QUERIDO MAESTRO
Al nacer, allá por los años 50, sus padres le llamaron José María Vázquez, aunque en los 70 los amigos de la facultad le llamaban Chema, y en los 80 sus alumnos le llamábamos El Panoramix, supongo que debido a su larga barba cana y al aire de druida loco que se gastaba (aunque más que de loco, algunos dirían que de malvado).
Se hizo profesor, él mismo lo decía, por el dinero. “Los malo de la educación” solía recordar en voz alta “sois vosotros, los alumnos.” No sé si con eso quería decir que cada vez éramos más ceporros, o que en el fondo habría preferido trabajar de 8 a 3 en una oficina.
No era mal hombre, aunque se mostraba tremendamente duro con sus alumnos. Los exámenes de Historia que nos ponía eran interminables, con preguntas a desarrollar (imagínense a esos niños de 11 años desarrollando el Renacimiento o las Guerras Napoleónicas); los de Matemáticas eran un suplicio, con largas cadenas de números, a los que adhería corchetes, llaves e infinitos paréntesis; sus exámenes de Lengua, con aquellas infinitas frases que debíamos analizar, se nos antojaban directamente un infierno.
Era un profesor divertido, siempre y cuando no la cogiese contigo. Si fallabas una pregunta, te llamaba mongólico; si fallabas dos, hacía un comentario cínico, cruel y de mal gusto, que al resto de la clase nos hacía partirnos de risa. Por alguna razón, tal vez porque ya por aquel entonces yo también gastaba un humor extraño y surrealista, cogió cierta confianza conmigo y no tuve que sufrir sus burlas. Todo favoritismo me parece malo, pero desde luego fue un alivio pasar dos años sin preocuparme de ser acribillado por sus comentarios.
Cuando escribía en la pizarra, la gente se ponía en pie y le hacía cortes de manga, o se agarraban los huevos, como indicándole que si de ellos dependiera, se pasarían todas sus enseñanzas por el arco del triunfo. Un compañero le escribió una vez, en un examen, seis párrafos: si sumabas la primera letra de cada párrafo, se podía leer CABRON. Algunos incluso hablaban de hacerle una gran putada, que trimestre tras trimestre se iba retrasando, hasta que a fin de curso te dabas cuenta que nadie tenía riñones suficientes para enfrentarse a él (a otros profesores sí, por supuesto). Puede que él supiese de aquel odio que se le tenía, pero no le importaba demasiado, “Odiadme cuanto queráis, pero hacedlo en silencio.”
Aún hoy despierta en mí un sentimiento de repulsa y de admiración. A fin de cuentas, supo mantener una férrea disciplina sin apoyarse en nada más que su voz. Frente a profesores que, en un estallido, te podían agarrar del cuello o darte un cate, él siempre se mostraba sereno, distante. Sin embargo, esa habilidad para mantener un silencio incómodo, ese miedo que teníamos a llamar su atención, no me parecía (ni me parece) apropiado para un aula.
Es extraño como, con el paso de los años, los profesores normales que tuvimos acaban cayendo en el olvido, y sólo recordamos a los mejores y a los peores. Y, en algunas ocasiones, el mismo maestro cae en ambas categorías.
2007-10-05 10:51 | 3 Comentarios
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Comentarios
1
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De: David Saltares |
Fecha: 2007-10-08 00:22 |
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Especialmente me llama la atención tu última frase. Es una verdad como un templo. Mi profesor de matemáticas de secundaria y bachiller era muy serio y estricto, nos hacía trabajar duramente y nadie le tosia. En cambio era el que mejor enseñana y de vez en cuando hacía chistes, aunque manteniendo las distancias cuando era necesario. Siempre lo recordaré.
Saludos.
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2
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De: Jose Joaquin |
Fecha: 2007-10-08 10:42 |
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Más allá del estilo, yo creo que existen profesores gracias a los que aprendes, y profesores con los que aprendes a pesar de ellos.
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