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LA CAÍDA DE LOS TIRANOSLa pregunta que posiblemente se hace la mayoría de la gente al observar los sucesos del norte de África es, ¿cómo? Y es que parece muy difícil creer que una simple manifestación, por tumultuosa que sea, pueda derribar una serie de gobiernos que, en algunos casos, llevaban dos generaciones en el poder y no temían usar la fuerza para acabar con la oposición. En primer lugar, tenemos que ser conscientes de que la visión monolítica que tenemos de estos gobiernos no son, ni remotamente, ciertas. Por un lado, Europa tenía diversos intereses en la zona (energéticos, turísticos, armamentísticos, de seguridad, etc.), por lo que no podía mostrarse el lugar como una sucesión de estados totalitarios represivos; el mejor ejemplo de esto es Italia, posiblemente el país donde Libia/Gaddafi tiene más inversiones, y casualmente el país que aún ahora brinda mayor respaldo al tirano y que más alto grita los peligros que pueden aparecer en la zona si su gobierno cae. Por otro lado, incluso si Europa hiciera un seguimiento constante de los sucesos del norte de África, seríamos incapaces de ver una gran cantidad de pequeños conflictos que los propios medios de estos países silencian, y que en muchas ocasiones ni siquiera los vecinos de otras ciudades cercanas llegan a conocer, salvo por rumores. Pero que no se hable de algo no quiere decir que no exista: estas revueltas han estado cocinándose mucho tiempo, pero los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia y otros países no han querido hacer caso a las advertencias periódicas (a lo mejor incluso se creyeron su propia propaganda) y cuando han querido negociar ya ha sido demasiado tarde. Por otro lado, tenemos que comprender que entre los apoyos del régimen también hay roces, desagravios y luchas internas. Obviamente, el que existan partidos políticos y medios de comunicación relativamente libres permiten que, en Europa y EE UU, estas luchas por el poder se ventilen sin mayores problemas, tanto entre los diferentes partidos como dentro de los propios grupos políticos, y todos sepamos que tal y cual político se sonríen durante las campañas pero se odian y ponen la zancadilla el resto del tiempo, incluso si comparten ideología. Por el contrario, en un sistema totalitario, la unidad lo es todo, y es muy difícil pensar que los medios de comunicación, maniatados como están, vayan a ofrecer información sobre luchas internas; un caso parecido y nuestro es el del franquismo, en cuyo seno encontrábamos a falangistas, carlistas, juancarlistas, católicos del Opus Dei y militares (algunos de ellos pertenecían a más de un grupo al mismo tiempo, pues no siempre eran bloques bien definidos), y aunque de cara a la galería todos eran una gran familia feliz, lo cierto es que siguiendo los cambios de ministerio, los escasos escándalos que salieron en su día a la luz y la actitud de los cabecillas de cada facción en los medios favorables, uno percibe una lucha por el poder bastante evidente. Estas luchas crean malestar, odios y envidias que, en situaciones de fuerte estrés, pueden acabar con un grupo atacando a otro de forma salvaje, o incluso atacando al dirigente del estado y su círculo más cercano. No puede extrañarnos, por lo tanto, que haya una cierta cantidad de militares y políticos que ataquen a Gaddafi, que se opusieran a reprimir al pueblo en Egipto, o que censuraran con dureza la situación de Túnez, incluso si habían participado de ella. Hay un tercer factor importante, que tendríamos que ser muy inocentes para no ver ni tomar en cuenta: el cambio de chaqueta. En su primer discurso tras la muerte del dictador, Juan Carlos agradecía la labor que Franco había hecho en España, pero en menos de tres años había propiciado el desmantelamiento del régimen franquista y la aparición de un sistema democrático; no obstante, este es un ejemplo bastante pacífico, que no tiene nada que ver con el caso de Rumanía, por poner un ejemplo, donde el comunismo acabó con la ejecución de Ceauşescu. Cuanto mayor es el peligro de que el régimen se desintegre, mayor es el número de personas que están dispuestas a cambiar su chaqueta para conservar la vida en el peor de los casos, la riqueza amasada en el régimen saliente en el mejor de ellos, y eso lo podemos ver en el caso de Chile, pues cuando Pinochet aún sopesaba la decisión de continuar en el poder tras perder un plebiscito y ocultar los datos, Fernando Matthei, comandante de las fuerzas aéreas, facilitó a la prensa información sobre la derrota electoral del dictador: un simple gesto que asegura que el personaje que rompe filas sea recordado como un héroe de la democracia, aunque durante dos décadas fuera un fiel seguidor del dictador. En el caso rumano pasó algo similar, y la propia cabeza del ministerio de defensa, Victor Stanculescu, decidió dejar a su suerte al dictador y su esposa, lo que le valió salir bastante bien parado de la revolución (al menos, hasta que recientemente se volvió a investigar su relación con la represión durante la vida del dictador). Viendo que el vicepresidente de Túnez es actualmente el presidente del país, o que las fuerzas armadas de Mubarak son las que preparan la transición del país, sería abusrdo que no nos planteásemos el hecho de que al menos un puñado de personas, más que por convencimiento, criticaron a sus superiores por supervivencia. Finalmente pero igualmente importante es la solidaridad y la empatía entre fuerzas armadas y manifestantes. La Revolución Francesa (1789), la Rusa (1917) y la Rumana (1889) nos demuestra que, en el momento en el que las tropas simpatizan con la causa del pueblo (y es que no podemos olvidar que los soldados son hijos y padres, hermanos y maridos) la principal herramienta de la tiranía empieza a desmoronarse. En el caso de Gaddafi, esto es muy evidente, ya que los bombardeos contra la población civil han empezado a fracturar la unidad de las fuerzas armadas a una velocidad impresionante, y el hecho de que se empleen mercenarios de otros países, sin vínculos emocionales con los ciudadanos, deja bastante claro este punto. En resumidas cuentas, una manifestación no derrumba una dictadura. Es lo que ha ocurrido antes, lo que ha llevado a esa manifestación, lo que realmente importa. La velocidad a la que se actúa puede retrasar el proceso, tal vez parchearlo como en el caso de Irán, pero también puede acabar acelerando la decadencia y destrucción del régimen. Y es que no podemos olvidar que el lunes nos despertábamos con la noticia de que Gaddafi estaba atacando a su pueblo y hoy, ni siquiera una semana después, nos lo encontramos a la defensiva atrincherado en la capital. 2011-02-25 09:40 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/69049
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