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EL PADRE DOMECQEl padre José Manuel Domecq, que por aquel entonces debía rondar los cuarenta años, era el mejor profesor de Religión que habíamos tenido. A diferencia de los otros profesores que intentaban enseñarnos los misterios del cristianismo, él no caía en el absurdo de las pancartas bien intencionadas denunciando el hambre en un país del Tercer mundo, ni en las canciones progre-católicas que ensalzaban una amistad y una hermandad que luego no veíamos en ninguna parte, ni siquiera nos hablaba de Jesucristo.Una clase del padre Domecq consistía en estudiar, pero estudiar de verdad, tomando apuntes a toda ostia, la evolución del Cristianismo desde la muerte de Jesús hasta la actualidad. Pero sin mitos, sin milagros, sin resurrecciones ni intervenciones divinas. Simplemente la lucha entre los diferentes poderes dentro de la Iglesia primitiva (ese San Pedro superado por San Pablo), el uso que el poder político hizo de los religiosos cristianos (ese Constantino el Grande invitando a su mesa a los obispos), y cosas por el estilo. Y a nosotros nos encantaba, o al menos a la mayoría, porque aquellas clases estaban llenas de intrigas palaciegas, cuchilladas traperas, oportunidades perdidas y cosas por el estilo. Era un cuento de fantasía, con guerras y todos, como la rebelión contra Roma de un sector judío. Aquel hombre, enemigo de usar la sotana más allá de lo estrictamente necesario (es decir, nunca, pues para la misa usaba otros atavíos), pertenecía a una familia bodeguera muy importante. Sin embargo, el chico había salido díscolo, o bohemio, o ambas cosas, y sus padres y hermanos le habían buscado un oficio con futuro. Y seamos sinceros, curas, funcionarios y enterradores habrá siempre, y no siendo su intención ponerse a estudiar ni el usar una pala, le ordenaron sacerdote a golpe de talón. El padre Domecq era muy respetuoso con la religión cristiana, que por supuesto profesaba, pero a su particular manera. Por ello, nos advertía siempre del peligro del fanatismo, y siempre aconsejaba pensar por nosotros mismos y no dejar que otros nos dijeras qué debíamos creer o cómo debíamos interpretar el mundo o la religión. Tenía también una curiosa idea sobre la sexualidad y sobre Dios. Según nos decía “todo lo que hay en la naturaleza lo ha hecho Dios. Si la sexualidad es natural, ¿qué problema hay en disfrutarla? ¿No disfrutamos de una buena comida o de una puesta de sol?” Ya pueden imaginarse que, así las cosas, sus clases de sexualidad (¡menudos los del colegio, poner a un cura a hablar de sexualidad!) eran las mejores. “Una paja por la mañana no es mala cosa” nos decía “así uno descarga tensiones, empieza el día con una sonrisa y atiende a los estudios, en lugar de ponerse a pensar en novias y amigas.” Siempre había un tonto que era más papista que el Papa, y decía aquello de: “¿Pero las pajas no son pecado?”. El padre Domecq le fulminaba con la mirada, y respondía algo así como: “Pecar es dejar que un pobre muera de hambre; usar la fuerza contra el débil; cerrar los ojos a las desgracias ajenas. Lo que tú me preguntas se llama sexualidad, y es tan humana como el hambre y la sed.” Y todos nos quedábamos ahí quietos, con los ojos como platos. Era el primer cura que no decía que éramos carroña pecadora, y al que no teníamos que mentirle para que nos considerase personas dignas. Un par de años después de haberlo conocido, cuando ya no era profesor mío, me lo encontré en el Puerto Santa María. Yo iba con Weber, un compañero de clase, que me había pedido que le acompañara a casa de su tía a hacer un recado (siempre he sido muy servicial cuando me pagan el viaje y me invitan a comer); el Padre Domecq iba de calle como siempre, junto a una mujer de más o menos su misma edad. Creo recordar que la mujer era atractiva, y desde luego es seguro que iban cogidos de la mano. Él me vio y yo le vi. Me quedé un poco paralizado, porque sabía que seguía siendo cura. Intentando no meter la pata, dije: “Hola P… Don José Manuel.” Él se paró y nos dio la mano a Weber y a mí. Luego, nos presentó a la mujer que iba a su lado, con un ingenioso: “Esta es Pilar. No es mi hermana.” Nos sonrió y entendimos. Hace ya tiempo que no veo al Padre Domecq. Ni con sotana ni sin ella. Era un hombre extraño. El mejor profesor de Religión que hayamos tenido. 2007-12-05 09:49 | 8 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/53863
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