Lo hermoso de la historia es justamente ese aspecto, que al vivir en un mundo en el que los matrimonios son concertados, el amor verdadero sólo puede existir a escondidas.
Fíjate lo curioso que resulta el hecho de que el rey no se enfade porque ella no el ame (es un aspecto que ni siquiera se menciona) sino porque, al estar casados, ella no debería de ir con otro hombre. Es una cuestión de propiedad y honor, no de sentimientos.
La leyenda también ha sido creada con inteligencia. El amor de ambos no es impuro ni fruto del deseo, sino del azar (una pócima amorosa que beben sin saberlo). Por lo tanto, ellos son víctimas del amor, y puesto que no hay maldad en sus actos, tienen todo el derecho a atacar a quienes les delatan, que sí obran guiados por sentimientos mezquinos.
No es de extrañar que la Iglesia no estuviera muy cómoda ante este género literario.
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