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EL GORDO QUIERE JUGAR
Este personaje era considerado un mafia, que en nuestro colegio no significaba que trabajaras para el señor Corleone, sino que eras un chaval problemático integrado en un grupo de gente problemática. Un mafia podía ser alguien que fuese metiéndose en peleas, pero también el típico que soltaba una tontería en clase, el que se escaqueaba para ir a fumar al baño e incluso los que se juntaban con otros mafias, sin que ellos mismos hiciesen nada. Cada clase tenía su propia mafia, que podía ser más o menos soportable, y que se podía llevar mejor o peor con las otras mafias; aunque eran grupos relativamente pequeños (unas cinco personas en medio de una clase de cuarenta y pocos), no eran grupos cerrados, y si les caías en gracia, los mafias te dejaban unirte a su grupo. La única razón por la que nadie le había partido la cara al Gordo era porque estaba dentro de la mafia de la clase: Tócale un solo pelo, cachondéate de él de manera descarada, y tendrías encima a cuatro o cinco personas dándote empujones y collejas. Y sin embargo, la mayoría de nosotros sentíamos auténtico odio hacia el Gordo. No ya porque se hiciera el gracioso sin tener gracia, ni porque se metiese en las conversaciones y opinara de lo humano y lo divino sin tener la menor idea, sino porque encima era un embustero (visto con perspectiva, yo diría que un mitómano) con un ego que echaba para atrás. Un ejemplo de todo esto lo teníamos cuando jugábamos al fútbol durante las horas de Educación Física. El Gordo se llevaba todo el día contándote los partidazos que se jugaba en su campo de Chiclana, las chilenas que se había hecho (¡pero si no era capaz de saltar un charco!) y los goles de película que había colado en la portería del contrario. ¿Recordáis los dibujos de Oliver y Benji? ¡Esos eran principiantes al lado del Gordo! O eso pensaba él, porque a la hora de la verdad, cuando jugábamos los partidos de clase, pelota que cogía el Gordo era gol del contrario: el tío le hacía la puñeta hasta a sus compañeros por tal de coger el balón, y una vez lo tenía en sus pies no lo pasaba aunque le echasen agua hirviendo encima. La única forma de desprenderse del balón era, o que un jugador rival se lo arrebatase (cosa bastante sencilla) o que se viese presionado y lanzase a puerta (cosa igualmente habitual, si bien no daba ni una). Durante nuestro primer año en BUP, nuestra clase se llenó de mafias. No sé si fue la casualidad o el deseo de meter a toda la morralla en un mismo saco, pero la cosa es que en vez de los cinco habituales llegamos a sumar unos quince mafias. Todo sea dicho, la mayoría de ellos daban más problemas a los profesores que a los alumnos, y por problemas quiero decir charlar y decir chorradas en clase. Cuando hubo que hacer el equipo de la clase para jugar el trofeo del Colegio, los mafias rápidamente se convirtieron en el once inicial, algo un poco absurdo si tenemos en cuenta que la mayoría fumaban como carreteros y alguno ya se comenzaba a asfixiar cuando tenía que correr más de cinco minutos. En cualquier caso, hay que reconocer que quedó un equipo medio decente. El Gordo rápidamente quiso jugar y convertirse en la estrella del equipo, para horror de sus propios compañeros, que ahora ya no veían con tanta gracia sus fanfarronadas y deseos de protagonismo en el campo de juego. El trofeo del colegio era muy goloso y daba mucho prestigio aunque sólo se llegara a semifinales, por lo que decidieron que el Gordo no podía jugar, o acabaría monopolizando el balón y robándoselo a los compañeros. Durante un mes, el Gordo no paró de repetir: “¡Convocadme!”. Por la mañana, nada más ver a sus amigos, ya empezaba con lo de “¡Convocadme!”. Luego, a media mañana, en el recreo, seguía con lo de “¡Convocadme!”. Si algún profesor hacía un debate sobre injusticias o desgracias, el Gordo levantaba la mano y decía: “Estos es una injusticia... ¡Convocadme!”. A mí, que el fútbol me importaba un pimiento, me habría encantado que lo convocaran sólo para que se callase. Al final salieron las listas definitivas de convocados, y alguien le dijo al Gordo que estaba en ellas. Salió corriendo y miró el once inicial: delantero centro Fulano, defensa Zutano, lateral Mengano (no sé porqué ponían todo eso, si luego todos menos el portero jugaban como delanteros centro). El Gordo vio que no estaba allí, así que miró en la lista de suplentes, pero que va, tampoco aparecía allí. Y entonces, al final de la lista, encontró su nombre. Le habían convocado, sí... de masajista.
2011-11-08 08:53 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/70728
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