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MÁS HISTORIAS DE MI PADRE Y LOS VIDEOJUEGOS

A mi padre no le gustaban los videojuegos. No es que me los prohibiera ni nada por el estilo, y también es cierto que mi única consola fue una Super Nintendo a la que sumaba un juego al año, dos como mucho, que luego intercambiaba con los amigos; simplemente no le hacía mucha gracia eso de que tuviera que jugar solo.

Mi padre nació a finales de los años 40, por lo que no puede extrañar que su concepto de jugar fuera el de un grupo de amigos realizando una misma actividad; quizá por eso nunca tuvo quejas sobre los juego de rol, pues en el fondo debíamos de parecerle un grupo de amigos jugando a un parchís rarito. Por supuesto, mi padre comprendía que también se podía jugar solo, pero no concebía que ese tipo de juegos fuera especialmente divertido: ¡siempre es mucho mejor jugar un partido de fútbol que lanzar a solas una pelota contra la pared! El niño que disfrutaba jugando solo era, obviamente, un chico con serios problemas.

Los videojuegos eran, en consecuencia, algo poco recomendable: no sólo estaban pensados para jugar a solas, sino que además te podían mantener entretenido horas y más horas. Por suerte yo jugaba poco, usualmente media hora después de almorzar o un par de horas los días que no tenía clases, por lo que se quejaba de muy tarde en tarde.

Mi padre no era especialmente justo con el tema de los videojuegos, la verdad sea dicha. Siguiendo su razonamiento, debería haberme prohibido leer, una actividad a la que yo dedicaba muchas más horas y que igualmente disfrutaba en soledad; él mismo debería haberse deshecho de la televisión, que solía ver a solas en numerosas ocasiones, sobre todo cuando había partidos de fútbol. El razonamiento de mi padre es que no, en absoluto, uno puede disfrutar de muchas cosas a solas: pero jugar no era una de esas cosas.

Debo reconocer, en orden de ser totalmente justo, que mi padre intentó entender los videojuegos. De hecho, mi padre jugó una partida de rol cuando saltó la alarma social que relacionaba el rol con crímenes truculentos, y aunque se aburrió de sobremanera, se quedó bastante tranquilo al ver que simplemente usábamos nuestra imaginación. Creo que jugamos una partida de Street Fighter II (en la que me dejé ganar de una manera tan descarada que posiblemente hasta él se diera cuenta) y otro día probamos el Super Mario World. ¿El veredicto? Bueno, no me quitó la consola, así que imagino que no le pudo parecer tan horrendo.

Curiosamente, ahora mi padre tiene un portátil que es como su amante. Está todo el día pendiente de él, lo actualiza, le instala los últimos programas y, ¡sorpresa!, se pasa las tardes jugando. De hecho, juega en una página en la que tiene que suscribirse y pagar una cuota. Una miseria, cierto, un euro al mes, pero así y todo me pareció sorprendente.

Cuando le bromeé diciendo que él nunca había sido un amante de los videojuegos, se apresuró a corregirme: pensaba que jugar a solas era malo, ¡pero él juega online! La leche. Espero que no descubra el World of Warcraft.

2011-09-24 10:28 | 1 Comentarios