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TOC-TOCCada año la misma historia. Los veraneantes asaltaban playa, bares, terrazas y heladerías, convirtiendo en toda una odisea disfrutar de un buen baño tranquilo o cenar por la noche en cualquier sitio. Y aún era peor los fines de semanas, con domingueros gritones, bolsas de papas y coca-colas flotando en la orilla o riadas de niños pequeños que se tiraban arena y agua impactando siempre, dichosa puntería, contra tu cara.Aquel Julio, no obstante, todo eso nos daba igual. Los padres de Fabio se habían ido a pasar el verano al campo, habían dejado a su hijo de 16 años solo en casa. Como casi toda la pandilla tenía novia, los padres debieron pensar que nos dejaban un picadero perfecto. Pero ya fuese por tontos, por moralistas o por inocentones, lo cierto es que el piso acabó sirviendo para jugar todas las tardes al rol. Ahora les voy a contar un secreto que, ojo, no lo vayan difundiendo por ahí. Y es que la mayoría de nosotros teníamos novias pues porque sí, por echar el rato. Sí, claro, gustarnos nos gustaban mucho, pero nosotros nos divertíamos más bebiendo cerveza con lo amigos, jugando al rol y viendo maratones de los “Caballeros del Zodiaco”. Cosas de la edad, digo yo. Aquel verano habíamos alucinado con “Entrevista con un vampiro”, tanto la película como el libro, y no se imaginan lo bien que nos lo pasábamos jugando partidas de rol con vampiros, imaginándonos oscuros ambientes góticos y cosas así. Mira que teníamos imaginación, porque fantasear con ser un señor de la noche a las 6 de la tarde y con un calor de narices, me reconocerán ustedes que no era cosa fácil. Tanto nos gustaban las partidas que las ambientábamos con música, descolgábamos el teléfono para evitar llamadas inoportunas, y si hubiésemos tenido móviles hubiésemos hecho aquello que parece impensable a los 16 años: los habríamos apagado. Aquel sábado, mientras medio Cádiz se mataba por un sitio a pie de playa, nosotros bebíamos cerveza fría y jugábamos nuestra partida, fresquitos gracias al aire acondicionado. De repente, en el momento álgido de la historia, sonó el timbre de la puerta. “¡Mierda!” susurró Fabio “se me olvidó que mi novia quería ir hoy a la playa.” Levantándose muy despacito, indicándonos que el menor ruido podía descubrirnos, Fabio avanzó con un sigilo inaudito hacia la puerta, miró por la mirilla, y volvió pálido, asustado. “Es mi novia, y la tuya” dijo señalando a Lolo “y la tuya también” dijo señalando a Joaquín. Y justo al decir esas palabras, el timbre volvió a sonar un par de veces más. Menudo problema, imagínense ustedes. Las niñas habían venido hasta aquí, y no era plan de decirles que se fueran. Pero la partida nos hacía mucha ilusión, era muy entretenida, y nos tenía enganchados. Fabio rápidamente ideó un plan: “Nos quedamos callados, hasta que se piensen que no estamos y se vayan. Luego, por la noche, les decimos que fuimos a jugar a alguna otra parte.” En teoría, el plan era perfecto… pero pasaban los minutos, y no dejaban de llamar. A las últimas, extrañados por esa insistencia, las escuchamos decir: “¡Fabio, que sabemos que estáis jugando, que se oye la música de fondo!” Rápidamente, Lolo paró el CD que usábamos para ambientar, como si eso fuese a borrar todo rastro de que alguna vez sonó música. Por suerte, nuestra mente colmena ya había ideado un plan: escondimos libros y dados debajo del sofá, nos revoleamos por el salón en sillones, butacas y sofás varios, nos despeinamos un poco y Fabio acudió a abrir la puerta de entrada. “Hola chicas… nos habíais pillado durmiendo.” Los gritos que se oyeron a continuación no los olvidaré nunca. Cabreadas a más no poder, nos preguntaron si creíamos que eran tontas, si pensábamos que era creíble que seis tíos quedaran a las seis de la tarde de un caluroso verano para dormir la siesta juntos en el salón. Les dolió que las considerásemos tontas, que no quisiésemos ir con ellas a la playa. La novia de Lolo le dijo que adiós, que muy buenas, y ya no la volveríamos a ver. La de Fabio estaría una semana sin hablarle. La de Joaquín se contentó con llamarle de todo. Una vez se fueron, todos nos quedamos en silencio, mirándonos unos a otros con cara de sorpresa y de no saber qué hacer. De repente, alguien, puede que Fabio, volvió a poner música, Joaquín sacó los libros y dados de debajo de la mesa. Sonriendo, Lolo dijo: “¡Ahora ya no hay problema para que nos quedemos jugando hasta tarde!” y todos asentimos contentos. ¡Que diantres, aquella partida era muy buena! 2007-07-01 11:37 | 12 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/50608
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