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LA SITUACIÓN EN EGIPTO
El contexto inmediato es obvio: las protestas que explotaron en Túnez contra la corrupta presidencia dictatorial de Ben Ali se contagiaron a Egipto. Ambos países tienen ciertos puntos en común, como puede ser un pasado reciente colonial (la independencia de Túnez ocurrió en 1957, mientras que Egipto fue un protectorado británico, e incluso tras la independencia oficial en 1922 los británicos tuvieron una presencia militar importante en el país 1954), una situación geográfica similar (países del norte de África bañados por el Mediterráneo) y con la misma religión, la musulmana. Ahora bien, tratar de explicar estas revueltas como “revueltas en países islámicos” (tal y como han hecho algunos medios de comunicación) es tan simplista como explicar la revolución rusa como una “revolución en un país ortodoxo”. Lo religioso sin duda tiene su peso, pero no podemos caer en el tópico del Islam como una religión fundamentalista, o no entenderemos las causas políticas y económicas. En el caso de Egipto tenemos que tener en cuenta que es un país sin una tradición democrática comparable a Francia o Reino Unido, lo cual es lógico si tenemos en cuenta la intervención Europea, que obviamente hizo todo lo posible por acallar a los partidos políticos que buscaban desligar el camino de su país del de la metrópolis. Incluso después de la independencia, a pesar de existir una monarquía constitucional, Reino Unido siguió explotando el país con el beneplácito de la familia real egipcia, lo cual acabaría conduciendo a un golpe de estado por un grupo de jóvenes oficiales en 1952, y que en última instancia proclamaría la República de Egipto en 1953. El general Muhammad Naguib se hizo cargo de un gobierno que, aunque estaba compuesto casi en su totalidad por militares, debía de durar poco tiempo y devolver el país a los civiles. El gobierno de Naguib tenía como objetivo acabar con la corrupción de la monarquía, servir de tapón a las posibles ambiciones israelíes (que había vencido en 1948 a una liga de países islámicos) y acabar con el neocolonialismo que habían establecido los británicos. Sin embargo, desde el principio Naguib sostuvo una lucha de poder con el joven Gamal Abdel Nasser, que se acabó convirtiendo en el auténtico poder en la sombra de la república, y que no creía que la devolución del poder a la clase política sirviese para solucionar nada. En 1954 se hizo con el poder y se vinculó estrechamente con la Unión Soviética, y tan solo dos años después sucedería la Crisis del Canal de Suez, donde a pesar de su superioridad militar, franceses, británicos e israelíes tuvieron que soportar unas duras críticas internacionales que en última instancia fueron la piedra de toque del colonialismo (aunque algunos países europeos no quisieran darse cuenta y malgastaran años, fortunas y vidas en cruentas guerras coloniales), además de representar un éxito para Nasser. Tras la muerte de Nasser en 1970, su sucesor sería Anwar El Sadat, que a pesar de continuar con su política de enfrentamiento con Israel (guerra de Yom Kippur en 1973) puso fin a la etapa de vinculación al mundo socialista que supuso la presidencia dictatorial de Nasser. Su apertura a los Estados Unidos y a los capitales exteriores fue acompañada de la expulsión de los asesores soviéticos, la vuelta de los partidos políticos a la legitimidad. Sin embargo, sus políticas de apertura llegaron en mal momento, puesto que la Crisis del Petróleo afectó a la joven economía de mercado establecida por El Sadat. La población se vio desprotegida ante la escalada de precios (previamente había existido un control sobre los precios que, a pesar de crear un mercado negro, permitía el acceso a unos bienes mínimos a un precio reducido), lo que llevó a revueltas que pedían la vuelta al control de precios gubernamental, saqueo de clubs de lujo, y un roce cada vez mayor con los grupos islámicos más radicales, que veían mal el tratado de paz con Israel. Finalmente, sería asesinado durante un desfile militar, aunque su muerte no pudo interrumpir los pasos que ya se habían dado. Tras su muerte, Hosni Mubarak lo sucedería (1981). Hay que tener en cuenta varios aspectos sobre Mubarak, el primero de ellos es el hecho de que el presidente ya participara en el gobierno de El Sadat, y que lo sucediera sin que hubiera unas elecciones (cada seis años se practica un referéndum sobre su continuidad, pero su legitimidad siempre ha estado en entredicho); el segundo es su larga estancia en el poder, prácticamente treinta años. Ambos factores se unen peligrosamente, puesto que al ser hombre de avanzada edad, es normal que la población egipcia (joven en su mayoría) no sienta una especial empatía hacia él, a lo que hemos de sumar el hecho de que su legitimidad siempre dependerá del éxito de sus políticas. Estas políticas fueron acertadas en un primero momento, ya fuera por suerte, oportunismo o capacidad. Por ejemplo, la deuda exterior egipcia quedó reducida en veinte mil millones de dólares gracias a su participación inmediata en la primera guerra del Golfo Pérsico (1991). Tras una época de estancamiento que abarcó buena parte de los 90, la política económica apostó claramente hacia el mercado internacional al llegar el nuevo milenio, con resultados notorios. Entonces, ¿cuál es el problema? El primer lugar, que Egipto cuenta con una población que, al igual que en Túnez, ha ido perdiendo nivel adquisitivo a lo largo de los años, y que no se ha beneficiado en lo más mínimo de las ventajas económicas que el país ha experimentado en estos últimos años. Tampoco podemos olvidar el impacto que debe de resultar el turismo (como lo supuso en España en los 60), pues los egipcios no solamente entran en contacto con ideas nuevas, sino también con modos de vida nuevos, pero sobre todo con niveles de vida altos a los que no pueden aspirar (esto es, salvo que sean parte del gobierno). La propia corrupción que acompaña a todos los regímenes, pero sobre todo a aquellos cuya oposición no puede hacerse con el poder de forma legal, obviamente ha salpicado al régimen de Mubarak, que con su política de privatizaciones ha enriquecido a numerosas personas, al mismo tiempo que las reformas tras dichas privatizaciones ha hecho crecer el desempleo y el resentimiento de parte de la población (alimentado en ocasiones por una prensa independiente que poco a poco va surgiendo). En resumidas cuentas, la situación es bastante diferente de la que podía esperarse unos años atrás. La política egipcia estuvo centrada durante muchos años en romper los lazos con el colonialismo y, posteriormente, en encontrar su lugar bajo el sol (si bien primero bajo la sombra de la Unión Soviética y luego bajo la de los Estados Unidos) y enfrentar a Israel. Sin embargo, los discursos del pasado se han ido agotando junto a la paciencia de una población joven que tiene unas ambiciones legítimas pero que, entre la crisis y la corrupción existente, parecen inalcanzables. ¿Y qué hay del rumor de que Estados Unidos está detrás de todo? Si tuviésemos en cuenta todos los rumores que existen sobre lo que hacen los Estados Unidos, lo cierto es que habrían sido los culpables de la caída del Imperio Romano, de la crucifixión de Cristo y posiblemente, en una hábil maniobra, habrían manipulado a Colón para que se dirigiera a América; de hecho, decir que todo es cosa de Estados Unidos es poco menos que decir “es voluntad de Dios”, en tanto que parece que no hay ninguna causa interna, simplemente una voluntad ajena que ordena y dispone. Seamos serios por un momento y aparquemos las teorías conspiratorias: en primer lugar, la apertura que Mubarak ha favorecido en los últimos años beneficia, y mucho, los intereses estadounidenses, por lo que no tendría sentido fomentar unas protestas que, en el mejor de los casos, pueden llevar a que Mubarak de marcha atrás a la apertura económica; en segundo lugar, las protestas no son un golpe de estado orquestado por una pequeña cúpula militar compraba por la CIA, sino un movimiento en el que se amalgaman los partidos políticos que piden cambios generales y los ciudadanos con demandas concretas, es decir, existe un problema de base que ha llevado a las protestas y a la situación actual. El futuro parece incierto, y todo lo que digamos no puede ser más que especulación. Pero en el fondo, lo que estamos viendo es una protesta desorganizada que ha estallado inspirada por las protestas de Túnez, y que poco a poco parece que está comenzando a organizarse. ¿Cederá Mubarak o la oposición? ¿Intervendrá el ejército, de lejos la institución más apreciada en el país? Son respuestas difíciles de saber, puesto que lo que ahora estamos presenciando es un duro pulso que, de acabar con la derrota de Mubarak, puede que ayude a su vez a inflamar nuevas revueltas en otros países. 2011-02-01 10:23 | 8 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/68844
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