido de las cremalleras de las maletas se hizo ensordecedor, mesas y pupitres nos liberaban de su tenaza. “¡No dejéis que os coja el toro! ¡Escribidlo este fin de semana!” Pero nadie escuchaba los gritos de la Pitu. Era viernes y la sirena acababa de sonar. Faltaban mil años y dos días para que fuera lunes.
2008-03-05 09:23 | 1 Comentarios
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