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SOL DE CARNAVALYa viene el Sol por aquí, por allí Mecano
Debió de ser un milagro, o tal vez es que nuestros padres habían comenzado a considerarnos maduros, pero el hecho es que aquel sábado de Carnaval nos dejaron volver a casa cuando nos diese la gana. No voy a describir cómo fue la noche porque, total, no tuvo nada de especial. Al menos, no lo tiene cuando la recuerdo hoy, más de diez años después. En su momento, no obstante, fue alucinante no tener que mirar el reloj, poder tomarte un par de cubatas sin miedo a volver borracho a casa (¡teníamos tiempo de sobra para despejarnos!), ir tranquilo, sin cargar a cuestas con esa sensación agobiante de que el tiempo jugaba en tu contra. Me resulta difícil recordar de qué nos disfrazamos. Creo que es lo malo del Carnaval, que uno acaba mezclando disfraces, anécdotas y años, y al final todo se vuelve un cacao de colores y trajes difícil de diferenciar. Por suerte, tengo aquí al lado unas cuantas fotografías que me sirven de chuleta. Así, aunque yo creía que aquel año no llevé disfraz, ahora descubro que lucí una capa negra y un jersey oscuro, acompañados del rostro ennegrecido por unas pinturas que el Cubano guardaba en casa (aquel sábado el padre tenía una reunión de trabajo fuera de la ciudad, y la madre nos dejó la casa para disfrazarnos), Augusto se vistió de peluche, el Cubano de vampiro, Alvarito y hablo Carbonell de mejicanos, Kike de marciana con minifalda (?) y Richi, la madre que le parió, se vistió de punk y ya no se quiso quitar el disfraz en los años siguientes. La noche fue divertida. Nadie se emborrachó, ni ligó, ni hicimos ninguna salvajada que nos valiese prisión preventiva. Bebimos una botella de whisky, que con todos los que éramos y lo larga que se hizo la noche, no provocó más que un leve chispazo. Saludamos a muchos compañeros de clase, pero sobre todo a Weber, que no vean el tío, iba vestido de romano y no sé cómo podía aguantar el frío que debía pasar con sandalias. Iba muy bien acompañado por un montón de chicas, y rápidamente suscribimos un acuerdo comercial para salir juntos el lunes. A las seis de la mañana, reventados como estábamos, nos fuimos andando hacia casa. Richi insistió en que cogiéramos por la Bahía, para que nos diese la brisa marina. Nos pareció una idea estupenda, no sólo por el tema del frescor marino, sino porque por allí se iba más tranquilo. De repente, Richi nos hizo pararnos: “Mirad allí, a lo lejos, es el amanecer.” Nos pusimos a mirar y, tras mucho entrecerrar mis miopes ojos, confirmé que a lo lejos se veía un resplandor. “Quedémonos aquí. En cinco minutos veremos el amanecer, que es precioso en esta zona.” Y tenía razón. Mi abuela vivía por allí, y las pocas veces que había madrugado al quedarme en su casa, había visto el sol salir a lo lejos, tras los astilleros, e iluminar el mar de tal manera que parecía que un barco pirata había derramado un tesoro de monedas de oro al fondo del mar. Esperamos, sí, pero el sol no salía. “El resplandor sigue igual, Richi.” protestaba Alvarito, al que le vencía en sueño. “Espera, leñe, que el sol se toma su tiempo en salir,” Y pasaban otros cuantos minutos, y aquel resplandor seguía igual, y el sol no salía. “En unos minutos veremos un espectáculo precioso…” Pero los minutos pasaban, el frío hacía mella en nosotros, y allí no se veía un pimiento. Al final, un poco cansados y hastiados de tanto esperar, a Pablo Carbonell se le ocurrió: “¿Ese brillo que vemos no será el de las luces de la carretera de astilleros?” Cabreado, Richi nos llamó “hombres de poca fe”, y nos invitó a largarnos si no queríamos esperar. ¡Él solo vería aquella preciosa puesta de sol y nosotros nos la perderíamos! Cansados, muertos de frío, le dejamos allí solo. Una hora y media después amaneció. 2008-02-02 18:30 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/55280
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