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CAUSAS DE LA SALIDA DE MUBARAK
Lo primero que tenemos que explicar es que Hosni Mubarak no fue, al menos para occidente, un dictador hasta prácticamente quince días atrás. El rais egipcio era, muy por el contrario, un presidente legítimo que había accedido al poder de forma pacífica e interina tras el asesinato del anterior presidente, y que había sido reelegido y confirmado por plebiscitos periódicos. Tal vez haya que ser muy tonto para creer que Mubarak ganaba dichos plebiscitos sin que hubiese amaño alguno, pero lo cierto es que en Europa y América fuimos lo suficientemente tontos para no planteárnoslo ni por un momento, ya digo, hasta hace apenas quince días. La legitimidad del rais venía, a nivel interno, de un desarrollo económico que fue mejorando el nivel de vida y las expectativas de los egipcios por un lado, y de una llega al poder legítima que permitía entroncar al Mubarak con la figura casi mítica de Nasser; a nivel externo, la política egipcia ayudó a suavizar las relaciones con Israel, fue un apoyo en la primera Guerra del Golfo y en en la lucha contra el terrorismo islámico, por lo que tuvo el beneplácito (y la ayuda económica) de los Estados Unidos. Pero, como ya decíamos el otro día, los pilares del régimen de Mubarak se tambalearon ante una serie de malas decisiones y pésimas coyunturas. El intento del rais de ligar su hijo al poder, como si de un rey se tratara (o mejor dicho, como si de un faraón se tratara) obviamente se encontró con una fuerte oposición entre los partidos políticos que plantaban cara al régimen. A eso hemos de sumar una mala situación económica que, junto a ciertas decisiones cuestionables en tiempos de crisis (como la privatización de numerosas empresas), empobrecieron a numerosas personas o impidieron el acceso a un puesto de trabajo a una juventud que, no lo olvidemos, constituye el punto más grande de la pirámide poblacional egipcia. Como siempre ocurre cuando analizamos un hecho histórico, no existe causa única, aunque así lo parezca, sino que numerosos factores se interconectan y acaban provocando una explosión que es la que contemplamos. La nula apertura a los partidos de la oposición hizo que el régimen de Mubarak se sostuviera no en un consenso más o menos amplio, sino en los éxitos económicos, un fuerte aparato represivo (cuya máxima representación era la policía, no el ejército), un apoyo internacional firme y el propio carisma del rais. Como hemos visto, el deterioro de la economía ha provocado protestas, de hecho las lleva provocando desde mediados de la década, y la fuerte represión no hizo más que encender los ánimos de una población que comenzó quejándose por cuestiones políticas pero que, al no ser escuchados sino apaleados, empezó a quejarse también de la situación económica. El propio carisma del rais, que ha intentado presentarse en las últimas semanas como un padre protector y un servidor de su pueblo, comenzó a fracturarse a medida que la corrupción de su régimen era más y más evidente. Estos dos hechos coaligados ayudaron a levantar a parte de la población contra Mubarak. Pero para entender la caída del rais no nos queda más remedio que entender la fractura de sus otros dos pilares, es decir, el apoyo de las fuerzas armadas y de la comunidad internacional. Por un lado, debemos recordar que las fuerzas armadas de Egipto no han ganado realmente una sola guerra desde finales del siglo XIX, pero en el imaginario colectivo son los que lucharon por defender a la patria de las amenazas exteriores (Gran Bretaña, Francia e Israel mayormente), por lo que son tremendamente populares. Su papel en el derrocamiento del anterior monarca a mediados del siglo XX y la figura carismática del militar y presidente Nasser, que fue piedra angular del panarabismo, no han hecho más que crear una aureola alrededor del ejército, que los propios militares parece que han interiorizado. Por ello, lejos de ofrecer un frente unido frente a la revuelta popular, los militares se han mantenido relativamente al margen, actuando más como una balanza que como una fuerza de represión, e incluso en sus mensajes de ayer parecían estar equilibrando fuerzas, reconociendo las propuestas del pueblo pero, al mismo tiempo, evitando el cambio brusco de régimen. Toda esta crisis interna ha coincidido con la presidencia de Obama, que ha roto con el tradicional apoyo incondicional de su país a Egipto y, a pesar de apostar por cierto continuismo (no se pueden romper casi cuarenta años de inercia diplomática de la noche a la mañana), mostró un apoyo moral a las peticiones del pueblo; en Europa, el único apoyo firme de Mubarak fue un Berlusconi que también tiene sobre su cabeza una espada de Damocles en forma de corrupción; en África, Gadaffi fue el apoyo más firme del rais, lo cual no es decir mucho si tenemos en cuenta que se trata de otro gobernante que se ha perpetuado en su cargo a lo largo de cuatro décadas. Tal vez el apoyo americano y europeo a la revuelta no haya supuesto una gran diferencia para la gente de la calle (de hecho, muchos egipcios han percibido la reacción internacional como oportunista e improvisada, no sin cierta dosis de razón), pero sin lugar a dudas que los partidos políticos y los propios militares se han sentido más tranquilos al saber que la visión que se ha transmitido por el mundo no es la de una revuelta fundamentalista contra un gobierno moderado, sino la de un pueblo sublevado contra un tirano. El problema de Hosni Mubarak no fue el caos, como él advertía, sino todo lo contrario, el alto grado de civismo de los ciudadanos de Egipto. La revuelta ha sido poco violenta, y los brotes que ha habido tuvieron más que ver con simpatizantes del rais o con vulgares ladrones que con acciones de los protestantes, lo que ha permitido que el ejército simpatizara y confraternizara con quienes se manifestaban. Exteriormente, la única amenaza que podría haber enfrentado el país, la israelí, no se ha materializado de ninguna manera, dando a los ciudadanos la tranquilidad de que sus protestas no estaban dañando a su país, sino finalizando con una situación insostenible. Con un país cada vez más difícil de gobernar, con una cadena de mando rota y unas fuerzas del orden muy moderadas, Mubarak veía cómo sus naves iban ardiendo una tras otra, y el peligro de un asalto al palacio presidencial iba aumentando, sobre todo tras su último discurso. La salida negociada empleando como baza una institución prestigiosa, como pueda ser el ejército, fue sin duda la mejor de las opciones para el rais. Nos queda ver ahora qué ocurrirá. Si el ejército realmente prepara el camino a unas elecciones democráticas, puede que esta haya sido la mejor solución: el presidente actual, ayer ministro de defensa, es un figura apolítica y neutral que, si juega bien sus cartas, puede hacer que las elecciones lleguen sin sospechas. El papel que jugará el islamismo, las posibles soluciones a la crisis (que tal vez pasen por las nacionalizaciones) y la habilidad de los egipcios para acostumbrarse a un proceso democrático son, no obstante, incógnitas que sólo el futuro podrá desvelar.
2011-02-12 12:37 | 14 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/68937
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