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EL ORIGEN DE LAS DOS COREAS

En verano de 1945, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, Japón y sus territorios causaron grandes dolores de cabeza a los aliados. Era obvio que las antiguas colonias europeas, como la Indochina francesa, iban a volver a manos de los europeos. Más complicado era saber qué iba a pasar con el futuro de China, que había perdido grandes partes de su territorio a manos de Japón, y la antigua colonia japonesa de Corea.

En China la situación era complicada, puesto que existían dos fuerzas antagónicas como eran el Partido Comunista Chino de Mao y el Kuomingtang de Chang Kai-chek. El Partido Comunista Chino de Mao había conseguido una gran reputación durante la guerra no sólo por sus numerosas actividades antijaponesas, también por sus repartos de tierra entre los campesinos. Por su parte, el Kuomingtang se había sumergido durante los años de la guerra en una espiral de corrupción y arbitrariedad, y aunque los Estados Unidos intentaban vencer a Chang Kai-chek como un héroe de la democracia, lo cierto es que su poder autoritario se basaba más en su control sobre el ejército y sus relaciones personales con las fuerzas vivas chinas que en el apoyo popular. Puesto que cada partido contaba con su propio ejército, todo parecía indicar que estallaría una guerra civil, que curiosamente ni la URSS (que había obtenido ventajosas concesiones del gobierno chino) ni EE UU (que esperaba invertir en la reconstrucción del país y abrir sus mercados a los productos estadounidenses) deseaban.

En Corea la situación parecía más sencilla, aunque no mucho más. El gobierno estaba en manos de un gobierno provisional que se había formado en 1919, si bien las fuerzas armadas estaban divididas entre el modelo político y económico a seguir, el poder administrativo y económico se encontraba en manos de un grupo de propietarios y funcionarios coreanos que habían prosperado durante la dominación japonesa, y el gobierno de facto se encontraba en mano de las fuerzas soviéticas en el Norte y de las fuerzas estadounidenses al Sur.

Para ser sinceros, Stalin no tenía demasiado interés en Corea, y se sentía bastante satisfecho con las concesiones chinas (entre ellas, la independencia de Mongolia Exterior, que se convertía en un satélite soviético). El interés de Stalin era más bien asegurar su lugar en Europa, creando una serie de regímenes favorables que sirviesen de pantalla ante una eventual recuperación de Alemania (cosa que parecía bastante probable, teniendo en cuenta que Alemania se había convertido en una gran potencia apenas 20 años después de la mayor derrota de su historia durante la Primera Guerra Mundial). Stalin creía que los sacrificios soviéticos durante la guerra (uno de cada diez rusos murió a causa de la guerra, ya fuese a causa de los combates o la carestía que conllevó) le daban carta blanca para actuar en “su parte de Europa”, cosa que molestó bastante al presidente estadounidense Harry Truman y al primer ministro británico Winston Churchill.

A pesar de los malentendidos, las posiciones de Estados Unidos y la URSS no eran antagónicas, ya que esta última había abandonado su tesis de la revolución mundial, parecía centrada en Europa, tenía por delante una larga reconstrucción y necesitaba créditos estadounidenses para recuperarse. Sin embargo, prácticamente todos los historiadores coinciden en lo complicado que resultaba negociar con Stalin, convencido como estaba (no sin razón) de que su país se había llevado la peor parte de la guerra. Si a eso sumamos las victorias que el Partido Comunista Chino empezaba a cultivar en China hacia 1946 y la actitud cada vez más hostil del presidente Truman (que a fin de cuentas consideraba, también con razón, que su país era la única gran potencia vencedora por aquello de no haber sufrido pérdidas materiales, bastantes pocas bajas y poseer la bomba atómica) iban prendiendo una mecha que no era tan larga como los analistas del momento creían.

En Corea, la situación se fue volviendo cada vez más complicada. Por un lado, el gobierno provisional obtuvo el apoyo de los grandes propietarios y parte de los militares, técnicos y funcionarios que habían colaborado con las fuerzas japonesas. Hay que comprender, eso sí, que muchos colaboracionistas posiblemente deseaban en su fuero interior liberarse de los japoneses con el tiempo, y al mismo tiempo eran imprescindibles para evitar el colapso de la economía, las comunicaciones y la vida cotidiana. Sin embargo, como es de imaginar, a muchos coreanos no les hizo demasiado gracia que los aliados de los japoneses fueran a salir de rositas.

A medida que la situación internacional se iba endureciendo, se hacía más claro que había una Corea pro soviética formada por comunistas y otra pro estadounidense formada por antiguos colaboradores de los japoneses. La idea es que se celebrasen unas elecciones libres en 1948, pero finalmente se crearon dos estados con ambición de gobernar el mismo territorio, si bien la frontera real estaba en el paralelo 38, que separaba la zona de influencia soviética y la estadounidense.

En la Corea pro estadounidense y capitalista, el gobierno recayó en manos de Syngman Rhee, en la Corea pro soviética el poder se concentró en manos de Kim Il-sung, un antiguo comandante guerrillero. La historiografía tradicional (para nosotros, la escrita desde una visión estadounidense y anticomunista) planteaba las dos coreas como antítesis: la democrática república sureña contra la represiva y tiránica república norteña, si bien la realidad era bien distinta.

Syngman Rhee legisló desde sus primeros días para acabar con la oposición política (lo que explica que gobernara sin apenas contrarios políticos hasta las protestas de 1960), permitió que los servicios secretos torturaran y ejecutaran a todo aquel que fuera considerado no ya un comunista, sino un izquierdista, y aceptó sin mayores problemas que las tropas estadounidenses reprimieran a sangre y fuego (o a fusil y napalm) cualquier protesta generada en las áreas rurales bajo su control. La mayor masacre del régimen fue la de la isla de Jeju, donde 30.000 protestantes fueron asesinados (unas cifras que hacen que la represión de Gadaffi en Libia parezca un ejercicio de incompetencia), aunque esas cifras son superadas si contamos todas las “pequeñas” masacres que se sucedieron durante los dos primeros años de su gobierno. Ni que decir hay que el régimen de Syngman Rhee también conoció un nepotismo y un nivel de corrupción sorprendente, aunque comparado con las masacres que orquestó eso parece poca cosa. Por su parte, Kim Il-sung repartió tierras entre los campesinos sin tierras, acabando así con las grandes propiedades y el poder político y económico de los terratenientes, expropió las fábricas e instalaciones dejadas atrás por los japoneses y dejó fuera de los organismos de poder y la administración a quienes habían colaborado con los japoneses (algo similar a lo que se hizo en Europa con quienes habían colaborado con los gobiernos fascistas). El deseo de reforma agraria se extendió entre los campesinos pobres en el Sur, y Syngman Rhee acabaría haciendo una reforma agraria para evitar que aumentase la tensión, aunque el sistema favoreció a quienes tenían vinculaciones con los terratenientes, de tal modo que en la práctica los grandes propietarios disminuyeron su poder económico pero aumentaron su clientela política.

Ni que decir tiene que ambos sistemas, al igual que pasaba en China (que a esas alturas ya estaba en guerra civil), eran antagónicos. Pero contrariamente a lo que se suele pensar, o a lo que le gustaría pensar a los más etnocentristas, las luchas civiles de chinos y coreanos no eran combates en las sombras de las dos superpotencias, todo lo contrario, puesto que tanto Stalin como Truman intentaron evitar el conflicto abierto, pues temían que el aumento de escala de una guerra local comenzase una Tercera Guerra Mundial. Las luchas en estos países eran el resultado de dos maneras distintas de entender la modernización del país y de brechas abiertas durante la ocupación japonesa, pero estarían a punto de provocar el uso de armamento atómico y una nueva guerra en Europa. Mañana veremos cómo se evitó que el conflicto coreano de 1950-1953 se convirtiera en la Tercera Guerra Mundial.


¿Qué leer para entender mejor estos sucesos? En general, recomiendo libros publicados a partir de 2001, pues incluyen muchos documentos desclasificados tanto rusos como estadounidenses, incluso algunos chinos, lo que permite comprender mucho mejor los sucesos. En español puede leerse, aunque sólo sea para hacer una idea general, La China de Mao y la Guerra Fría de Chen Jian, que sin ser un gran narrador sí que resulta claro, y también Un imperio fallido de Vladislav Zubok, que explica la política exterior soviética desde una perspectiva rusa (usualmente lo que se estudia en la Guerra Fría es la reacción o acción estadounidense solamente). En inglés recomiendo a un autor que no me vuelve especialmente loco, pues aunque escribe muy bien tiende a barrer demasiado para casa, me refiero a The Cold War: A New History de John Lewis Gaddis, un historiador de la Guerra Fría de la vieja escuela (es decir, con una perspectiva pro estadounidense aunque sin pasarse).

2011-12-22 10:03 | 1 Comentarios


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De: Todd Fecha: 2019-01-16 08:09

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