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EL MITO DE CHATROULETTE (2 de 2)Este verano comenté mi fracaso al intentar tener intercambios de inglés en Chatroulette a un conocido y a una amiga, que a su vez me contaron sus propias experiencias, que resultaron ser totalmente opuestas. El chico me dijo que sus amigos eran bastante pacientes, pero que se veían recompensados al encontrar que les pedían mantener cybersexo; el secreto estaba, según este muchacho, en que las chicas perdían sus inhibiciones al no tener contacto directo con la persona y al saber que estabas a miles de kilómetros de distancia, como él mismo había descubierto recientemente. Por el contrario, mi amiga, esta me dijo que lo único que encontraba eran tipos que intentaban convencerla (generalmente de maneras bastante penosas) de que les enseñara los pechos; mi amiga no es una puritana ni nada por el estilo, pero no le encuentra placer alguno a desnudarse frente a un desconocido. No me cuadraba, pues mi experiencia, la de mi amiga e incluso la del documental que había visto eran que la mayoría de la gente que te encontrabas eran hombres. Por el contrario, había gente que sostenía (y no solo este conocido y sus amigos, como pude descubrir leyendo diversos foros) que aquello era el paraíso del cybersexo, ya que la inmensa mayoría de mujeres deseaba desnudarse delante tuya. ¿Cómo era posible que hubiese dos versiones tan distintas sobre un mismo fenómeno? Al hablarlo con un amigo, me explicó la razón por la que existían numerosas chicas ardientes: “No son reales.” ¿Pero cómo era eso posible? ¿No es prueba suficiente el hecho de que estés viendo a la chica a través de una cámara web? “Fíjate bien en algunos vídeos que hay por ahí, y verás que la chica está escribiendo mensajes de texto en el chat pero, en el vídeo, está alejada del teclado haciendo una danza exótica, acariciándose los pechos o haciendo cualquier otra cosa. Esos vídeos están sacados de otro sitio, y no tienen otra función que el engañar a los interlocutores.” Me pareció interesante y quise saber si sería difícil hacer algo así. Hice una búsqueda por Google y, en dos minutos, me había bajado un programa con el que podía poner un video grabado en lugar de la imagen de mi cámara web. En cinco minutos no solo logré hacer funcionar el programa, sino que ya tenía a mi alcance varios vídeos con los que podía engañar a la gente, si bien descarté todo lo que fuera mínimamente erótico o sugerente. Primero puse un vídeo de un cachas de gimnasio, con lo que conseguí que un buen puñado de chicas (la mayoría jóvenes y con cierto aire cani) se pararan a saludarme. Ahora bien, aunque alguna dijo que tenía un buen cuerpo, ninguna de las chicas me pidió bailes eróticos, desnudos parciales ni nada por el estilo (cosa que, por otro lado, el vídeo no podía hacer). Cuando les pregunté qué les parecía Chatroulette, la mayoría me comentaron que les gustaba porque era una forma divertida de matar la tarde o porque conocían gente de otras ciudades y países; sobre la gente que les pedía que enseñaran los pechos y les ofrecían cybersexo tenían una opinión bastante diversa, desde las que sentían auténtica repugnancia hasta las que decían que la mayoría de los chicos lo comentaban para ver si colaba, pero que ellas no se lo tomaban en serio. Las únicas mujeres deseosas de sexo fueron, efectivamente, dos vídeos grabados; uno de los interlocutores me reconoció que era un vídeo falso, y que lo hacía todos los fines de semana para reírse de lo tonta que era la gente. Cuando le comenté que mucha gente no sabía que aquello era mentira, me dijo que eso hacía que todo fuera mucho más gracioso aún. No tuve muy claro quién era más tonto, si el que picaba o el que dedicaba sus noches a fingir que era una chica ardiente.
Mi experiencia como un troll duró relativamente poco y fue bastante inofensiva, puesto que ni molesté, ni insulté ni provoqué a nadie, pero resultó más que suficiente para mostrarme varias cosas. La primera de todas es que Chatroulette está construida sobre un mito doble, pues por un lado se presenta como una nueva forma de chat cuando en el fondo es lo mismo de siempre solo que con algunas pequeñas variaciones que no alteran el resultado final: muchos hombres buscando sexo, muchas suplantaciones de identidad y un gran consumo de tiempo para encontrar a alguien mínima interesante. Además, el mito se magnifica al correr el rumor, prácticamente leyenda urbana, de que hay un gran número de mujeres reales (pues puedes ver sus vídeos “en directo”) con afán exhibicionista y deseosas de mantener sexo con el primer extraño que aparezca. Eso no quiere decir que no haya encuentros tórridos reales (virtualmente reales, quiero decir), pero al igual que ocurría con el mito de El Dorado, las exageraciones y las fantasías han acabado superando con creces a la realidad. Al final, a la gente no le importa demasiado lo que el interlocutor hace, sino lo que ellos mismos sueñan y proyectan en las demás personas. Curiosamente (o no) Chatroulette posee la posibilidad de hacerte una cuenta, y a cambio de una cantidad (imagino que mensual) puedes seleccionar el perfil de la gente con la que hablar. Esta opción es la principal beneficiaria del mito, pues obviamente habrá hombres que piensen que si pagan podrán encontrar a muchas más mujeres y cumplir su sueño de cybersexo. Se paga entonces un doble precio: el del tiempo perdido y el del dinero invertido.
2012-09-11 08:47 | 8 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/72375
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