Inicio > Historias > DIVINIDAD Y PODER 2: EL ORIGEN DIVINO DEL PODER | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
DIVINIDAD Y PODER 2: EL ORIGEN DIVINO DEL PODERLos seres humanos siempre han creído en poderes sobrenaturales. Sería muy sencillo mirar a las primeras ciudades de Mesopotamia, al antiguo Egipto o a la Grecia clásica, y reírnos de sus mitos, creencias y dioses. Sin embargo, hay que comprender que los fundamentos científicos que poseían eran mínimos comparados con hoy día. Además, toda religión resulta ridícula para aquel que no se haya criado en sus misterios, y sin lugar a dudas tanto el mesopotámico como el egipcio o el griego alzarían una ceja y se reirían de buena gana cuando oyeran que el cristianismo da comienzo con una joven virgen que se quedó embarazada. La religión daba, en sus orígenes, no solamente una serie de mitos que explicaban el origen del universo y el papel del ser humano en él, sino que también ofrecía un sentido de comunidad: Muchas religiones convertían a sus fieles en el “pueblo elegido”, y era en la religión más que en el idioma donde uno podía encontrar un nexo común; por ejemplo, los griegos adoraban al mismo panteón, pero cada ciudad tenía su propia divinidad protectora, la más famosa de todas ellas Palas Atenea, que daba a los habitantes de la poli un elemento propio y unificador que les separaba de un espartano. Pero al mismo tiempo, la religión también servía para explicar las desgracias que ocurrían. Las tormentas que destruían las cosechas, las plagas que precedían a las hambrunas, la batalla que se perdía... Comprender a los dioses (conocer los ritos para aplacar su ira y atraer sus favores) era, por lo tanto, una tarea importante que debía ser realizada con eficacia. De ahí la aparición de los sacerdotes, que en un principio debieron de ser una profesión como la del alfarero o el ebanista, es decir, un profesional especializado. Sin embargo, en Mesopotamia el papel de los sacerdotes llegó a ser tan importante que acabaron por ser quienes dirigían la sociedad. Las primeras sociedades organizadas fueron, por lo tanto, teocracias. No fue hasta que comenzaron a surgir conflictos armados más serios que el papel principal de los dirigentes de la sociedad no sería el religioso, sino el bélico. Visto con la distancia que dan los milenios (y estamos hablando de sociedades que aparecieron hace diez milenios), puede parecer que los religiosos fueron simplemente sustituidos por los militares, pero no es tan sencillo. Los monarcas siempre retuvieron un poder divino que se convirtió en parte de la política, ya fuera como el caso del faraón egipcio, que era hijo de los dioses y volvería con sus parientes a su muerte, ya fuera como en el caso del alto imperio romano, cuando los emperadores eran divinizados y adorados a su muerte. No obstante, no se puede decir que esto fuera simplemente una herramienta de control social en la que los monarcas no creían: el interés de los faraones y la nobleza egipcia por disponer de un lugar de enterramiento adecuado o la obsesión de las autoridades republicanas romanas con los augurios nos demuestran que la creencia en que el poder estaba revestido de un poder divino era sincera. Roma había sido elegida por los dioses, como “demostraban” sus incesantes victorias, una idea que luego heredarían los cristianos, que considerarían el imperio romano como una herramienta de Dios para extender la cristiandad, si bien el discurso cambiaría tras la caída del imperio occidental, obviamente. Las personas llegaban al poder porque los dioses así lo querían, pero sobre todo se mantenían en él porque era la voluntad de los dioses. Eso valía para un faraón del 2000 a.C. y para la corte de Luis XIV en el siglo XVII. No obstante, en un primer momento, el monarca era sacerdote de la deidad, y por lo tanto poseía poderes sobrenaturales y milagrosos (el no menos importante de ellos, conducir las tropas a la victoria). Sin embargo, tras la caída del imperio romano occidental sería el papado el que iría apoderándose del poder espiritual, y el que se arroparía de la unción de los emperadores (por ejemplo, Carlomagno en la Nochebuena del año 800), la prerrogativa de convocar guerras santas (como las cruzadas dirigidas a recuperar la Tierra Santa), y por supuesto el poder de expulsar de la comunidad cristiana a todos aquellos que no respetaran los deseos divinos, es decir, la excomunión. Ciertamente, en la Biblia, Jesucristo separa al poder civil del político: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” Sin embargo, el Papado no dudaría en emplear su prestigio, documentación falsa, los conflictos internos del Sacro Imperio Romano Germánico y la excomunión como armas políticas con las que ganar poder terrenal. En cualquier caso, Jesucristo nunca abogó por un poder democrático, simplemente confirió mayor importancia al aspecto espiritual que al terrenal, sin que por ello condenara el imperio romano (aunque es muy poco probable que Jesucristo supiera que Roma hacía sido, apenas un siglo antes, una República dirigida por una oligarquía que se apoyaba en el pueblo romano). En cierta medida, el Islam del siglo VII presentaría en el Califa a un personaje más cercano al emperador bizantino y al monarca persa (máximas autoridades divinas y políticas, si bien el primero del cristianismo y el segundo de una religión politeísta pagana). Cuando los Omeyas llegasen a controlar el califato y hacerlo una institución hereditaria, el parecido sería aún mayor: ni el emperador bizantino era pariente de Cristo, ni el califa lo era ya de Mahoma. El concepto de emir, un poder político que no tiene control sobre los aspectos religiosos, sería parecido al monarca cristiano, que no puede convocar ni dirigir concilios ecuménicos. La religión influye a las leyes, por supuesto. Posiblemente, en su origen, las leyes fueron unidas a la religión para darles un mayor peso y una fuerza, sobre todo en casos como la prohibición de comer cerdo o de ingerir alcohol, que debían proteger a la comunidad de enfermedades y vicios indeseables. La religión azteca justificaba los sacrificios humanos, si bien no eran los dioses quienes más necesitaban la carne de los sacrificados, sino los propios aztecas, carentes de otro tipo de proteínas en su dieta; el sanguinario culto fenicio a Baal tenía más que ver con la necesidad acuciante de la regulación de la natalidad en un territorio pobre que con un impulso asesino y sanguinario por parte de la comunidad. Si bien en el cristianismo las leyes evolucionaron en parte del derecho romano, sobre todo a partir del siglo XV, tampoco hemos de olvidar la increíble importancia que tuvo el derecho canónico: para entender el derecho actual hay que mirar tanto al senado romano como al Vaticano. La creencia de que la religión y la política estaban unidas y eran indisolubles permaneció hasta bien entrado el primer tercio del siglo XIX, y en Francia hubo textos eruditos que explicaban malas cosechas como castigos de Dios por el ateísmo de la Revolución, que había finalizado casi tres décadas atrás. Sin embargo, el pensamiento racionalista fue despojando de fuerza buena parte del discurso religioso, que en ocasiones sobrevivió a través de un nuevo discurso cientificista (ya no había ricos porque Dios lo quisiera, sino porque la evolución los había hecho más inteligentes, mientras que las mujeres no debían ser sumisas esposas por mandato divino, sino porque habían evolucionado para jugar ese papel). El mayor revés lo tuvo el Papa, cuya arma principal, la excomunión, acabó perdiendo toda eficacia. El propio dominio terrenal de pontífice quedó reducido a la nada misma cuando la reunificación italiana realizada por el reino de Piamonte en la segunda mitad del siglo XIX tomó control, mediante las armas, de la ciudad de Roma. A partir de ese momento, aunque la Iglesia tuvo un poder terrenal aún importante en países como España o la propia Italia, tendría que lidiar con una serie de gobiernos más o menos laicos que, no obstante, mantenían leyes basadas en ideas cristianas, fomentaban la educación cristiana y ofrecían, en no pocas ocasiones, puestos políticos a miembros de la Iglesia. Uno de los casos más exagerados sería la España de Franco, en el siglo XX, cuando la guerra civil fuera considerada cruzada y el gobierno del general fuera “por gracia de Dios”. Nada que ver con el gobierno nazi alemán, mucho menos dado a esos alardes religiosos. Lo que hemos visto ha sido un cambio de percepción de lo divino, como ya adelantábamos ayer, que va desde la percepción de que el poder político y religioso deben de ser compartidos por una misma persona a una fragmentación del mismo, si bien el poder político siempre estará envuelto en una aureola divina. La alianza entre lo político y lo religioso se hace, por lo tanto, necesaria como justificación del poder hasta hace muy poco (en España, hasta la muerte del dictador). No obstante, las tradiciones son difíciles de borrar, y si bien muchos gobiernos son laicos y democráticos, ideas poco laicas y democráticas subsisten, y el deseo de que ciertos valores religiosos afecten a toda la sociedad sigue existiendo entre ciertos grupos.
2011-08-22 23:40 | 18 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/70288
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