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LEALTAD EN LA PANDILLA
Para salir todos juntos y que nadie se quejase, lo más importante era tomar decisiones que no molestasen a nadie. Por ejemplo, si queríamos ir a comer a un chino pero a alguien en concreto no le gustaba, elegíamos otro lugar, tal vez el McDonald o una pizzeria, pero si alguien también ponía pegas se buscaba otro local; con el cine pasaba tres cuartos de lo mismo, y usualmente veíamos comedias tontorronas porque siempre había uno que no quería ver ciencia ficción o terror. En su momento esto nos parecía el culmen de la democracia, aunque según fui creciendo me percaté de que al final nunca veía la película que quería ni cenaba en el lugar que me apetecía. De hecho, algunos compañeros y yo empezamos a bromear con la idea de que nuestra pandilla (luego descubrimos que muchas otras también) era una especie de mente colmena que parecía querer obligarnos a que todos fuésemos iguales, aunque obviamente no lo éramos y teníamos gustos distintos. A medida que empecé a hacer las cosas que me iban apeteciendo, algunos compañeros se sintieron heridos y traicionados. ¿Quién era yo para entrar solo a ver la película que quisiera en lugar de entrar con todos los demás? ¿Qué diablos me pasaba para irme a caminar por la orilla de la playa en lugar de quedarme jugando al rebuti durante varias horas seguidas sobre la arena? Obviamente, cuanto más me echaban en cara mi conducta díscola, menos ganas tenía de salir, pues a fin de cuentas uno sale con los amigos para pasar un buen rato y disfrutar, no para que te hagan un consejo de guerra. De broma, una de las amigas del grupo se puso en el móvil la sinfonía “The Dark Riders” de El señor de los anillos y la hacía sonar cada vez que yo aparecía (eran tiempos medievales, por lo que la melodía parecía interpretada en un piano electrónico de dieciséis teclas, pero a nosotros nos sonaba tan bien como si el propio Howard Shore estuviese interpretándola); de hecho, aquel año me disfracé de Nazgul. Con el tiempo conservé lazos con algunos amigos del grupo, pero con los demás fui perdiendo el contacto. De hecho, hay un puñado que todavía no me hablan. Mi amiga, aún hoy, lleva en el móvil “The Dark Riders” (una versión más moderna, obviamente) y la hace sonar cuando me ve.
2012-07-06 11:26 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/72065
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