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VERANO TÓRRIDO (O EL ESTRENO DE VILLAVIEJA)El verano era, para qué engañarnos, una lata. Era aburrimiento, sofoco, culebrones televisivos interminables y empalagosos. Era quemarse la espalda y despellejarse como una lagartija, ponerse muy malito viendo a las guiris que bajaban a la playa a coger un poquito de color ("¡Niña, arrímate pa’ que se te pegue mi moreno!" que gritaba Antoñito). Y lo peor de todo: eran clases particulares para recuperar los suspensos que nos quedaban en el Instituto.Aquel verano nuestro Instituto decidió sacarse unas perrillas extras y ofreció la posibilidad de que los profesores de cada asignatura diesen, en el propio instituto, cursillos de recuperación durante el mes de Agosto. La dirección dejó bien claro que apuntarse a aquellos cursos, que por cierto valían un ojo de la cara, no significaba que los alumnos fuesen a recuperar forzosamente las asignaturas pendientes; algunos padres fueron tan ingenuos que se lo creyeron. Difícilmente puede alguien que no lo ha vivido saber el tremendo desgarro interior que significa para un chaval levantarse a las 7 de la mañana para ir, en pleno Agosto, al instituto a dar clases de sus asignaturas más odiadas. Aquella frustración, aquel malestar, se acababa convirtiendo en mala leche. Y la mala leche, qué puedo decir, la acaban bebiendo los que menos culpa tienen. Villavieja era un bebedor de malas leches nato, o lo que es lo mismo, un pobre chaval algo apamplado al que todo el mundo daba gato por liebre. Algún bien pensado dirá que aquello era bulling, pero eso es totalmente falso: el bulling consiste en ser un bestia y amargar la vida a alguien de forma machacona. Nosotros éramos más maquiavélicos, tal y como podrás comprobar a continuación. La máxima obsesión de todos los alumnos del instituto, a los 14 años, era mojar; es decir, echar un kiki, un polvete, un "hola-que-tal", un mete y saca, una embestida, llegar a la tercera fase, clavar la banderita, meter la bayoneta... acostarse con una chica, vamos. Realmente la mayoría de nosotros no tenía especial interés en las mujeres todavía, pero si besar a una chica daba prestigio y estatus social, acostarse con una era ser elevado al Olimpo de los dioses. Un día, en el descanso entre clases, Richi le preguntó a Villavieja: "Ey, ¿tú te has estrenado?" El pobre chico se puso rojo. En verdad, nadie se había "estrenado": las niñas de la clase no nos hacían ni caso (todas andaban enamoraditas de un delantero centro repetidor de 17 años), las de la pandilla tenían también sus amores inalcanzables, por no decir que en caso de haber querido alguna, no habríamos tenido lugar donde acometer la labor. Pero eso daba igual, el número da poder, así que todos nos reímos ante el silencio de Villavieja, dando a entender que teníamos una experiencia tremenda. Él se sintió algo confuso, ya que era consciente de que no éramos adonis griegos, ni ricos, ni tan siquiera teníamos novias. Richi, que tenía la broma planeada desde hacía una semana lo menos, puso su tono de voz más confidente y le dijo: "Es que tú no conoces a mi vecina Mariloli." No hace falta decir que nadie conocía a dicha vecina, porque la buena señora no existía. "Mariloli es una mujer mayor, de treinta años o así [es curioso lo que entendíamos por mayor], un poco ninfómana ella, que se pone en la azote a hacer topless." Villavieja abrió los ojitos como si fueran platos coperos, pues en una época donde no había Internet, ni el tanga ni el topless estaban de moda, la posibilidad de ver a una mujer medio desnuda era lo más parecido a encontrar El Dorado. Y aunque Villavieja quería saber más, mucho más, Richi se negó a seguir contando: "Luego se lo sueltas a tus padres, o a los profesores, y se nos cae el pelo." El pobre Villavieja se pasó una semana pidiéndonos más información, a lo que algunas veces respondíamos con un "Tú piensa mal y acertarás." A esa edad, uno puede pensar muy muy mal, así que ni se imaginan lo doblemente tórrida que resultó aquella semana para el pobre chaval. Un día, Villavieja prometió por enésima vez que no contaría nada. Richi se apiadó de él, y llevó más lejos aún la broma. "Mira, chaval, hemos pensado que deberías conocer a Mariloli, que estás muy necesitado." El pobre muchacho nos miraba con ojillos de "¡cómo lo sabes!". Richi continuó: "Mariloli quiere verte, pero tienes que darnos el dinero… para los preservativos, claro está." Para una persona normal, las 600 pesetas (3.60 ¤) que valía una caja de seis preservativos no era dinero. Para un adolescente, aquello era una pequeña fortuna: una semana sin fumar o sin recreativos, un fin de semana sin cine o barbacoa. Pero Villavieja no se lo pensó dos veces y pagó al contado. Unos días después, vestido de chaqueta por indicación nuestra, bañado en sudor y en colonia de su padre, Villavieja esperaba a las 5 de la tarde de un inolvidable 14 de agosto a que Mariloli le abriese la puerta del edificio. Por supuesto, la puerta de la casapuerta se abrió (unos minutos tarde, para hacerle sudar un poco más), pero no por acción de mujer alguna, sino porque Richi observaba desde su balcón la llegada del pobre amante. Rápidamente subimos a la azotea, en perfecto silencio, y dejamos la puerta entreabierta. Los ascensores los habíamos dejado en la última planta, con las puertas mal cerradas gracias a unas bolas de papel y celo que habíamos hecho, por lo que nuestra pobre víctima tuvo que subir de chaqueta, muerto de calor, las nueve plantas que le separaban de su refrescante trofeo. Cuando Villavieja abrió la puerta de la azotea no se encontró a la mujer de su vida, pero aún así mojó. O mejor dicho, aún así le mojamos. Al final, sus 600 pesetas sí habían sido empleadas para comprar preservativos, los cuales fueron rellenados con agua y arrojados contra el pobre chaval. Uno de ellos le rebotó en la cabeza y no reventó, otro le pasó de largo y se perdió escaleras abajo… los otros cuatro le impactaron y le dejaron empapado de agua y "lubricante natural que mejora la cópula" (o eso decía la caja). Villavieja se fue, nosotros nos partimos de risa toda la tarde. Cuando ya nos dolía el abdomen de tanto reír, nos empezamos a sentir algo culpables. Pero bueno, en el fondo habíamos ayudado al muchacho a aprender una dura lección. En clase, al día siguiente, pensamos que Villavieja no nos volvería a hablar ni a mirar. Temíamos incluso que se chivara a sus padres o a los profesores (supongo que no era posible, pues no quedaba muy bien decir "Señor director, pagué a unos compañeros para acostarme con una mujer, y al final lo que hicieron fue echarme agua y lubricante encima"). Para nuestra sorpresa, Villavieja se nos acercó con cara de alegría y dijo "Sois unos cabrones, menuda novatada me habéis gastado... pero ahora ya sabéis que no avisé a nadie más y soy de fiar. ¿Cuando quedamos de verdad con Mariloli?" 2007-07-04 00:43 | 13 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/50663
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