EL VIEJO ARTISTA
Creo haberles contado ya que Richi, el bueno de Richi, compensaba el ser un estudiante horrible con una capacidad extraordinaria para el dibujo. Ya de muy pequeño hacía sus tebeos, unas veces imitando a Ibáñez, otras remedando los cromos de superhéroes que regalaban con la repostería industrial. Y luego, adolescente ya, descubrió el manga japonés, cuyo estilo abrazó con gran entusiasmo.
Sería ridículo decir que Richi dibujaba bien por simple talento. Se pasaba muchas horas al día (todas las que pasaba en clase) garabateando personajes, componiendo escenas de lucha o caricaturizando a los profesores. Sin embargo, había que reconocer que parte de su talento era innato, que aquella creatividad a la hora de forjar imágenes no la teníamos todos, por más que lo intentásemos (y les juro que yo intenté mil veces aprender a dibujar, aunque a día de hoy sólo sé abocetar rostros grotescos).
Un día, Richi me confesó que tenía un secreto. No, no era un pincel mágico, ¡qué más hubiésemos queridos todos! (porque de ser así se lo podríamos haber robado, y ser también nosotros grandes dibujantes). Lo que mi amigo dibujante tenía era un abuelo, jubilado y aburrido, que se había dedicado a la pintura para combatir el aburrimiento. Y resultó, vaya casualidad, que enseguida aprendió todos los principios básicos de la pintura, y fue capaz dominar la anatomía humana, las composiciones y los colores en tan sólo un par de años. Aquel hombre retirado y paciente había enseñado a su nieto, mientras hacía de niñera para él, cuanto debía medir una figura humana, cómo se tensaban los músculos o cómo podía variar un rostro según la forma de mirar.
Un sábado por la mañana Richi iba a llevarle algunos recados al abuelo, y me pidió que le acompañara. Compramos lo normal, claro, mucha fruta, algo de tabaco, el pan, la prensa… Ya íbamos muy cargados cuando nos acercamos a un pequeño kiosco, donde Richi pidió “las cosas de mi abuelo”. El kiosquero comenzó entonces, para mi asombro, a sacar más revistas porno de las que yo había visto en toda mi vida: negras, asiáticas, lesbianas, eróticas, duras, embarazadas… allí había material suficiente para pasar una larga temporada embarcado.
“¿Y eso?” le pregunté a Richi.
“Las modelos de mi abuelo” respondió, con sincera naturalidad. Y es que el abuelo de Richi era uno de esos pintores jubilados más listos de lo normal, pues en vez de dedicarse a sembrar su casa de paisajes y vistas gaditanas, tenía su estudio lleno de las más atractivas, exóticas y vistosas mujeres desnudas que jamás hubiese visto (también es cierto que, a los 15 años, uno no ha visto demasiada variedad).
Desde aquel día supe que pintar era un oficio maravilloso, y documentarse más todavía.
2007-10-27 12:11 | 3 Comentarios
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Comentarios
1
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De: foxy |
Fecha: 2007-10-27 14:02 |
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xDDD con toda la naturalidad
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2
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De: David Saltares |
Fecha: 2007-10-30 00:04 |
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Creo que el abuelo de Richi era un viejo verde con una buena excusa jejeje.
Saludos.
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