PINCEL SOBRE EL LIENZO
En mitad de su cuarto, que ya de por sí rebosaba de libros, apuntes, tebeos, fotografías propias y ajenas, y un millar de cosas más, Augusto había instalado un enorme lienzo. En tan sólo unos días, a base de robar horas al sueño y de no salir el fin de semana, lo había llenado de… de eso, bueno, ustedes ya saben… de pintura. Porque voy a serles sinceros, yo ahí no veía nada más que un montón de pintura superpuesta, un color sobre otro, un brochazo sobre otro, sin forma ni gusto alguno.
“Bonito, ¿eh?” me dijo mi amigo.
“¿El cuadro?” él asintió, claro, hablaba de su cuadro “Ah, sí… ¡precioso! Tiene mucha… mucha pintura.”
“Mejor que sobre a que falte, ¿no?”
“Sí, sí, desde luego.” Entorné los ojos con la vana esperanza de vislumbras qué diablos era aquel cuadro. “No sabía yo que te gustara el arte abstracto.”
“Ah, claro... ¡Es que no me gusta! Yo todo lo que pinto es naturalismo, paisajes. Como este cuadro, ¿sabes? El abstracto no hay quien lo entienda.”
Miré una vez más aquel endiablado lienzo. Tal vez me hubiese crecido la miopía y por eso sólo viera borrones. ¿Sería acaso daltónico y me estaba perdiendo los trazos de colores más importantes?
“¿Qué es lo que más te gusta?” me preguntó.
“La coca-cola.” respondí, pensando que a lo mejor así nos íbamos a la cocina y dejábamos en paz a aquel pobre lienzo desfigurado.
“No hombre, yo me refiero a mi cuadro.”
“El pelo, el pelo es precioso.” Sí, aquello parecía pelo, claro, debía ser el retrato de un hombre o una mujer.
“Joder, tío, tú eres un poeta.”
“¿Yo?” Pregunté un poco confuso.
“Sí. Sólo tú llamarías pelo a las nubes. ¡Cómo se nota que te gusta escribir! Venga, vamos a tomarnos algo”
Una semana después me enteré de que aquel dichoso cuadro mostraba, en realidad, la playa de Chiclana (supongo que después de que Augusto consumiera pellote). Y es que nuestro amigo había conocido a una francesita que estaba pasando los fines de semana en la finca de al lado y, henchido de amor y arte, se decidió a dibujar la playa en la que solían pasear los sábados por las tardes.
Confiando en que aquello era una obra de arte, Augusto se llevó el cuadro al campo y se lo regaló a su amor francés. Lo increíble es que, en lugar de tener una reacción normal como romperle el cuadro en la cabeza, o amputarle las manos para que no volviese a pintar nunca más, la chica le recompensó con un dulce y sincero beso de agradecimiento.
No tengo ni idea de si llegó a pasar algo más entre él y la damita francesa. Durante mucho tiempo, cuando le preguntábamos, se limitaba a sonreír con cierta tristeza y comentaba que “un caballero no habla de sus éxitos ni de sus fracasos.”
No obstante, desde aquel día, no he vuelto a considerar “feo” ningún cuadro.
2007-12-08 12:25 | 2 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Verdoux |
Fecha: 2007-12-08 14:38 |
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cuando termine de reírme te pongo un comentario que ahora no puedo "concretar" nada ...
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