EL BARATILLO
Hasta donde alcanza mi memoria, recuerdo pasear todos los domingos por el baratillo de Cádiz, al principio acompañado de mi abuelo y después, cuando ya era más mayor, sólo o acompañado por algunos amigos.
Los baratillos existen en casi todas las ciudades, tal vez no con ese nombre, pero sí con la misma esencia: un puñado de puestos callejeros donde uno puede comprar cosas antiguas por coleccionismo, por nostalgia o por puro consumismo; prácticamente nunca por utilidad. Porque… ¿qué utilidad puede tener una lámpara antigua asediada por el polvo y el óxido, un vinilo sin funda del grupo Parchís, álbumes de fotos (¡con fotos de extraños!) de hace más de 20 años, pilas usadas, libros raídos y tebeos amarilleados por el tiempo y la humedad?
En Cádiz, el baratillo se construye alrededor de la plaza de abastos, y tiene un aire a bazar árabe en tanto que es laberíntico, casi improvisado, pero los que somos fieles clientes sabemos localizar lo que queremos en apenas un momento. Algunos puestos son pura improvisación, una manta o una lona tirada en el suelo con una amalgama de objetos esperando ser vendidos; otros son auténticas obras de ingeniería, tablas, caballetes y cajones armoniosamente colocados, mostrando mil y un productos igualmente sin valor, pero bien clasificados.
Por el baratillo puedes desayunar, pues hay tiendas de churros tan exquisitamente grasientos que después, a menos que lleves algo donde limpiarte, tendrás que soportar los dedos grasientos el resto de la mañana. Puedes encontrarte con amigos, viejos conocidos, confidentes que te indican dónde comprar tal ganga, dónde vender tal otra. Porque sí, en el baratillo se compra y se vende, y esos tebeos que ya no quieres, esos libros que sobran e incluso esas revistas que pensabas tirar, pueden acabar dándote unas monedas para tomarte una tapa y unas cañas.
Hace ya tiempo que no voy por el baratillo. Sus tiendas han cambiado, y los tebeos han dejado lugar a sus dvds, videojuegos y cds piratas. Sus viejas lámparas, sus estropeados radiocasetes han sido suplantados por mandos y cartuchos de desfasadas videoconsolas. Mas sigue siendo agradable pasear por esa suerte de caótico mercado dominical, pues donde antes sólo había yonkis y maduros gaditanos sacándose un sobresueldo, hoy te puedes encontrar un babel de vendedores, de pieles distintas, de acentos variados, que dan más que nunca un sabor y un color especial al baratillo.
2008-02-10 12:41 | 5 Comentarios
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Comentarios
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La verdad es que he ido al mercadillo un par de veces pero cuando he ido he podido apreciar lo que expresas en el post. Hay cosas de todo tipo, todas inútiles.
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Una vez, en una esquina, me vi a dos hombres mayores que vendían CDs piratas y videojuegos igualmente pirateados. Eran de esas personas que parecen de lo más garrulas del mundo, que te imaginas que saben leer a duras pena; pero de repente, mientras miraba sus mercancías, les escuché ponerse a hablar de informática (sobre redes P2P)... me quedé alucinado, sabían bastante más que yo y que la mayoría de mis amigos. |
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en Sevilla he llegado a ver un puesto vendiendo sables de la invasión de Napoleón, casco de la II Gerra Mundial, ballonetas.. todo tipo de material bélico vamos. |
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Je, je... pues mira qué sorpresa me llevé en un baratillo :-) |
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