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LAS REGLAS DEL JUEGO (EDUCATIVO)Es un tema que aquí tratamos cada cierto tiempo, un tema que la prensa nos recuerda cada pocos meses, y que los políticos pretenden hacernos olvidar hablando de otras cosas. Me refiero, claro está, a la Educación Pública.Uno de los grandes problemas a la hora de enfrentar este tema es el fanatismo político, el creer que la chorrada o la nanería que ha sugerido tal o cual ministro, tal o cual diputado, es la pieza clave para resolver un problema que es vertical, es decir, que no empieza y acaba en el aula, sino que afecta también a la familia, a la sociedad y obviamente (digan lo que digan los enterados titulados) al estudiantes. Yo les comento algunas ideas que tengo al respecto, aunque me encantaría que ustedes, si lo desean y se sienten con ánimo, ampliasen o criticasen. Total, puestos a soñar, lo mejor es hacerlo con utopías. 1 – Dejar de mirar al pasado La sociedad española no es a día de hoy la misma que hace 20 (o 40) años. No sólo porque no seamos las mismas personas, sino porque ni siquiera somos la misma sociedad. Nuestras costumbres y puntos de vista han cambiado, por no hablar de nuestras necesidades. Es ridículo, por lo tanto, que nos planteemos si la educación era mejor o peor en el pasado. De hacerlo, caeremos en errores graves. Así, podemos pensar que en el Franquismo los alumnos disponían de un mayor número de conocimientos, e inocentemente podemos afirmar que estaban, en consecuencia, mejor preparados. Ahora bien, ¿qué sabían aquellos alumnos? ¿Qué uso práctico tenía saber de memoria la lista de los reyes godos, qué utilidad tenía saber traducir del latín la guerra de las Galias de César? El conocimiento puramente memorístico, incapaz de crítica y de contraste, no es deseable para un sistema Democrático donde, es de esperar, el pupilo de hoy sea votante crítico el día de mañana. Evidentemente, poseer conocimientos es importante, pero éstos han de ser un herramienta, no un fin en sí mismos. También es vano soñar con una férrea disciplina que no es aplicable. “En mis tiempos” recuerdan algunos “un profesor te daba un guantazo y se acababan los problemas en clase.” Tal vez ese sistema funcionase para solucionar problemas (o mejor dicho, para acallarlos), pero en una sociedad donde la disciplina física no se ejerce ni siquiera en el núcleo de la familia, ¿cómo podemos esperar que los padres y madres permitan que se ejerza fuera de la casa? Olvidan quienes consideran el guantazo a tiempo una herramienta útil que, acaso 20 años atrás, el padre aceptaba que al hijo se le diese un capón o un tirón de orejas porque se creía que así se le hacía madurar. Hoy, sin embargo, esa idea está desterrada en la mayoría de los hogares. 2 – Un presupuesto digno Al hablar de presupuesto, la gente cree muchas veces que se habla de infraestrucuras (aulas, salas de informática, etc.) y de sueldos dignos. Obviamente, es indispensable que al profesor se le pague si queremos exigirle que cumpla su tarea, y desde luego es impensable que se pueda aprender informática sin un ordenador, o idiomas sin escuchar una mísera palabra en otra lengua. Sin embargo, eso no es todo. En primer lugar, hay que recordar que vivimos en una sociedad en la que cada vez es más común que padres y madres trabajen ambos, por lo que las horas de estudio del hijo quedan a su libre albedrío en muchas ocasiones. La existencia de unas actividades extraescolares más variadas, más allá del ballet, el kárate y el fútbol,tales como los clubs de lectura, de cine, de teatro o de mil cosas más podrían permitir no sólo que el papi y la mami se quitasen al niño de casa unas horas, sino que ese tiempo se emplease en formación. Hablamos de sembrar en los alumnos una capacidad de crítica y de comprensión a través de sus aficiones. Además, es imposible mostrar el mundo aislados del mundo. Las clases deberían de ser abiertas, o al menos más abiertas que ahora. La excursión no debiera de ser solamente una anécdota trimestral, sino una forma de acercarse (dentro o fuera de horario de clase, y aquí empalmamos con actividades extraescolares) a las materias que estudiamos. Entender las mareas sobre el papel es tan ridículo como intentar entender la pintura del Greco sin mirar sus cuadros. Descubrir que la química no son sólo fórmulas, sino también laboratorios, experimentos, materiales... o descubrir que el lenguaje no reside sólo en libros eruditos, sino también obras de teatro, recitales de poesía, viñetas de cómics, letras de canciones o escenas de película. ¿Pero cómo hacer estas cosas con grupos de 30 alumnos? Efectivamente no se puede hacer, porque educar a 30 personas distintas, diferentes en sus capacidades y motivaciones, a las que apenas se ve durante tres horas a la semana es sinónimo de homogeneidad, es decir, poner un listón y el que pueda que lo salte. El que no pueda, o se le da un empujón en las notas o se le deja atrás. De ahí la necesidad de mayor número de profesores, que se hagan cargo de un número más reducido de alumnos, lo que permita realmente una atención a la diversidad. Y si se hacen grupos de diferente nivel (cosa que a priori me parece poco práctica, pues es sinónimo de crear guetos educativos), de “listos” y “torpes”, procurar que el objetivo no sea el aprobado, sino la superación. Así, tal y como decía un profesor mío, que la conciencia se quede tranquila no porque todos han aprobado, sino porque todos (o la mayoría al menos) han dado cuanto podían. 3 – Una ley realista Es ridículo que, a día de hoy, la lucha por la educación sea cuestión de “religión o educación para la ciudadanía”. Evidentemente, yo opino que el adoctrinamiento religioso en clase está fuera de lugar. Pero también es cierto que todo depende de cómo se imparta. Una clase de Religión que se centre en analizar las religiones desde un punto de vista histórico, que nos haga ver que el Islam no es ni más fundamentalista que el Cristianismo, o que todas las religiones parten de elementos míticos que intentan explicar la realidad, me parecería de lo más acertada. Una Educación para la ciudadanía donde se impartiesen ideas que luego se repiten de carrerilla, sin entenderlas ni analizarlas, como si de “Principios del Movimiento” se tratara, me parecería algo abominable (peor aún, me parecería una oportunidad perdida). Una ley realista significa una ley de consenso, una ley que vaya a durar más de una legislatura. Una ley que afronte los problemas reales a los que se enfrentan las instituciones educativas, desde los puramente académicos (estudiar y aprobar) a otros más amplios (sexualidad, educación frente a las drogas, igualdad, etc.) Y por supuesto, implicar a padres y profesores, usar la experiencia práctica de progenitores y docentes (entre otros, de acuerdo), que a fin de cuentas saben son los que más experiencia tienen con los adolescentes. Finalmente, una ley realista significa también una ley que prime lo público frente a lo privado, que no cree centros de primera y segunda clase. Una ley que no tenga miedo de ser deficitaria, pues un sistema que instruya a buenos ciudadanos, capaces e inteligentes, nunca puede ser deficitaria. 4 – Perder el miedo al fracaso El miedo al fracaso, al suspenso, a que repitan muchos alumnos. Se aprueba de aquella manera, unas veces por causas aceptables y razonadas, otras simplemente por cumplir un cupo. Los alumnos aprueban porque hay que cuadrar los porcentajes, no porque reunan las condiciones. ¿Qué pasaría si se suspendiese más seriamente, si se repitiese si no se superan los objetivos? En dos, tres años lo más, los alumnos comprenderían que aprobar es sinónimo de esfuerzo. Un esfuerzo aceptable, claro, que no se basase solo en la memorización, sino también en la capacidad de aprendizaje, de relación de contenidos, de interiorización de las materias. Créanme, el mundo no se pararía porque hubiese muchos repetidores: los alumnos son inteligentes y aprenden rápido las reglas del juego. No obstante, lo que les he comentado no sólo es una utopía, es un peligro. Porque imagínense que pasaría si el día de mañana los españoles votasen a los partidos no por sus colores ni por el volumen de sus gritos, sino por sus programas y su realismo. Imaginen, teman, lo que sería de un país en el que la población fuese crítica ante la publicidad, ante los medios de comunicación, ante los espectáculos de masas. Piensen, a fin de cuentas, lo que sería de este mundo si buena parte de la población comenzase a cuestionar cada orden arbitraria que le llega. 2007-12-13 00:08 | 6 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/54032
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