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APROBANDO LATÍNA su secreta manera, los profesores disfrutaban llamándonos “la peor de todas las clases”, creyendo que así minaban nuestra moral. Pero a nosotros nos encantaba, porque nos sentíamos especiales y diferentes a todos los demás cursos y clases. Además, cuando suspendíamos teníamos la excusa de que éramos la peor de todas las clases, y claro, a ver quien estudia en ese ambiente; pero si por el contrario aprobábamos, aunque sólo fuese de refilón y con ayuda divina, nos sentíamos los mayores genios sobre la faz del planeta, pues habíamos derrotado a los profesores a pesar de que estos nos consideraban los peores alumnos de la historia.En el colegio no había conocimiento, y los exámenes nada tenían que ver con aprender para el mañana. Lo que nosotros hacíamos era combatir a los profesores, y aprobar era derrotarles a pesar de sus múltiples intentos por suspendernos. Ellos, por supuesto, debían de seguir un código, no podían suspendernos sin más: tenían que hacer exámenes, poner negativos, recoger trabajos… En clase de Latín nadie solía dar ni golpe, particularmente Vázquez y el Peluca. Mientras todos hacíamos como que nos interesaba mucho la asignatura, pero realmente jugábamos a los barquitos tras los libros (¡que grandes almirantes dieron nuestras aulas!), estos dos desconectaban absolutamente, se ponían los cascos y se perdían en los confines del universo Metal. Ambos sabían que suspenderían, que habían perdido su batalla contra la lengua romana. Las razones para tal derrotismo eran, no obstante, bien distintas: a Vázquez se le había muerto un hermano dos meses atrás, ahogado en la playa, y estaba totalmente ausente; el Peluca simplemente era demasiado garrulo para entender que había otros idiomas además del gaditano. A primeros de Diciembre, la profesora de Latín nos adelantó cual serían nuestras notas: el Peluca un Muy Deficiente, un cero patatero, vamos; Vázquez un aprobado, en teoría porque en el último examen se había comenzado a poner las pilas, en realidad porque la profesora quería apoyarle en aquellos momentos difíciles. No sé si aquella forma de apoyo era buena o no, pero la intención sí que lo era. Al Peluca, sin embargo, aquello le sentó fatal. “¡Si llego a saber que con que se me muera un hermano aprobaba por la cara, le meto un empujón al mío cuando se asoma al balcón!” gritaba, ante el horror de la profesora y la sonrisa sorprendida de nosotros, sus compañeros. “¡No bromees con eso!” exclamaba la atribulada profesora. “¡Mucho morro hay en este colegio! ¡Mucho enchufe!” gritaba como un poseso el Peluca. Tanto elevaba la voz que se empezaron a concentrar en nuestras ventanas alumnos y profesores provenientes de otras clases. “Te voy a poner un parte, y te vas a llevar tres días pensándotelo en casa.” dijo, más serena, la profesora. Creo que el tener público la había incitado a ponerse dura. El Peluca estalló (aún más) y empezó a gritar mientras alzaba su puño, con intención de golpear algo. Vio la pared, de cemento, y se lo pensó mejor. Vio el cristal de la puerta, fino y delgado, y lanzó un señor golpe que lo partió con un rechinar extraño. Tres semanas, y no tres días, estuvo el Peluca fuera del colegio. Una semana de expulsión, por romper un cristal. Dos semanas más con puntos, curas y radiografías en la mano. Al final del curso, no obstante, aprobó Latín. No sé si le dio por estudiar, o si le pasaron la mano. 2007-12-04 13:19 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/53842
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