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SPACE CADET DE ROBERT A. HEINLEIN

Cuando uno habla de ciencia ficción, sobre todo si es de los años 40, la gente tiende a lanzar una sonrisa condescendiente, como si se fuese a decir la mayor de las tonterías. Supongo que en buena medida tienen razón, pues a fin de cuentas los años 40 fueron una época de enorme avance tecnológico debido a la segunda guerra mundial (aunque ese avance sólo comenzaría a filtrarse en la sociedad civil una vez finalizado el conflicto), y eso condujo a una serie de especulaciones bastante absurdas, si bien muy entretenidas, sobre cómo sería el mundo futuro. Sin embargo, creo que no es ningún problema que esas predicciones no se cumplieran (a la mayoría de la gente les gustan las dos primeras películas de Terminator, a pesar de que la idea de que las máquinas se rebelarían a finales del siglo XX no fuera muy acertada), porque el objetivo de los autores no era adivinar el futuro, sino contar una historia amena y entretenida, aunque en ocasiones llegaron mucho más lejos y contaron historias sobre el futuro que realmente hablaban sobre miedos del presente.

Robert A. Heinlein, que además de ser un escritor muy ameno resultó ser un tipo con bastante idea sobre ciencia y bastante imaginación para especular sobre el futuro, escribió entre 1947 y 1958 una serie de novelas juveniles ambientadas en el futuro y en la conquista espacial, donde se combinaban ideas bastante inocentes (un sistema solar lleno de vida alienígena inteligente) con otras bastante interesantes (las armas atómicas como espada de Damocles). Space Cadet muestra justamente el miedo hacia quién debería controlar las armas atómicas, y de ahí la Space Patrol que el autor establece, una especie de policía espacial con un poderoso código ético y moral, donde la raza, el credo y la nacionalidad no importan (¡estamos hablando de 1948, con una sociedad donde había baños para blancos distinguidos de los de la gente de color!). El objetivo de este grupo sería controlar las armas atómicas y asegurar la paz mundial y solar, y la aventura que se nos cuenta sigue las peripecias de varios muchachos que ingresan como cadetes y van forjando su carácter.

Heinlein sorprende por ser un muy buen narrador, con escenas que harían las delicias de cualquier director de cine (la escena en la que los oficiales pasan lista y los cadetes honran a los caídos que son llamados diciendo: “Yo respondo por él” no sólo está muy bien descrita, sino que realmente es emocionante), pero al mismo tiempo está libre de todo patriotismo, orgullo racial o religioso, haciendo que la historia sea una de esas rara avis que no cae en los estereotipos de su época.

Hay muchas formas de valorar una novela. Esta es excelente si nos ponemos en su contexto histórico, y pone el talento de Heinlein en perspectiva: hoy, superados muchos de los temas que él trataba (bueno, medio superados mejor dicho), nos puede parecer un autor ameno, pero en su época, no puede quedarnos duda, Heinlein fue un gigante.

2011-02-08 13:14 | 2 Comentarios

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Comentarios

1

De: CorsarioHierro Fecha: 2011-02-08 20:50

¡Cielos! Eso me recuerda mucho a una de las primeras novelas de la Saga de los Aznar by Pascual Enguidanos alias George H White. En cuanto suba al ático pondré el título...si subo...queda tan lejos:)

2

De: Jose Joaquín Fecha: 2011-02-09 18:12

Las novelas de a duro españolas tenían una deuda muy grande con los autores de los 40, y habría que ser un poco cerrado para no ver la sombra de "La Fundación" tras la saga de "El Orden Estelar".

No obstante, hay que reconocer que los autores españoles no plagiaban, simplemente cogían las ideas que les gustaban y las adaptaban con sus propios personajes. Si alguien escucha a, por poner un ejemplo, Ángel Torres, se da cuenta de que no copiaban, sino que homenajeaban las sagas que les gustaban.