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KIKE, EL PIJO DE ROCHEConocimos a Kike a principio de curso, un chaval bajito, con peinado de niño bueno, tan moreno que parecía mulato y pijo como él solo.Fíjense si sus padres tenían posibles, que las vacaciones de invierno las pasaba usualmente en Hawai, el Caribe y otros lugares exóticos. Por el verano se iban a Roche, esa maravillosa urbanización donde a golpe de talonario todas las construcciones acababan siendo legales, a un chalé que tenía a pie de playa. Supongo que esa sobredosis solar era la que le hacía parecer de ébano. Kike era, a pesar de sus excelentes vacaciones, un chaval triste y silencioso. La dura disciplina en casa, la obligación de aprobar con excelentes notas, las mil y una clases particulares necesarias para alcanzar dichas calificaciones, habían convertido a Kike en un adolescente saturado. Le conocimos por casualidad. Le habían sentado en clase al lado de Richi, y ayudaba a éste con las matemáticas y la física. No es que Richi aprendiera demasiado, pero el gesto le pareció encomiable, e invitó a Kike a salir con nosotros. No es que fuésemos una pandilla espectacular. Lo mismo se creen que éramos como Los Cinco, pero que va, nada más lejos de los normal: éramos unos adolescentes normales. Lo que pasa es que hacíamos de todo un poco: además de los botellones, que en aquella época no se llamaban así (no sé si tenía nombre), hacíamos ciclos de cine, partidas de rol, nos íbamos de excursión al campo de alguien, etc. A eso hemos de sumar que todos leíamos tebeos, por lo que entre préstamos y donaciones a fondo perdido, uno apenas tenía tiempo de aburrirse. Aunque Kike se lo pasaba bien, cada día se le veía más apagado. Un día, triste y casi lloros, confesó a Richi que le gustaría morirse. A ustedes, este deseo suicida les puede parecer una exageración o una pamplina adolescente, pero hay que entender que Kike, como todos nosotros, no dejaba de ser un niño; sólo que a él le habían impuesto un estricto horario que le conducía no a alcanzar sus sueños, sino el de sus padres. Richi nos reunió en comité de emergencia: ¡había que hacer algo con el pobre Kike! ¿Qué podíamos hacer? Una persona normal habría pensado en hablar con el tutor o el psicólogo del colegio, o con nuestros padres, para pedirles consejo. Como nosotros éramos de todo menos normales, nuestra solución pasaba por usar la Mágnum .44 de mistos del Cubano. Un sábado por la noche quedamos en casa de Richi. Los padres se iban a la peña La Estrella, a no sé que festival juvenil de cante y ocupamos el fuerte con la excusa de ver un puñado de episodios grabados en VHS de Lodoss War. Tras mucho estudiar por la tarde, el padre de Kike consintió y dejó que su hijo fuera. Nada más entrar por la puerta, Joaquín, Pablo, Alvarito y yo mismo agarramos al pobre Kike. Inmovilizado por brazos y piernas, le condujimos hasta el salón, donde le esperaba Richi con aquella Mágnum .44 de imitación. Al principio, Kike no entendió lo que pasaba (o mejor dicho, lo que queríamos hacerle creer que pasaba), hasta que Richi tuvo la bondad de explicarle: “Mira, Kike, como querías morirte, pues nada, hemos pensado en matarte. Así es más rápido y no te tienes que agobiar pensando en cómo hacerlo.” El chico se lo tomó a broma, claro, y se rió de forma nerviosa y entrecortada. Pero Richi, que ya se esperaba algo así, sacó el revólver por una ventana abierta y lo disparó (lo sacó poco, eso sí, para evitar una nueva visita policial). El estruendo silenció la risa de Kike, y sirvió de pistoletazo de salida de una vigorosa lucha por liberarse. No lo consiguió, claro está, aunque en el proceso nos llevamos arañazos, patadas y algún que otro moratón. Richi se acercó con el arma, la colocó en la sien y le preguntó si quería que disparase. Y Kike gritó lo obvio, claro está, que nanai del peluquín. Aún así, Richi apretó el gatillo, aunque el ruido quedó eclipsado por el soberano grito de nuestra víctima propiciatoria. Tras unos segundos, con los ojos envueltos en lágrimas, Kike comprendió que seguía vivo. Richi le explicó, con calma y sinceridad, que el arma era de mistos, y que sólo queríamos mostrarle lo hermosa que era la vida. Kike, que podía habernos mandado al carajo, que podía habernos denunciado que podía haberse liado a tortas con todos nosotros, decidió darnos un abrazo a cada uno. Nunca nadie había hecho nada así por él (y espero que nadie lo haya vuelto a hacer). Desde aquel día, aquel muchacho bajito, moreno y pijo se volvió un compañero inseparable. Supongo que la adolescencia es un lugar extraño, donde las acciones más absurdas tienen las respuestas más insólitas. 2007-09-27 13:50 | 9 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/52453
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