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CHECKMATE: STRATEGY OF A REVOLUTIONEn 2003 la directora alemana Susanne Brandstätter lanzó su documental Jaque Mate: Estrategia de una revolución (Checkmate - Strategy of a Revolution) donde explicaba el fin del comunismo en Rumanía y la caída del dictador comunista Nicolae Ceaușescu y su esposa en los últimos días de 1989 no como una revuelta popular a la que se sumó parte del propio partido comunista y del ejército, sino como una maniobra llevada a cabo por los servicios de inteligencia de los EE UU. Para que nos situemos, pensemos que en 1989 el bloque comunista se estaba desgajando. El premier ruso, Mijaíl Gorbachov, había iniciado una serie de reformas en la URSS y estaba decidido a acabar con la guerra fría que enfrentaba a su país con EE UU desde hacía casi medio siglo. Las revueltas en la esfera de poder soviética ya se habían producido con anterioridad, en los años 50 y 60, pero las fuerzas del Pacto de Varsovia había aniquilado cualquier intento de oposición; ahora, con un Gorbachov que veía a los satélites soviéticos como sanguijuelas que absorbían los recursos rusos (y lo veía así con bastante razón, pues buena parte del presupuesto soviético se iba en ayudas a los satélites, como demostró la desastrosa situación de Cuba justo tras la caída de la URSS, cuando cesaron las ayudas) y que además no estaba dispuesto a emplear la violencia. En Alemania la caída del muro de Berlín supuso el fin de la división artificial del país durante medio siglo, y en Hungría las reformas internas permitieron el fin de la dictadura y el comienzo de un proceso democratizador, junto al ascenso del sindicato Solidaridad en Polonia, que también vaticinaba el fin de la Europa del Este pro soviética. Sin embargo, en Rumanía, la dictadura de Ceaușescu era firme. Con enormes esfuerzos económicos había logrado saldar la deuda externa con occidente, su servicio secreto era tremendo (uno de cada tres rumanos eran soplones que, bajo extorsión o remuneración, trabajaban como informantes para la policía secreta) y la salud del dictador era buena. Sin embargo, a finales de 1989 una serie de protestas populares comenzaron a estallar, la represión no fue suficiente, la forma de encarar las revueltas fue bastante torpe (la manifestación para apoyar al régimen acabó siendo la que se reveló en Bucarest) y finalmente ex políticos comunistas tomaron el mando de la situación, hubo defecciones en el alto mando militar, Ceaușescu fue dejado a su suerte y, tras unos días de tiroteos y luchas intestinas del ejército, todo se calmó tras la ejecución del dictador. La idea de Susanne Brandstätter es interesante: EE UU pensaba que la mejor forma de unificar Alemania (una potencia que contrarrestaría la influencia de la URSS, que entonces nadie imaginaba que iba a desaparecer apenas un año después) era desmantelar rápidamente los satélites soviéticos, algo que era imposible de hacer en una Rumanía férreamente controlada por el dictador, que no cedía a las ofertas de liberalización a cambio de créditos. La directora plantea, por lo tanto, que fueron los servicios de inteligencia de EE UU los que planificaron las revueltas populares mediante la manipulación de las noticias, los que infiltraron “terroristas” que crearon mártires de la causa, quienes manejaron a los militares en el poder para que dejaran a su suerte al dictador y, en último caso, los que eligieron al sucesor del tirano. Para poder afirmas todo esto, Brandstätter se apoya en entrevistas a mucha gente que estuvo relacionada con los acontecimientos, ya fueran presidentes, ministros o cargos importantes de la CIA. Tras ver el documental, de una hora, hay algo innegable: EE UU apoyó decididamente las revueltas, creó una auténtica ola mediática que cubrió todo lo que ocurría, y creó un clima de apoyo internacional. Es muy posible que introdujera agentes, en su mayoría disidentes rumanos, entrenados y capaces de avivar el descontento popular. Ahora bien, de ahí a que todo fuera un plan meticulosamente previsto, donde todo estaba calculado y los puestos claves al servicio de los EE UU hay un abismo. No niego que pudiera pasar, pero desde luego Susanne Brandstätter no da ninguna prueba de ello, aunque sí se decanta por dicha opción. Para empezar, las entrevistas que hace a personajes clave son brevísimas y aportan muy poco. En ellas se ve el interés de EE UU por una Europa capitalista y democrática, que no pueda apoyar a la URSS, pero nada parece indicar que las protestas fueran creadas desde fuera. De hecho, el documental falla en decir las carestías que vivían los rumanos, con una media de diez huevos al mes por familia, dos horas de televisión diaria (con suerte), escasez de carne, sucedáneos de todo (cuando los había), etc. Unas condiciones que, acumuladas a la falta de libertad, la represión, el lujo del dictador (se estaba construyendo un palacio impresionante en dichos momentos) acabaron estallando, primero como una situación religiosa (la expulsión de un pastor luterano) y posteriormente como una crítica a un sistema que había fallado en ofrecer al pueblo unas mejores condiciones de vida. El primer error de la directora es, por lo tanto, obviar al pueblo como motor de los sucesos iniciales, independientemente de que posteriormente otras personas, ya con nombres y apellidos, tomasen las riendas de la situación. En general, lo que cada personaje relacionado con Rumanía o la CIA dicen es diferente, pues cada cual entiende el proceso desde un punto de vista tan concreto y personal que es imposible que dos versiones concuerden. En ocasiones, la información que dan incluso llega a ser contradictoria. Lo único que une el relato es un experto en conspiraciones y revoluciones que, sin datos reales, va explicando cómo se podría hacer una revolución, aunque su explicación es tan inocente (no entiende que el pueblo, los militares o la oposición puedan actuar de forma instintiva y no racionalmente) que quedaría floja incluso como argumento en una película de espías. En conclusión, el documental plantea bastante bien los intereses occidentales en la caída de la dictadura rumana, pero falla en mostrar una teoría plausible sobre lo sucedido, en tanto que todo son especulaciones y el documental no consigue explicar ninguna. Confunde los beneficios obtenidos con un plan desarrollado meticulosamente y que llevaría a la caída de la URSS, un error bastante grande (y egocéntrico) puesto que la URSS ya había calculado dejar a sus satélites evolucionar libremente, pues Gorbachov entendía que no hacía falta un escudo frente a occidente (y aunque hubiera hecho falta, la guerra nuclear hacía que un escudo tan delgado fuera innecesario). De hecho, si quitamos al experto en conspiraciones, nadie dice que EE UU fuera el promotor de la revolución, simplemente que apoyó la misma y la utilizó para sus propios fines, que eran el control de la zona. Temo que habrá que esperar aún muchos años a que se desclasifiquen los documentos oficiales donde podrá saberse lo que ocurrió realmente. Pero las respuestas a estas preguntas nunca son simples, y las grandes teorías conspiratorias suelen caer por su propio peso, no porque sean ridículas, sino porque son simplistas y dejan fuera elementos incontrolables, como el pueblo.
2010-02-11 00:13 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/65909
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