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ORÍGENES DEL MUNDO ISLÁMICO MEDITERRÁNEO ACTUAL 2: EL COLONIALISMO EUROPEO
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que el concepto “colonialismo” varía según los autores, las ideologías y la situación de cada país. Nada tiene que ver, por poner un ejemplo, el caso de Cuba a mediados del siglo XIX con el de la Canadá o la India a principios del XX (varía la cantidad de población de origen europeo, la economía, la integración de la población no blanca, la relación con la metrópolis, etc.), y la lucha por la independencia de estos países se va a realizar de forma muy diferente en cada caso. Un discurso muy habitual aún hoy es el de que las colonias fueron un intento de Europa de expandir la civilización al resto del mundo (¡pobres e ignorantes salvajes!), y para demostrarlo se ponen ejemplos de zonas que fueron colonizadas a pesar de no poseer importantes recursos naturales; no obstante, el colonialismo iba mucho más allá de explotar los recursos naturales. En la Europa del siglo XIX, las colonias tenían un valor estratégico (por ejemplo, controlar lo que hoy es Marruecos suponía dominar, al menos en parte, el acceso al Mediterráneo), propagandístico (a más colonias, más prestigioso el país), social (la población cada vez mayor de las metrópolis podía emigrar a las colonias, siendo por lo tanto una válvula de escape para los problemas internos) y económico (incluso si no había materias primas, una colonia era un amplio mercado sin competencia externa para los productos industriales de la metrópolis). El primer intento de convertir un país del Norte de África en un satélite europeo ocurrió en 1798, cuando Napoleón llegó a Egipto con un ejército muy superior a las fuerzas locales, pero que fue derrotado por la intervención británicas; también España, a comienzos del siglo XIX, tuvo interés en la zona de Marruecos, pero la Guerra de Independencia evitó que los planes llegasen a concretarse (Alí Bey, el espía español que aprendió la cultura árabe hasta el punto de mimetizarse perfectamente y hacerse pasar por un árabe descendiente de los califas abassíes, no perdió la oportunidad de vivir la aventura y escribió, tras una larga estancia, u libro donde relataba sus viajes por Marruecos). No obstante, pasados los tumultos de la Revolución Francesa y de las Guerras Napoleólicas, las potencias europeas volvieron a mirar hacia el Norte de África (que, aunque curiosamente están al sur de Europa, se consideraban y se siguen considerando como Oriente). El primer país en sufrir el poder militar europeo fue Argelia. Pobremente organizada, incapaz de enfrentar en igualdad de condiciones a un ejército moderno, Argelia pasó en 1830 a ser parte de Francia; la cercanía con la metrópolis hizo que en los años siguientes una gran cantidad de población francesa se asentara en la nueva colonia, que entre guerras, enfermedades y explotación perdió casi un tercio de su población indígena en las siguientes cuatro décadas. En las décadas siguientes, España chocaría en varias ocasiones con Marruecos, aunque las victorias militares no se convirtieron en nuevas conquistas gracias a la presión francesa y británica, que no querían un sólo país controlando las dos orillas que daban acceso al Mediterráneo. En la década de los años 70 del siglo XIX, aunque limitada, la presencia europea se había hecho sentir con fuerza en el Norte de África. Lo intentos de esta región por modernizarse y poder hacer frente a las injerencias extranjeras encontraron, no obstante, una dura resistencia interna y externa. Caro como resultaba el proceso de modernización, Túnez y Egipto acabarían endeudadas hasta tal punto que Francia y Reino Unido intervendrían en su economía con la excusa de recuperar el dinero que se les adeudaba, y cuando estallasen revueltas contra ellos, no dudarían en reprimirlas por la fuerza y hacerse con el control del país: Túnez pasaría a manos de Francia en 1881 y Egipto a manos de Reino Unido un año después. Para 1911 un nuevo jugador, el joven reino de Italia, se lanzó a la conquista de lo que hoy es Libia, en aquel momento tres provincias del Imperio Otomano, que en una guerra de menos de un año cambiaron de manos y aceleraron el declive del Imperio dirigido desde Estambul. Francia y España también acordaron el reparto de Marruecos, que para 1912 perdió de facto su independencia. El último reparto del pastel mediterráneo llegaría en 1918, cuando la derrota del Imperio Otomano en la primera guerra mundial cercenase Líbano y Siria, que pasaron a manos de Francia, y otros territorios mesopotámicos, que cayeron en la órbita británica. La forma de dominar el territorio dependía del periodo. En un primer momento, Francia optó por la dominación directa (por ejemplo, en Argelia), pero esto creaba ciertos conflictos locales y no tenía mucho sentido si no se enviaba una gran cantidad de población europea. Un segundo modelo, más apropiado para la explotación, era el protectorado, que dominaba el país a través de un monarca títere y unas élites que controlaban la vida cotidiana, pero no podían decidir ni sobre la economía, ni sobre las relaciones exteriores ni sobre el ejército; este sistema, supuestamente, era un tutelaje que llevaba al país hacia la civilización (ejemplos de esto serían Marruecos y Egipto). Finalmente, tras la primera guerra mundial se establecieron los mandatos, que en la teoría procuraban proteger a los jóvenes países de sus antiguos dominadores, pero que en realidad no hacían más que beneficiar a las potencias coloniales que habían vencido la guerra (ejemplos claros serían Líbano y Siria); por supuesto, las metrópolis no se creían su discurso, y no tendrían ningún reparo en usar la fuerza para acabar con las protestas independentistas, como ocurriría en Siria en 1920. Por lo tanto, lo que hemos visto es cómo las potencias europeas comenzaron a interesarse en el siglo XIX no solamente por las zonas teóricamente “salvajes” del mundo, sino por territorios cercanos que podían servir para aliviar la presión demográfica, hacer más competitiva la economía nacional al aumentar los consumidores y, en ocasiones, aportar materias primas a un excelente precio (para la metrópoli, se entiende). La cultura se convirtió en un arma propagandística, con la que no sólo se intentaba mostrar la superioridad de la lengua, la literatura y las artes de cada metrópolis (y en consecuencia el derecho de la metrópoli a dominar ese territorio), sino que las élites locales eran “occidentalizadas” y tenían la oportunidad de estudiar en las universidades europeas, desarrollar carreras prominentes en las colonias, etc. Por supuesto, el sistema no siempre funcionó bien, y en los años 20 encontramos revueltas en el Marruecos español y francés, en Siria, y también en otras colonias más lejanas; aunque las potencias europeas lograron vencer a los insurgentes con mayor o menos facilidad, se constataba una resistencia organizada que empezaba a pedir la independencia. No obstante, harían falta dos elementos más para sacudir los cimientos coloniales y el dominio europeo: la consolidación de la revolución soviética a lo largo de los años 20 y 30, y la segunda guerra mundial. De ello hablaremos la semana que viene. 2011-03-03 08:34 | 7 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/69097
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